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Capítulo 3

Descubriendo la magia.

 

   —Bueno, y cambiando un poco de tema, ¿qué tal está tu madre? ¿Tan guapa como siempre? —Nel siempre había sido un gran aliado de su cuñada, le tenía un aprecio especial.

   —Bueno, tío, está todo lo bien que puede, si no tenemos en cuenta que mi padre desapareció hace dos años y no ha dado señales de vida hasta la llegada de su carta — respondió Sam encogiéndose de hombros.

   —Entiendo que ha de ser duro, hijo, pero no es sencillo todo esto, poco a poco lo irás asimilando y comprenderás el porqué de muchas cuestiones.

   —¿Pero dónde está mi padre? —preguntó Sam directamente y en tono más serio.

   —Nadie puede saberlo, pero está bien, es sólo cuestión de tiempo que vuelva a reunirse con vosotros.

   —¿Tiempo? ¿Cuánto tiempo? ¿Acaso dos años no es tiempo? —volvió a preguntar Sam con voz frustrada.

   —Hijo, el tiempo no lo elige tu padre, esté donde esté, el tiempo viene impuesto por una fuerza que no sabría explicarte ni yo, pero creo que pronto estará de vuelta, tengo ese presentimiento — le aclaró su tío dándole unas palmaditas en la espalda para tratar de aliviar su preocupación.

 

Sam agachó la cabeza y siguieron caminando. Llegaron a su casa y antes de entrar por la puerta Nel se paró en seco y se giró hacia su sobrino:

 

   —No le digas nada de todo esto a tu madre, se lo explicaremos más adelante, ¿de acuerdo? — le susurró su tío al oído.

   —Está bien tío — le contestó Sam.

Ambos entraron en casa y encontraron a Daisy en la cocina.

 

   —Mmmm… ¡qué bien huele aquí! —dijo el tío Nel.

   —¡¡Nel!! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué bien te veo! —exclamó Daisy acercándose y dándole un beso y un abrazo.

   —¿Bromeas? Tú sí que estás bien. Cada vez que te veo te encuentro más guapa.

   —Oh, Nel, tú siempre tan adulador.

 

Daisy era una mujer muy guapa, de tez clara y pelo oscuro, con los ojos claros llenos de vitalidad y rasgos suaves. En cierto modo Sam compartía esos rasgos con ella, aunque ni su color de piel ni su color de ojos fuesen ni tan siquiera parecidos, pero tenía esa misma expresión serena en el rostro.

 

Sam se quedó mirando su libro y decidió que era mejor dejarlos solos para que se pusiesen al día, por lo que subió por las escaleras que conducían a su habitación.

 

   —¡Vamos a comer!—gritó Daisy llamando a su hijo cuando lo vio ir tan deprisa hacia el piso de arriba .

   —¿Te quedas a comer, Nel?

   —En seguida bajo, mamá.

   —Con lo bien que huele esto, ¿cómo decir que no? —dijo Nel sonriendo y sentándose a la mesa mientras Daisy llenaba los platos de comida.

   —Nel, ¿dónde está Tom? —preguntó Daisy sin ningún tipo de reparo.

   —No lo sé, pero no debes preocuparte, sé que volverá pronto a casa, ya lo verás.

   —¿No debo preocuparme? Tom es tu hermano, pero también es mi marido, y dos años es mucho tiempo para no saber de él — dijo ella intentando que sus miedos no saliesen a la luz.

   —Lo entiendo, y créeme que yo también le echo de menos, pero sé que está bien, sé que no está haciendo nada malo y que pronto volverá con su familia, sólo confía en él y confía en mis palabras —respondió tío Nel en tono tranquilizador y mirándola directamente a los ojos para que viese en los suyos que no había nada de lo que preocuparse.

 

Daisy se sentó a la mesa, reflexionó por unos momentos y dijo:

 

   —Está bien, confiaré en ambos. Me siento bien por un lado, por saber que él está bien, ¡pero algún día alguien deberá explicarme todo esto! —sentenció.

 

Sam volvió de su habitación y se incorporó a la mesa sin querer entrar en la conversación.

 

   —Mmmm... ¡Qué buena pinta tiene esto, mamá!

 

Su madre sonrío, y se pusieron a comer. Justo en ese instante, llamaron al timbre.

 

   —No te levantes, ya voy yo, Sam —dijo Nel dirigiéndose hacia la puerta— Jim, ¿cómo tú por aquí?

   —Sr. Maison, ¿qué tal? Me envía mi madre, hizo esta tarta para dar la bienvenida a los nuevos vecinos —señaló Jim enseñando una tarta que llevaba en las manos.

   —Vaya, vaya, tu madre tan cortés como siempre. —bromeó Nel.

   —Bueno, ya la conoce — sonrió también Jim.

