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Capítulo 10

La batalla final.

 

Los dos chicos volvieron con los demás, a Sam se le notaba emocionado y Peter también estaba muy alegre porque Sam hubiese podido contactar con su padre. Cuando entraron al club los de la pandilla estaban sentados en la misma mesa, bebiendo y riendo.

 

—¡Peter! ¿Cómo estás? Me tenías preocupada —dijo Sally con voz de haber estado bebiendo.

—¡Bien, Sally! Pero tú hu… hueles mucho a alcohol, ¿no? — señaló Peter arrugando la nariz.

—Han sido sólo unos chupitos con las chicas — le contó Sally señalando a Dana y Lucía que no paraban de reírse.

—¡Vaya tela! ¡Estáis todos irreconocibles! — comentó Sam sonriendo.

—Oye, oye, que han sido ellas, nosotros apenas hemos tomado una sola cerveza, que sabemos que tenemos que conducir — se defendió Jim.

—No te enfades, cariño, ¿no te gusta verme feliz? —dijo Sally con su voz de borrachera abrazando a Sam.

 

Sam sonrió mirando a Peter, y no le quedó más remedio que tratar de seguir la corriente y continuar con la fiesta, él también se encontraba muy bien tras haber escuchado la voz de su padre. Se sentía inmensamente feliz y toda su melancolía había desaparecido sin más.

 

—¡Sí mi niña! Estoy muy contento de que estés feliz, pero ya no bebas más, ¿vale? — pidió Sam a Sally dándole un beso en los labios y quitándole la copa de las manos.

—¡Vale! Te quiero mucho, mucho, muuucho —dijo Sally sonriendo.

 

Los chicos siguieron un rato más divirtiéndose y riendo y la noche se hizo corta, pero al cabo de unas horas Jim se levantó para intentar concluir la fiesta.

 

—Bueno, hay que pensar en marcharse, que es tardísimo ya — dijo mirando el reloj de su muñeca.

 

Todos los chicos asintieron y se levantaron de la mesa riendo y charlando mientras salían del club, Sam se despidió de Sally con un beso y se fue con Jim.

 

—¿Sabes que he podido escuchar a mi padre? — dijo Sam a Jim mientras volvían en el coche.

—¿En serio? ¿Entonces ya ha despertado tu energía?

—Pues no lo sé, sólo escuchaba cómo decía mi nombre, nada más, se escuchaba algo entrecortada la voz, pero era él, de eso estoy seguro.

—Entonces no has despertado tu energía, cuando la despiertes lo podrás escuchar perfectamente y hablaréis como tú y yo ahora, pero sin verlo.

—¿Y cómo se despierta la energía? — preguntó Sam confuso.

—Bueno, a cada persona se le despierta de un modo diferente, es una sensación la que la hace despertar, en algunos casos la tristeza, en otros la alegría, la pasión... No sé, ¡emociones!

—¿Y cómo sabré cuál es la mía? —Sam estaba cada vez más intrigado.

—¡Cuándo te llegue lo sabrás, te lo aseguro!

 

Los chicos llegaron a casa y se despidieron:

 

—Bueno, Jim, ¿mañana nos vemos?

—Claro, tío, y si te animas nos damos un paseo con las bicis —dijo Jim, después siguió el camino con su coche para aparcarlo en el garaje de su casa.

 

Sam se acostó y con una breve sonrisa de felicidad se durmió, su estado de ánimo había cambiado felizmente, el escuchar la voz de su padre le había hecho sentir una sensación de plenitud enorme.

 

A la mañana siguiente, se despertó de nuevo con el cantar del gallo y, aunque apenas habían pasado un par de horas desde que se había acostado, se levantó de un salto, rebosante de alegría, cogió el libro de iniciación y murmuró para sí mismo mirando el libro: «Hoy voy a practicar contigo».

 

Poco a poco fue pasando páginas y probando varias cosas que allí decía, extendió sus manos, se concentró en diversos objetos que había en su habitación y estos levemente comenzaron a levitar. Cuando bajaba sus manos los objetos volvían a su sitio, se le notaba muy emocionado y concentrado con todos los ejercicios. Se detuvo brevemente en una de las páginas del libro, «Voces del Pensamiento» y comenzó a leer:

 

—Cuando soñamos nuestro subconsciente libera pensamientos, haciéndonos ver parte de lo guardado en nuestra memoria como un acontecimiento real a través de los sueños, pero estos sueños a la vez pueden formar parte de otro sueño, el cual nos llevaría a la conclusión de que posiblemente alguna de las personas de ese sueño esté soñando lo mismo que nosotros. Vaya, qué interesante —susurró, y continuó pasando páginas.

 

Al cabo de un instante volvió a detenerse en otra página que le provocó una gran sonrisa: «Desplazamiento Energético», y leyó de nuevo:

 

—Todos nuestros pensamientos son fusiones originadas por nuestro cerebro, fusiones de energía. Esta energía también es eléctrica sin duda, podemos comprobarlo concentrándonos brevemente en la yema de nuestros dedos, allí se acumula la energía en gran medida y podemos liberarla por impulsos del pensamiento. Haz la prueba, señala con la yema de cualquiera de tus dedos la palma de tu otra mano y visualiza en la yema cómo esa energía puede salir de ti como un disparo breve.

 

Sam se dispuso a hacer ese ejercicio, separó sus manos y apuntó con una de sus yemas a la palma de la otra mano, y en seguida sintió como un breve pero intenso calambre y exclamó: «¡Joder!». Se frotó su mano, porque había sido fuerte, y dejó el libro sobre la mesita de nuevo.

 

Pasó la mañana entretenido, practicando sus poderes, se sentía tan eufórico que a mediodía cogió su bicicleta y se fue a buscar a Jim, se acercó a la puerta de su casa y llamó.

 

—¡Hombre, Sam, qué sorpresa! Ahora iba a ir a buscarte — dijo Jim abriendo la puerta.

—Pues ya ves, hoy soy yo el que he venido.

—¡Pues vamos! — dispuso Jim cogiendo su bici.

—¡No! Vamos a dejar las bicis, hoy me apetece pasear, vayamos a buscar a las chicas y demos un paseo, hace un día muy bonito hoy.

—Bueno, como quieras, pero en tu día bonito apenas luce el sol y hace un frío que pela — señaló Jim en tono de burla mirando al cielo.

—Vámonos, quejica — dijo Sam sonriendo.

—¿Dónde vamos primero?

—Pues vayamos a buscar a Jon y Lucía que nos coge de paso y luego vayamos a la librería por si están allí Dana o Sally.

 

Jon y Lucía estaban en casa y se quedaron sorprendidos de que los vinieran a buscar, porque normalmente no solían quedar para salir a esas horas en el Valle, pero accedieron encantados, y se fueron los cuatro hacia la librería del tío Nel. Cuando llegaron allí se encontraron a Sally y a Peter charlando con Nel.

 

—Hola, tío, ¿cómo estás? — saludó Sam entrando a la librería con los chicos.

—Vaya, qué sorpresa, ¿cómo todos por aquí? —preguntó Sally con una gran sonrisa.

—Ya ves, nos apetecía pasear, ¿te apuntas? — dijo Sam con una enorme sonrisa instalada en la cara.

—No sé, ¿usted qué dice, Nel?

—Vete, criatura, hoy no vendrá ya apenas nadie, así que divertíos un rato — sonrió el tío Nel.

 

Todos los chicos salieron de la librería con alegría, estaban entusiasmados con la idea de salir todos juntos a pasear.

 

—¿Y dónde vamos? — dijo Sally abrazándose a Sam.

—Hoy me guío por mi intuición, así que seguidme, a ver si os gusta la experiencia — propuso Sam.

—Vaya, este chico es una caja de sorpresas — dijo Lucía.

—Nos falta Dana, ¿la vamos a buscar? — preguntó

Sam.

—Dana iba con sus padres de compras hoy al pueblo de al lado — recordó Sally.

—Bueno, pues nada, hoy vamos a probar un poco lo que hacíamos en mi barrio cuando nos juntábamos unos cuantos amigos — dijo Sam.

—¿Adónde vamos, Sam? — preguntó Peter a Sam susurrándole al oído.

—Ya lo verás, Peter, seguro que te gusta — le respondió Sam a Peter también en voz baja.

 

Sam dirigió a los chicos hacia la ermita, donde en la parte de atrás había un pequeño parque redondo con bancos para poder sentarse, una pequeña fuente para beber en medio y jardines alrededor que cuidaban los monjes.

 

—¿Nos traes a la ermita? — preguntó Jim un tanto sorprendido.

—No, exactamente — dijo Sam llamando a la puerta de la ermita, que en seguida abrió uno de los frailes.

—¡Sí! ¿En qué puedo ayudaros? — preguntó el fraile.

—Hola, hermano fraile, queríamos pedirles permiso para poder sentarnos un rato en el parque — dijo Sam siendo respetuoso.

—Claro, podéis ir, nadie suele pedir permiso, ¿puedo ayudaros en algo más?

—Sí, salude de nuestra parte al padre Collins, y, por cierto, me han dicho que ustedes hacen un vino buenísimo aquí, ¿es cierto? — preguntó Sam sonriendo.

 

El fraile sonrió también y sacó de un armario de al lado de la puerta un par de botellas de vino y se las entregó a Sam.

 

—Tomad, pilluelos, pero portaos bien — les pidió el fraile con picardía.

—Claro, hermano, muy amable — asintió Sam despidiéndose.

 

Sam guio a los demás que lo siguieron a la parte de detrás de la ermita con las botellas en la mano, donde se encontraba el parque.

 

—A mí me estás sorprendiendo, Sam, llevo un montón de años aquí y no tenía ni idea de que los frailes hicieran vino — comentó Jim.

—Vamos a ver, ¿y el pequeño viñedo que tienen ahí?, ¿para qué te crees que lo tienen? — dijo Sam señalando un pequeño terreno cercano repleto de cepas.

—Pero aquí hace mucho frío, ese viñedo no puede dar nada, ¿no? — intervino Lucía.

—Vaya, gente con dones especiales que subestima a los monjes y a un sacerdote con dones de sanación, me parece increíble — bromeó Sam sentándose en uno de los bancos del parque.

—¿Pero tú lo sabías o te lo ha dicho alguien? —preguntó Sally.

—Nada de eso, esta mañana me levanté muy temprano y estuve practicando cosas con el libro — dijo Sam dándole un trago a una de las botellas de vino.

—Esto está buenísimo — comentó Jim bebiendo de la otra botella.

—Claro, y no tenéis que conducir, así que podemos charlar y beber un poco — dijo Sam

 

Sam se quedó mirando a Peter y trató de comunicarse con él con su pensamiento: «Sé que puedes oírme, Peter».

 

Peter, que en ese momento miraba para otro lado, pegó un leve respingo, se giró hacia Sam y también le habló por telepatía: «Sí, Sam, te oigo». Sam entonces volvió a mandarle un mensaje a Peter a través de su mente: «Hazme un favor, llévate a Jon a dar una vuelta». Y Peter le respondió con sus pensamientos: «De acuerdo».

 

Nadie se percató de lo que estaban hablando los chicos, pues disimularon muy bien. Entonces, Peter preguntó a Jon señalando una cabaña que había a unos cien metros en la montaña:

 

—¿Qué hay detrás de esa cabaña?

—Ahí es donde tienen a los animales los frailes, gallinas, conejos y cosas así — respondió Jon.

—Me gustaría v… verlos, ¿me acompañas? —preguntó Peter con su cara más inocente.

—¡Claro! Vamos. Ahora volvemos, chicos — dijo Jon mientras acompañaba a Peter.

—Vale, ¡no os alejéis mucho, Peter! — le recordó Sally.