   —¿Quién es? — preguntó Daisy.

   —Es Jim, vuestro vecino de al lado, trajo una tarta —respondió Nel desde la entrada.  La madre de Sam se levantó de la mesa y acudió a la puerta.

 

   —Oh, ¡qué detalle! Pero pasa hijo, pasa.

   —Gracias, señora — dijo Jim.

 

La mujer cogió la tarta agradecida, todos entraron en el comedor y se sentaron a la mesa.

 

   —¡Hola, Sam! ¡Buen provecho! — dijo Jim.

   —Gracias, un detalle lo de la tarta de tu madre —reconoció Sam.

   —Sí, bueno, así es mi madre.

   —Ah, ¿pero ya os conocíais? —preguntó Daisy.

   —No, bueno, nos hemos conocido esta mañana en la librería del tío Nel — respondió su hijo.

   —¿Has comido ya? —dijo Daisy dirigiéndose a Jim.

   —Sí, señora, ya comí, muchas gracias.

   —Y, bueno, Jim: ¿preparado para el lunes ya? Tendrás ganas de volver a la escuela — preguntó Nel.

   —Sí, claro, y sobre todo de que llegue esta noche para la fiesta de bienvenida. Es casi lo mejor—respondió Jim sonriendo.

—¡Ah! ¿Pero montáis fiestas en la escuela y todo? — intervino Sam.

   —No, bueno, la escuela es muy estricta en esto de las fiestas, pero hay un club en un pueblo cercano en el que nos reunimos todos un par de días antes de que empiecen las clases y al terminar el curso. Supongo que vendrás esta noche ¿no?

 

   —¡Sí, claro! Aunque yo no sé dónde es.

   —Bueno, no te preocupes por eso, yo te vendré a buscar a eso de las diez. ¿Te parece?

   —Genial — respondió Sam sonriendo.

   —Bueno, familia, yo me tengo que marchar, que es hora de hacer un poco de ejercicio, sólo pasé a dejar el encargo de mi madre y a saludar — indicó Jim.

   —¿Ejercicio? — quiso saber Sam con curiosidad.

   —Sí, me gusta montar en bici y pasear por el valle. Si te apetece puedes venirte.

   —Me gustaría, la verdad, pero hoy no, acabo de llegar y aún tengo todo patas arriba.

   —Bueno, pues cuando te apetezca, ya sabes — dijo

Jim, mientras se dirigía hacia la puerta de la casa.

   —Dale las gracias a tu madre, Jim, y dile que un día de estos iré a visitarla — le pidió Daisy.

   —De acuerdo, señora Maison, se lo diré. Un placer conocerla.

   —Igualmente hijo.

 

Sam acompañó a Jim a la puerta y ahí los dos se despidieron hasta más tarde, mientras Daisy y Nel se volvieron a sentar en la mesa. Sam dijo sentirse algo cansado del viaje, le apetecía descansar un rato para poder estar despejado para la fiesta a la que había sido invitado esa noche, así que subió a su cuarto, se tumbó en la cama y cogió el libro que le había dado su tío. En la portada había una estrella con cuatro puntas y otra pequeña estrella en medio, no tenía ningún título, lo abrió por la primera página, donde ponía «Iniciación, primeros pasos del desarrollo mental». Empezó a leer y, al pasar a la segunda página, vio que había como un pequeño papel enganchado, un círculo blanco. Continuó leyendo y siguió las indicaciones que le marcaba el libro: puso su mano a unos pocos centímetros del papel, abrió bien sus dedos, empezó a moverlos suavemente, fijó su atención en el pequeño círculo y, de repente, el pequeño trozo de papel empezó a levitar suavemente. Sam se quedó asombrado, retiró su mano del libro y el pequeño papel volvió a caer sobre la página.

 

   —¡Cielo santo! Entonces... ¡Es cierto! ¡Puedo mover cosas con la mente! — murmuró.

 

Se quedó entre confuso y entusiasmado por aquel suceso, pero recordó la fiesta de la noche y que se sentía algo cansado, incluso más que antes, por lo que cerró el libro y se recostó de nuevo sobre la cama.

 

Algo más tarde, y después de estar charlando con Daisy de cómo habían sido esos últimos dos años en la vida de cada uno, el tío de Sam volvió para abrir la librería, ya era tarde y en la puerta le esperaba Sally. La librería del tío Nel, era muy parecida a todas las casas de alrededor, toda de madera, en su interior nada más entrar, podía verse un mostrador a mano izquierda y tres pasillos de frente, separados por estanterías de madera y repletas de libros, a un lado había una puerta que parecía conducir a los aposentos privados de Nel.

 

   —Sally, ¡lamento el retraso! Me entretuve en casa de mi sobrino.

   —Descuide, señor Maison, es normal, ya suponía que hoy abriría un poco más tarde.