—¡Ya sé lo que te pasa, Sam! — exclamó Jim.

—¿Y qué me pasa, Jim? — dijo Sam mientras rodeaba a Sally con sus brazos.

—Estás en estado de euforia, y eso agudiza tus sentidos y un poco tu don — señaló Jim.

—Pues no lo sé, pero mira, puedo hacer esto — dijo

Sam señalando a Jim con una de las yemas de sus dedos, y éste en seguida sintió el calambre.

—¡¡Ahh!! ¡Serás mamón! —gritó Jim frotándose el hombro, que es donde había sentido el calambre, mientras las chicas se reían a carcajadas.

—¿Qué le has hecho? — preguntó Sally aun riéndose.

—Nada, sólo un calambrito de nada, un poquito de electricidad nada más — contestó Sam a carcajadas.

—Serás capullo — sonrió Lucía.

—Ya veis, hoy todo lo que practicaba me salía — dijo Sam sonriendo.

—¿Y qué más puedes hacer? ¿Algo más curioso que eso? —preguntó Sally.

—¡Dame la mano, Sally! — le pidió Sam guiñándole un ojo.

 

En ese momento Sam y Sally desaparecieron ante los ojos de Lucía y Jim, y se hicieron invisibles.

 

—¡Vaya! ¡Wow! ¿Y tú puedes vernos a nosotros? — preguntó Lucía maravillada.

—Pues no, eso es lo malo, tampoco podemos ver a nadie ni a nada, sólo nosotros dos nos vemos en completa soledad. Bueno, y ahora, si no os importa, dejadnos disfrutar unos minutos de esta intimidad —dijo Sam mientras le mantenía la boca tapada con una mano a Sally para que ésta no los delatase.

 

Los dos aprovecharon el momento y se besaron apasionadamente, y Jim, al verse completamente a solas con Lucía, se acercó a ella para intentar besarla también.

 

—Pero ¿qué haces? Pueden vernos — susurró Lucía a Jim apartándolo con una mano.

—No pueden vernos, ¿no lo has oído?

—¿Y si aparecen de nuevo?

—Sam, cuando volváis a aparecer, avisad, ¿queréis? No vaya a ser que nos dé un infarto — dijo Jim alzando más la voz.

—Vale, Jim, lo que tú quieras, pero no molestes —respondió Sam sonriendo.

 

En ese instante, Jim se acercó a Lucía y le dio un apasionado beso, mientras Sally y Sam los contemplaban sonriendo sin ser vistos.

 

—Chicos, que aparecemos, y no queremos gritos ni nada por el estilo — avisó Sam, y en ese momento Jim se separó unos centímetros de Lucía y se sentó a su lado. Sam soltó la mano de Sally y los chicos volvieron a hacerse visibles.

—¿Qué habéis estado haciendo? — preguntó Jim.

—¿A ti qué te parece? — contestó Sam con una sonrisa.

 

Todos los chicos empezaron a reírse, y al poco rato volvieron Jon y Peter.

—Sally, he visto unos conejos e… enormes —le contó Peter emocionado.

—¿En serio?

—Pues sí, tiene razón eran descomunales, la verdad — confirmó Jon.

 

Los chicos volvieron a reírse, y emprendieron el camino de vuelta a casa. Todos iban algo adelantados en el camino, menos Sam y Sally, que iban unos metros por detrás, agarrados de la mano y comentando lo ocurrido.

 

—¿Por qué me tapaste la boca antes? — susurró Sally.

—Porque no quería que supieran que podíamos verlos. Necesitan tener sus momentos de intimidad y tú querías ver la cara de Lucía, ¿no? Pues ya la has visto besando a Jim, se merecen poder mostrar su amor de vez en cuando, ¿no te parece?

—¡Tienes razón! ¡Si es que eres un encanto! — dijo

Sally dando un beso a Sam.

 

Los días iban pasando y llegó el lunes, y como siempre el gallo despertó a Sam.

 

—¡Un día de estos te mato! — dijo Sam agarrándose a la almohada. Luego miró el reloj y comentó — Si es que encima es puntual el puñetero gallo, las siete en punto.

—¡Sam, arriba! — exclamó su madre asomándose a la puerta de su cuarto.

—¡Sí, mamá! Ya estoy despierto, ahora bajo.

 

Sam se dio una ducha, se vistió y bajó a desayunar. Al poco rato llegó como siempre Jim a buscarlo, y se fueron los dos camino de la escuela. Cuando llegaron se encontraron con sus amigos y en breve sonó el timbre. En la clase de Sam aún no estaba el profesor Ray, y era raro, porque normalmente estaba puntual en el aula, pero minutos más tarde entró el director Marco junto con Ray y Nelson.

 

—Buenos días, chicos. Bueno, por fin sabemos qué pasó con el robo de la raíz: aquí vuestro compañero Nelson nos ha confesado que fue obra suya, una gamberrada que nos ha asegurado no volverá a repetirse, pues de lo contrario será expulsado, ¿verdad? — dijo el director dirigiéndose al hermano de Colt y éste asintió con cara de arrepentimiento —trató de vengarse de su profesor Ray porque se sentía frustrado por lo que le ocurrió el primer día, ya se ha disculpado con la escuela y con el profesor, por lo que tendrá una segunda oportunidad. Espero que esto sirva de lección para todos — explicó el director, y se marchó del aula.

—¡Bien, siéntese! — dijo Ray a Nelson sin apartarle la mirada.

 

Después de eso, los días fueron pasando con normalidad, Nelson parecía muy atento a las clases, no incordiaba a sus compañeros ni hacía molestos comentarios, lo que no pasó desapercibido para los chicos que encontraron su comportamiento algo extraño, pero no le dieron mucha importancia. Hasta que se acercó la semana clave, la semana en que volvía a producirse de nuevo la luna llena.

 

Ese martes, como cada madrugada, Curtis el frutero fue a dejar su cesta de manzanas a la puerta de la ermita, las dejó y se marchó como hacía siempre, pero ese día estaban Nelson y Tim escondidos en uno de los matorrales que había próximos a la ermita, y cuando el frutero se marchó se acercaron sigilosamente. Nelson llevaba en su mano una jeringuilla con la pócima que Raúl les había preparado, cogió el cesto y les fue inyectando a todas y cada una de las manzanas un poco, y luego salieron corriendo sin dejar rastro. Camino abajo de la montaña tenían sus motos, se subieron a ellas y emprendieron el regreso hacia la casa de Raúl, allí estaban  esperando Cody, el hermano de Tim, y Colt.

 

—¡Misión cumplida! — dijo Nelson entrando a la casa de Raúl.

—¿Seguro? ¿No os ha visto nadie? — preguntó Colt sin creerse demasiado que todo hubiese ido como lo habían planeado.

—¡¡Seguro!! ¡Todo salió bien! — le aseguró  Nelson con fastidio.

—¡Bien! Entonces mañana haremos el ritual, y pasado mañana todos iremos a la Posada de las Almas, no podremos entrar porque es peligroso, tendrá que ser desde fuera. Nos mantendremos ocultos y trataremos de invocar todas las almas oscuras que sea posible. Cuando ellos se den cuenta de lo que ocurre, tratarán de intervenir para proteger la posada, pero una vez que se cierre el portal de salida la chimenea se tornará oscura y revertirá el proceso de salida de las almas, por lo que las almas oscuras podrán adentrarse en nuestro mundo, y dejando fuera de combate a su sanador no podrán hacer nada con el bastón del sacerdote. Pero, ¡recordad!, es mejor que no nos vean, una vez que asumamos el poder de las almas oscuras el mundo estará a nuestros pies y les arrebataremos su energía — les volvió a explicar Raúl, que llevaba mucho tiempo trazando ese plan, quería hacerse con el control del Valle y ser él mismo el que lo dirigiese. Su ansia de poder era ilimitada.

 

Los chicos sonrieron y se abrazaron, dando por segura su victoria en la batalla que se aproximaba.

 

—¿Hacemos venir a Carla también? — preguntó Colt.

 

—¡Sí, que venga! — afirmó Raúl.

—¿Y a los de la pandilla de Morne? — dijo Nelson.

—¡¡No!! A esos ni una palabra, son como veinte en esa pandilla y no debemos ser muchos para poder recibir la máxima energía todos los que estemos allí. Es más, no quiero ni que os acerquéis por la Aldea de la Selva hasta que esto termine.

—¡Bien, bien, recibido! — asintió Nelson.

 

Ese mismo día por la tarde el profesor Ray acudió a la librería del tío Nel, donde encontró a Sally y a Nel.

 

—Profesor Ray, ¿cómo usted por aquí? —preguntó Sally.

—Hola, Sally, venía a hablar con Nel, ¿sabes si estará disponible? — dijo Ray.

—Pues tú dirás, profesor, ¿en qué te puedo ayudar?— se ofreció el librero, que había salido de la trastienda al escuchar la llegada de Ray.

—¿Podríamos hablar en un sitio algo más privado? — dijo Ray con seriedad.

—Sí, claro, vayamos a la sala de atrás — dijo Nel acompañando al profesor a la habitación anexa—. ¿Ocurre algo, Ray?

—Esta vez no he querido extender la alarma porque la otra vez no ocurrió nada, pero he vuelto a presentir el peligro, noto cómo se acerca algo muy peligroso, y es más intenso que la vez anterior.

 

—¿Estás seguro, profesor? Yo ya no sé qué pensar, cierto que es mejor prevenir que lamentar, pero la otra vez no ocurrió nada y el sacerdote está muy mayor para tenerlo cada mes subiendo por esos caminos — señaló Nel.

—¡Lo sé! Pero creo que sería bueno advertirle y que él tomara la decisión que crea más oportuna —dijo Ray.

—Vaya, lo peor es que no tenemos otro sanador, no nos queda más remedio, intentaremos hacerlo como la otra vez a ver qué pasa — propuso Nel.

—Por cierto, he observado que Sam y Sally siguen muy unidos, ¿no hablaste con Sally aún? — preguntó Ray.

—Ese es otro tema delicado, sí que hablé con ella, pero no quiere hacerle daño y sé que es difícil para ella, yo no puedo obligarla, Ray.

—Está bien. ¿Te importaría decirle que venga? Yo hablaré con ella aquí en privado, si no te molesta.

—Claro, ahora la aviso y os dejo solos, pero intenta ser delicado, es una chica muy sensible — dijo Nel, y salió de la sala camino del mostrador de la librería donde se encontraba Sally.

—¿Ocurre algo, Nel? — preguntó Sally viendo llegar a su jefe con rostro preocupado.

—El profesor quiere hablar contigo, Sally —contestó Nel con voz seria y cargada de tristeza, porque sabía que no le iba a gustar nada a Sally lo que le iba a pedir el profesor.

—¿Conmigo? ¡Bueno, voy! — respondió Sally algo asustada por tanta incertidumbre. Sally pasó a la otra sala en la que el profesor la estaba esperando y se dirigió a él:

—¿Quería hablar conmigo?

—Sí, Sally, tengo que decirte algo muy importante, y me gustaría, por favor, que lo entendieras — comenzó Ray.

—¿Qué ocurre, profesor?

—He vuelto a sentir el peligro, Sally, es una sensación muy fuerte, y sé que algo va a ocurrir, créeme.

—Bueno, pues protegeremos la posada como el mes pasado y ya está.

—No, Sally, necesitamos a Sam. Esta vez lo que siento es mucho más fuerte que la vez anterior y estoy convencido de que el peligro es realmente grande. Lo lamento, pero tienes que despertar todo su poder.

—No, no pienso hacerlo, no sabe lo que me pide — dijo Sally con voz elevando la voz por la rabia y la frustración y empezando a sentir cómo las lágrimas le quemaban en los ojos.