Entraron en la librería y ella se puso a ordenar unos libros que había sobre el mostrador.

   —Bueno, Sally, ¿qué te parece mi sobrino? — preguntó Nel mientras revisaba unas facturas.

   —¡Me parece simpático! — respondió Sally mientras seguía ordenando libros y sin querer darle importancia a la conversación.

   —¿Sí? Bueno, hoy está algo desorientado, es su primer día en el valle, quizás podrías enseñarle los alrededores y así conocerle más, ¿no? — propuso Nel con picardía.

   —Señor Maison, ¿intenta ligarme a su sobrino?

   —¡No, por Dios! No me malinterpretes. Aunque no seríais mala pareja, no te creas — reconoció Nel esbozando una tímida sonrisa.

   —Bueno, no está mal, es bastante guapo, pero yo no soy una chica fácil.

 

   —Hay que ver cómo sois los jóvenes — comentó Nel a carcajadas.

   —¿Acaso le ha dicho Sam algo de mí?— preguntó ella tratando de disimular su interés sin conseguirlo demasiado.

   —Pues no. Pero bueno, hay cosas que se notan ¿no crees?

   —No sé, creo que es pronto para notar nada, una primera impresión que no está nada mal y poco más, además, usted sabe que hace poco salí de una relación y no estoy muy por la labor de volver a meterme en otra.

   â€”Eso no era una relación, Sally, salías con el mismo demonio, no sé cómo pudiste ni siquiera fijarte en Colt — le recordó el hombre.

   —Antes de salir con él se mostraba encantador conmigo, era muy dulce y atento, fue después cuando empezó a cambiar, sobre todo cuando empezó a salir con la pandilla de las motos —explicó ella con voz irritada.

 

Nel se quedó mirando a Sally y le dijo:

 

   —¿Irás tú también a la fiesta esta noche?

   —No lo sé, hay ciertas personas con las que no me gustaría encontrarme allí. ¿Su sobrino irá?

   —Sí, mi sobrino irá con Jim.

 

En ese instante entraron dos chicas y un chico, Dana, Lucía y Jon, con libros en la mano para devolver a la librería.

 

   —¡Hola, Sally! — dijo Lucía.

   —Hola, Sr. Maison — saludó Jon.

   —¡Hola, chicos! ¿Cómo estáis? — preguntó Sally.

   —Muy bien, preparadas para esta noche. ¿Vendrás?— dijo Dana.

   —No lo sé. Justo ahora hablaba de eso con el Sr. Maison, es que no quiero encontrarme con Colt allí.

   —Pero pasa de él, tú tienes que seguir tu vida y él la suya ¿no? — dijo Lucía.

   —No seas tonta, lo pasaremos bien — insistió Dana.

   —Yo en cosas de chicas no me meto — intervino Jon.

   â€”Eso, tú mejor calla — terminó Lucía.

 

Los cuatro chicos se pusieron a reír tras el comentario; Jon era el hermano de Lucía y tenía fama de no haber roto nunca un plato a pesar de su aspecto atlético, era un chico muy callado, con su cabello marrón claro tirando a rubio y unas pequeñas pecas sobre sus pómulos, Lucía era una chica más extrovertida, con su melena negra larga, también tenía unas pequeñas pecas al igual que su hermano y una silueta delgada y Dana era la pelirroja del grupo, con un rostro muy dulce y una sonrisa siempre en su rostro, que denotaba su carácter risueño.

 

   —¿Sabéis qué? ¡Tenéis razón! ¡Iré! — dijo Sally.

   —Muy bien, así me gusta — opinó Lucía.

   —Pero sé puntual, que ya tengo que esperar a mi hermana bastante rato y luego ir a buscar a Dana, así que, por favor, estate lista sobre las nueve y media que pasaremos a buscarte, ¿sí? — dijo Jon.

   —¡A sus órdenes, señor! —respondió Sally en tono jocoso.

 

Volvieron todos, incluido el Sr. Maison, a echarse a reír. Dana, Lucía y Jon dejaron los libros sobre el mostrador y salieron por la puerta despidiéndose de Sally y de Nel.

 

   —Pero ¿cómo voy a ir a la fiesta, Sr. Maison? Vendrán a buscarme a las nueve y media y usted cierra a las diez.

   —No te preocupes, criatura, ordena estos libros y ya te puedes marchar, así tendrás tiempo de ponerte bien guapa — le dijo Nel entre risas.

   —¡Es usted un encanto! — dijo Sally cogiendo apresurada los libros que habían dejado sus amigos y corriendo a colocarlos en su lugar.

 

Mientras tanto, Sam ya se había despertado y empezó a rebuscar en su armario qué ponerse, su madre ya se había encargado de haberle vaciado y colocado todo lo de la maleta. Sacó un traje algo informal, vaqueros y camisa, se cambió y sintió que llamaban a la puerta. Daisy acudió a abrir y vio que era Jim que venía a buscar a su hijo.