—Por favor, Sally, sé lo duro que es, pero serán sólo unos días y luego podrás explicárselo. Ese dolor es el que nos dará alguna posibilidad de salvarnos, somos vulnerables al no haber nadie más blanco en el valle, tienes que entenderlo — explicó Ray tratando de ser lo más delicado posible y de hacer que la joven entrase en razón.

—¿Y si no ocurre nada como la otra vez? ¿De qué habrá servido todo ese dolor? ¡No! ¡No quiero! —exclamó Sally dejando escapar ya unas cuantas lágrimas que se limpió de un manotazo.

—Sally, si no ocurre nada será mejor para todos, pero él ya habrá despertado su energía y ya podremos estar preparados para lo que pueda venir, es algo que tiene que suceder, ¿no lo entiendes? Y cuanto más tiempo pase más doloroso será para los dos, compréndelo, sólo tú puedes hacerlo — insistió Ray.

 

Sally lo miró a los ojos y vio en ellos la verdad de sus palabras, era necesario tener a alguien como Sam con todo su poder en las manos, y más si era verdad que algo malo iba a suceder. Tomo aire con fuerza y dejó escapar sus ilusiones al soltarlo, lo que le pedían era difícil y con seguridad haría que perdiese a Sam para siempre, pero comprendió su responsabilidad en lo que estaba pasando.

                                                       

—Está bien, lo haré, ahora déjeme sola, por favor —murmuró Sally intentando mantener la compostura delante de su profesor, no quería que la viesen derrotada.

 

El profesor le dio unos golpecitos en el hombro tratando de consolar un poco su tristeza y salió de la sala, dejándola a solas con su dolor. Entonces, ella se sentó y lloró desconsoladamente.

 

—Ya está, Nel, mejor déjela un rato a solas, será bueno que se desahogue un poco — dijo Ray acercándose al mostrador de la librería, donde Nel lo esperaba impaciente.

—Pobre criatura, ¿crees que lo hará esta vez?  ¿Dejará a Sam? — preguntó Nel.

—Estoy convencido, lo ha entendido, es una chica muy lista y sabe que es algo que tendrá que hacer tarde o temprano, por lo que mejor ahora que más adelante — dijo Ray. Después se marchó y Nel hizo lo que le recomendó, hasta que fue la propia Sally la que salió de la sala sin mencionar el tema ni decir ni una palabra más el resto del día.

 

Al día siguiente, los chicos regresaron a la escuela. Sally empezó a mostrarse distante con Sam, trataba de evitarlo y rechazaba sus besos y sus caricias, lo que estaba consiguiendo que Sam se sintiese cada vez más confuso. Al terminar las clases, todos se encontraron en la gran sala de la escuela.

 

—¿Qué ocurre? — preguntó Sam acercándose con Lucía hasta donde se encontraban sus amigos.

—Tu tío quiere hablar con nosotros, creo que algo ocurre —respondió Jim.

—Bueno, pues vayamos, ¿no? — resolvió Sam.

 

Juntos salieron de la escuela en dirección a la librería del tío Nel. Por el camino, Sam intentó acercarse cariñoso a Sally, pero ésta le ignoró de nuevo y se acercó a las chicas.

 

—¿Qué le ocurre a Sally ? — dijo Sam a Jim.

—Pues no sé, quizás tenga uno de esos malos días de las chicas con el periodo o yo que sé, no tengo hermanas así que no puedo serte de mucha ayuda — contestó Jim encogiéndose de hombros.

—Pues será eso, porque está de un raro... — repuso

Sam mirándola de reojo.

 

Al poco rato, los chicos llegaron a la librería; en la puerta les esperaba el tío Nel, quien les explicó el peligro que de nuevo había presentido el profesor Ray y, aunque no quería esta vez dar la voz de alarma, sí que quería ponerlos sobre aviso para que estuviesen preparados y que avisaran al sacerdote y a los frailes. Prevenir era lo primero, así que los chicos no se lo pensaron dos veces y acudieron a la ermita a avisar al sacerdote.

 

Mientras tanto, en la cueva de la montaña, Raúl, Colt, Nelson, Tim, Cody y Carla preparaban el ritual de las almas oscuras, todos cogidos de las manos formando un círculo, y en el centro del círculo una pequeña hoguera con un pequeño caldero negro en medio en el cual estaba el agua sagrada, la raíz del sauce y la piedra de esfinge. Miraban concentrados el caldero y, en cuanto el agua empezó a hervir, miraron hacia el suelo, murmurando extrañas palabras: «Invocus atrenus, invocus sacenus, invocus sicinus, invocus palemus». Murmuraban estas palabras una y otra vez sin cesar, todos a la misma vez y mirando hacia el suelo. El fuego de la hoguera comenzó a hacerse cada vez más fuerte, las llamas se avivaban por momentos, hasta que al poco tiempo la llama se hizo enorme y de repente se produjo una pequeña explosión que apagó la hoguera.

 

Entonces los chicos levantaron su mirada del suelo y la fijaron en el pequeño caldero. Raúl se acercó al caldero y sacó de su interior la piedra de esfinge que se había tornado de un negro brillante intenso y tenía forma ovalada, cuando antes era amarillenta y plana.

 

—Ya lo tenemos, el proceso ha comenzado. Además, hemos acelerado el proceso de la luna, mañana será el gran día — dijo Raúl levantando la esfera negra.

 

Mientras tanto, los chicos salían de la ermita después de haber hablado con el sacerdote y los frailes.

 

—¿No los habéis notad… raros? — preguntó Jim sintiendo un escalofrío por la espalda.

—El sacerdote estaba más débil de lo habitual y los frailes también parecían como cansados, ¿no? —observó Lucía.

—Creo que trabajan demasiado en esa ermita, pero lo importante es que vendrán de nuevo, así que ya sabéis, estad preparados, esperemos que no sea nada, como la otra vez — dijo Sam.

—Algo no me huele bien esta vez, no sé, tengo un mal presentimiento — comentó Jim.

 

Los chicos continuaron camino abajo hasta llegar al Valle, donde se despidieron para regresar cada uno a su casa.

 

—¿Quieres que te acompañe a casa, Sally? —preguntó Sam.

—¡No! Mañana nos vemos y hablamos, ¿vale? — respondió ella en tono arisco.

—Como quieras — dijo Sam algo disgustado y continuó su camino.

 

Al día siguiente los chicos acudieron a la escuela como de costumbre, se reunieron en la gran sala antes del comienzo de las clases y Sam trató de acercarse de nuevo a Sally, pero esta seguía rehuyéndole. Sam ya no sabía qué pensar, pero sonó el pitido del comienzo de las clases y cada uno tuvo que acudir a su aula. Sam parecía no prestar mucha atención a la clase, estaba como distraído, preocupado, no podía estar atento, sólo tenía en su cabeza a Sally y el porqué de su comportamiento. Terminó la clase de la mañana, y todos los chicos regresaron a sus casas. Sam apenas pudo comer nada, todos sus pensamientos eran un mar de dudas, andaba como perdido. No dejaba de preguntarse qué le pasaba a su chica y si había hecho algo que la hubiese incomodado. Repasaba una y otra vez los momentos que habían pasado juntos los últimos días, intentando averiguar si había cometido un error y se le había pasado por alto, pero no lograba sacar nada en claro.

 

A la tarde acudió de nuevo a clase, todo parecía igual, Sally ni le miraba, y aquella situación tan anormal lo estaba empezando a enfadar. Las clases terminaron y los chicos se dispusieron a salir todos juntos, Sam tomó la determinación de hablar con Sally y averiguar el porqué de su comportamiento de una vez, pero al acercarse a ella escucharon una voz llamándoles:

 

—¡¡Esperad!! — gritó Ray acudiendo apresurado donde se encontraban los chicos.

—¿Qué ocurre profesor? — preguntó Jim.

—El proceso se ha acelerado, no sé muy bien el porqué, pero la luna llena será esta noche, ¡lo he visto! — les explicó Ray casi sin aliento.

—¿Cómo? ¡No joda! pues ya podemos correr — dijo Jon mirando al sol que ya quería ponerse.

—Marchaos deprisa, yo me llevaré a algunos profesores al cementerio, ¡corred! — les gritó Ray tratando de recobrar el aliento.

 

Todos los chicos corrieron apresurados, eran las cinco y media de la tarde y sobre las siete ya podría verse la luna. Llegaron a la librería del tío Nel y allí trazaron su plan.

 

—Iremos todos juntos a la ermita y, como la otra vez, Sam y Sally acompañarán al sacerdote y al fraile a la posada, los demás protegeremos la ermita, ¿de acuerdo? — dispuso Jim.

—Esta vez será mejor que os acompañe yo a la posada, por si hay algún imprevisto, mejor uno más, ¿no os parece? — dijo Jon.

—Perfecto, entonces esperad vosotros aquí y Jon bajará con el fraile y el sacerdote, y vosotros preguntad a Nel si hay algo que debamos tener en cuenta para que no se nos escape nada — dijo Jim señalando a Sam y Sally.

 

Todos los chicos corrieron apresurados hacia la ermita, menos Sam y Sally, que se quedaban para hablar con Nel tal y como acababan de planear, pero cuando Sam se disponía a entrar en la librería de su tío Sally lo llamó.

 

—¡Espera, Sam!

—¿Qué ocurre?

—¡Tenemos que hablar! ¡Es importante!

—Pues tú dirás.

—Lo siento mucho, Sam, de verdad, yo no quería que esto sucediera, pero mejor ahora que más adelante — dijo Sally con tristeza intentando sacar fuerzas de donde no las tenía.

—¿De qué me hablas, Sally? — preguntó Sam preocupado poniéndose a su altura.

—Tenemos que dejarlo, no puedo seguir contigo —  le soltó Sally sin más, tratando de mostrar entereza.

—¿Cómo? ¿Por qué? ¿Acaso hice algo malo? ¿Me he comportado mal contigo? — preguntaba Sam casi desesperado, que veía cómo sus temores se estaban haciendo reales.

—¡No eres tú Sam! Soy yo, es mejor así, créeme que me resulta muy duro dejarte — replicó Sally con los ojos enrojecidos.

—Pues no lo hagas, yo te quiero, sabes lo que siento por ti, ¿por qué me haces esto? — preguntó Sam mientras también se le escapaba alguna lágrima.

—Créeme que lo siento, pero… — necesitaba ser convincente ante él, por eso tomó aire y le dijo con fiereza — no te quiero, y no quiero estar contigo — mintió.

—¿Y por qué me lo dices ahora? Podías haber esperado a que esto pasara —dijo Sam, que sentía como la rabia y la desesperación llenaban todas y cada una de sus células.

—Lo siento, no podía callármelo por más tiempo, tenía que soltar esta angustia cuanto antes.

—¿Angustia? ¿Tan malo ha sido? ¡¡Maldita sea!! ¿Cómo puedo ser tan estúpido? Me he dejado llevar, te he querido como nunca quise a nadie y no me das un motivo que me convenza. Eres una mala persona, ¡no me lo merezco! ¿Sabes? Ya me da igual todo esto, ¡acabas de derrumbar todo en lo que creía! —dijo Sam a lágrima viva y muy enfadado.

—¡Pero, Sam! — Sally no soportaba verlo así, tenía que dejar la puerta abierta o nunca la creería de nuevo.

—¡Ni Sam ni hostias!, no quiero saber nada más, ¿será posible? Esto me pasa por dejarme llevar. ¡La vida es injusta con quien menos se lo merece! — dijo Sam girándose y limpiándose las lágrimas, no quería que además lo viese sufrir por ella.

—¡Por favor, Sam! — suplicó Sally tratando de agarrar la mano de Sam.

—¡No! ¡No quiero saber nada de todo esto! ¡No te preocupes que no volverás a saber de mí! — dijo Sam despreciando la mano de Sally y saliendo a todo correr hacia su casa.

—¡Sam! ¡Vuelve por favor! —le gritó Sally rota de dolor, y se dejó caer de rodillas llorando desesperada..

 

En breves instantes llegó Jon con el bastón del sacerdote y uno de los frailes, que no parecía encontrarse muy bien.

 

—¿Qué ocurre? — dijo Jon llegando donde se encontraba Sally.

—Sam se ha ido — respondió Sally con voz triste.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que ha pasado?

—Hemos roto — dijo Sally sin querer dar más explicaciones.

—¡Estupendo! ¡Sólo nos faltaba eso! — exclamó Jon.

—¿Y el sacerdote? —preguntó Sally.

—No puede venir, está en la cama sin poder moverse, están todos con fiebre y terribles dolores de estómago, sólo este fraile parece poder moverse algo, ¡vamos! Se hace tarde, el sol ya se ha puesto del todo — dijo Jon emprendiendo el camino hacia la posada.

—¡Vayamos a buscar a Sam! No podemos hacerlo nosotros solos — insistió Sally.

—¡No hay tiempo! ¡Vamos! ¡Tenemos que intentarlo nosotros! — dijo Jon casi arrastrando al fraile hacia la posada.

 

Los dos chicos y el fraile se fueron hacia la Posada de las Almas mientras Sam entraba en su casa dando un portazo.

 

—¡Mamá! ¡Mamá! — gritó Sam buscándola por toda la casa.

—¿Qué ocurre, hijo? — preguntó su madre desesperada.

—¡Prepara tu maleta, por favor, nos vamos de aquí! — dijo Sam  sin dejar de llorar.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

—No preguntes ahora, mamá, tengo que salir unos días de este lugar — respondió Sam, y subió a su cuarto a preparar su maleta.

—¡Está bien, hijo! — dijo su madre sin hacer más preguntas, y subió también para hacer lo que su hijo le había pedido.

 

Pero mientras Sam guardaba sus cosas, escuchó unas voces en su cabeza.

 

—Sam... Sam — dijo la voz de su padre.

—¡Papá! ¿Eres tú? ¡Papá háblame! — respondió Sam tratando de comunicarse con aquella voz.

—Sí, Sam, soy yo, tienes que volver, tienes que ayudar — le ordenó la voz de su padre.

—¡No puedo, créeme, papá, no puedo! No me pidas eso — insistió Sam con los ojos anegados por el llanto que no quería dejar salir.         

—Sam, mi destino y el de todos depende de tu ayuda, tienes que acudir. Se aproxima un gran peligro. Te necesito, hijo — dijo Tom.

 

Sam en seguida cerró su maleta y se detuvo por un momento a pensar con las dos manos sobre ella y derramando lágrimas sin parar.

 

—No puedo, papá. Y aunque quisiera, el sacerdote está muy mayor, no creo que aguante otra batalla contra esas cosas.

—Trata de pensar, visualiza la sanación, visualiza el bastón, eso te dará una respuesta — dijo la voz de su padre.

 

Sam hizo lo que su padre le pedía, cerró los ojos y trató de concentrarse en el bastón del sacerdote, en seguida se le apareció una imagen difuminada del bastón, luego se le apareció otra imagen del sacerdote, la imagen del sacerdote se difuminó en la nada y le apareció en su mente la imagen de… Peter.

 

—¡Peter! ¡Peter tiene poderes de sanación, papá! —  exclamó Sam.

—Apresúrate, hijo — le apremió la voz de su padre.

 

Sam cogió su maleta y bajó las escaleras, la dejó en la puerta principal y pidió a su madre:

 

—¡Mamá! Por favor, ve metiendo las maletas en el coche, en seguida vuelvo — dijo Sam con determinación, y salió corriendo hacia la Posada.

 

Mientras tanto, allí mismo ya se había desatado el infierno. Sally y Jon sujetaban el bastón por arriba y el fraile se encontraba de rodillas sujetando el bastón por la parte de abajo. El bastón apenas emitía un pequeño brillo blanco. Dentro de la posada hacía un aire terrible, como si estuviesen en medio de huracán. La luz blanca de la chimenea empezó a cambiar de color y a tornarse entre roja y negra. En los alrededores del lugar se veía a Raúl, Tim, Cody, Nelson, Colt y Carla rodeando entre todos la esfera negra que habían encantado el día anterior. La esfera emitía unos destellos intensos hacia la chimenea de la posada y parecía como si estuviese conectada con la luna a través de una fina luz amarilla. En el interior de la posada los chicos empezaban a debilitarse, la chimenea se había tornado completamente negra y unas sombras oscuras comenzaron a entrar por ella. Esas sombras circulaban a toda velocidad por el interior de la posada, una de esas sombras se acercó a Sally y se puso sobre su cabeza, tratando de absorber su espíritu. Los chicos luchaban con todas sus fuerzas, pero nada parecía detener a aquellas fuerzas oscuras.

 

—Sally, ¿qué te ocurre? — dijo Jon viendo a Sally haciendo gestos raros con su cabeza.

—Me están robando el alma — musitó ella con voz débil.

—¡Aguanta, Sally, aguanta! — gritó Jon mientras los vientos del salón se hacían cada vez más intensos.

 

Sally cayó desplomada al suelo y el bastón emitió un

débil estallido de luz que hizo caer también a Jon, pero cuando todo parecía perdido y el bastón estaba a punto de caer al suelo apareció la mano de Sam, que lo sujetó con fuerza y lo mantuvo firme.

 

—Peter, sujeta el bastón por arriba, pon tus manos planas sobre él y concéntrate en curarlo como si fuera un animalito enfermo — le pidió Sam intentando mantener la concentración.

 

En seguida una de las sombras se posó sobre Sam, tratando de arrebatarle el alma, pero este emitió una especie de gruñido enfurecido que hizo que los pocos objetos que habían en pie en la habitación, que no habían sido arrastrados aun por la fuerza del aire empezaran a levitar, y la sombra negra salió disparada de donde estaba, como si la hubiese empujado algo. El fraile, que aún se encontraba de rodillas, empezó a brillar, emitiendo unos destellos amarillentos: era el poder de curación de Peter.

 

El bastón también empezó a brillar cada vez con más intensidad con destellos blancos y amarillos. Sally y Jon se encontraban inconscientes tumbados en el suelo. La chimenea empezó también a parpadear, era una lucha entre dos colores, el blanco y el negro, destellos de ambos colores parecían estar enzarzados en una pelea por el control de la entrada hacia el otro lado. Las almas oscuras empezaron a acercarse de nuevo a los chicos, una se puso al lado de Peter y trataba de separar sus manos del bastón, pero éste aguantaba con fuerza; otras dos se pusieron sobre la cabeza de Sam, pero este emitía unos gruñidos extraños cada vez que se sentía acosado y las almas salían disparadas, intentándolo de nuevo una y otra vez. El remolino de aire se hacía cada vez más fuerte, decenas de objetos volaban por la habitación a gran velocidad, y los chicos parecían estar en medio de un gran tornado.

 

—Sam, no puedo aguantar mucho más — dijo Peter.

—Está bien, Peter, cuando cuente tres quiero que tú y el fraile soltéis el bastón, ¿de acuerdo? — gritó Sam para que pudieran oírle.

—¡De acuerdo! — asintió Peter.

—¡Bien! — gritó el fraile.

—Unaaa, dosss… ¡y tressss!

 

Peter y el fraile soltaron el bastón y Sam lo agarró con fuerza, lo levantó y volvió a bajarlo golpeándolo contra el suelo, mientras volvía a emitir un gruñido de furia. El golpe del bastón provocó un enorme estallido, el bastón emitió una enorme luz blanca que sacudió toda la habitación y las almas oscuras fueron absorbidas por la chimenea y los objetos que estaban volando cayeron al suelo. La chimenea se tornó de un blanco brillante, casi cegador, por un instante, y todo volvió a la calma… Todo excepto Sally y Jon, que permanecían tumbados en el suelo. En cuanto todo se calmó se dirigieron hacia ellos.

 

—¡Peter, haz algo! — dijo Sam mientras sujetaba la mano de Jon. Peter se acercó y cogió la mano de Jon, que comenzó a emitir una ligera luz brillante. En seguida Jon abrió los ojos.

—¿Qué ha pasado? — murmuró Jon aturdido.

—Te pondrás bien, no te preocupes — le susurró Sam, y acto seguido se fue a ver cómo estaba Sally.

—¿Cómo lo llevas con ella, Peter? — preguntó Sam a Peter, que se encontraba con Sally sujetándole la mano y tratando de enviarle energía.

—¡No puedo, Sam, Sally no responde! — dijo Peter preocupado y casi desesperado.

 

Sam entonces cerró los ojos y se concentró, en seguida su alma salió de su cuerpo, y éste, que se encontraba de pie, cayó al suelo inconsciente. Sam, desde el plano en el que se encontraba, pudo ver el alma de Sally como a un metro sobre ella, sujeta a su cuerpo por un débil cordón de plata que parecía estar a punto de romperse.

 

Cuando lo vio Sam, se acercó al débil cordón y puso sus manos sobre él, haciendo movimientos arriba y abajo sobre el cordón. Este parecía irse regenerando y empezó a brillar con más intensidad y a hacerse más grueso. Entonces Sam puso su alma encima de la de Sally y trató de hacerla bajar hasta su cuerpo. Poco a poco, el alma de Sally se fue incorporando a su cuerpo hasta estar completamente acoplado. En ese instante, Sally inspiró con fuerza y el alma de Sam se fusionó de nuevo con su cuerpo, se levantó del suelo y se quedó a un par de metros de donde se encontraban los demás. Una vez que se aseguró de que Sally estaba bien y empezaba a incorporarse con la ayuda de sus amigos, Sam se marchó.

 

—¿Cómo te encuentras, Sally? — le preguntó Jon tratando de incorporar a Sally.

—Bien, creo que bien — murmuró ella aún aturdida.

—Vaya susto, no te movías, estaba muy preocupado — dijo Peter abrazando a Sally.

—¿Lo hemos logrado? ¿Todo está bien? — preguntó

Sally.

—Sí, Sally, Sam y Peter lo lograron — dijo el fraile.

 

—¿Sam? ¿Dónde está Sam? — preguntó Sally tratando de localizar a Sam con la mirada.

—Estaba aquí hace un momento —murmuró Jon.

—¡Levantadme, por favor! — les pidió Sally.

 

Los chicos incorporaron a Sally, y ésta salió corriendo por la puerta tratando de divisar a Sam. Gritaba: «¡Sam, Sam!», pero no obtuvo respuesta. Corrió camino abajo tratando de alcanzar a Sam, pero cuando llegó a la llanura divisó el coche de la madre de Sam que se alejaba del valle. Sally gritaba desesperada mientras corría: «¡Sam, por favor, no me dejes!», y entre lágrimas trataba de gritar con más fuerza, «¡Sam, te quiero!», pero Sam y su madre se encontraban ya demasiado lejos para oírle. Sally cayó de rodillas, se abrazó a sí misma y se puso a llorar desconsoladamente. Mientras, en los alrededores de la ermita, trataban de incorporarse Raúl, Colt y los otros chicos que habían sido derribados por la potente onda expansiva que Sam había provocado al golpear el bastón. Colt, al incorporarse, sólo pronunció unas palabras:

 

—Esto no quedará así.

 

 

Continuara...El valle de los sueños 2 ( El regreso de Sam )

 

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