 

   —¡Sam! ¡Es Jim! — gritó la señora Maison desde el pie de las escaleras.

   —En seguida bajo — respondió Sam mirándose por última vez al espejo antes de bajar apresurado las escaleras — Hola, Jim, ya estoy.

   —Perfecto. ¿Nos vamos?

   —¡No volváis tarde! —dijo la señora Maison mientras los chicos salían por la puerta.

 

   —Descuida, mamá, pero no me esperes despierta — respondió Sam dándole un ligero beso a su madre en la mejilla.

 

Los chicos caminaron por la calle en busca del coche de Jim, se subieron a él y se marcharon; ya camino de la fiesta empezaron a charlar.

 

   —Bueno, ¿qué tal tu primer día por el momento? — preguntó Jim.

   —Pues por el momento muy bien — respondió Sam sin querer entrar en detalles, aún no sabía en quien podría confiar en aquel lugar, aunque tenía el presentimiento que aquel chico y él se llevarían muy bien — Por cierto, ¿cómo está por aquí el tema chicas?

   —Pues la verdad es que no está nada mal — comentó Jim entre risas.

   —¿Y Sally? ¿Tiene novio? — Sam dejó caer la pregunta sin querer mostrar demasiado interés.

   —Vaya, vaya, no pierde el tiempo el chico nuevo, ya se ha fijado en nuestra rubita del valle, jeje.

   —Bueno, es curiosidad más que nada — comentó Sam.

   —Es broma, hombre, pues la verdad es que creo que ahora está libre, sé que estuvo saliendo con Colt, pero no era buena compañía.

 

   —Ummm, así que libre... Bueno, ¿y tú qué tal?

¿Tienes novia en el valle?

   —Bueno, digamos que no, aunque sí tengo una amiga especial, una chica a quien le tengo un cariño muy grande, pero de momento es sólo eso, una amiga.

   —Ya veo, espero que no te moleste que te pregunte estas cosas.

   —No, hombre. Mira, ahí está el club.

 

Jim aparcó el coche no lejos de la entrada y los chicos se bajaron y entraron al club, un bar que parecía algo rústico, casi todo de madera: una barra en un lado con sillas y mesas y una pista de baile en el otro lado. Se acercaron a la barra y allí estaba Jon.

 

   —¿Qué pasa, Jon? — saludó Jim.

   —Hombre, Jim, ¿cómo va la cosa? — contestó Jon dándose la vuelta.

   —Pues ya ves, de vuelta a la escuela. ¡Ah! Os presento. Éste es Sam, es hijo de Tom Maison — dijo Jim con una sonrisa.

   —¿En serio? Un placer, tío, ¡qué gran tipo tu padre! Nos hablaba mucho de ti cuando éramos más pequeños — recordó Jon.

   —Vaya, pues a mí nunca me habló de nada de esto — dijo Sam sin abandonar su sonrisa aunque por dentro se sentía algo fastidiado por ser el último en enterarse de todo.

   —Vamos con las chicas que están en aquella mesa —propuso Jon.

 

Los chicos se acercaron a la mesa donde estaban Dana, Lucía y Sally.

 

   —¡Hola, Sam! — dijo Sally.

   —Ah, pero ¿ya os conocíais? — se interesó Jon.

   —No, tonto, nos conocimos esta mañana en la librería de su tío, ¿o es que no recuerdas que trabajo allí? — dijo Sally con burla.

   —¡Ah, claro! Bueno, pues te presento a Lucía, mi hermana, y a Dana — dijo Jon.

   —Un placer, chicas — contestó Sam.

   —Igualmente, guapetón — dijo Dana con un guiño.

   —Bueno, ¿y todos empezáis este año en la escuela del valle? — preguntó Sam medio sonrojado.

   —No, a ver, para Dana, Jim y para mí será nuestro segundo año ya en la Escuela de los Sueños — indicó Jon.

   —Y los demás, novatos como tú. Aunque al llevar años viviendo en el valle tendrán algunas nociones de lo que allí sucede, una pequeña ventaja — añadió Jim.

   —Vaya, ¡qué bien! Todo está resultando muy emocionante desde que he llegado — comentó Sam.

 

   —Y lo que te queda por descubrir — contestó Sally.

   —Vamos a bailar — propuso Jon llevándose a Dana hacia la pista de baile. Jim también se animó, cogió de la mano a Lucía y se la llevó consigo a bailar. Sam y Sally se quedaron a solas, sentados y sonriendo, viendo cómo sus amigos se divertían.

   —¿Y tú? ¿No bailas? — preguntó Sam.

   —Hoy estoy algo cansada, quizás me anime luego. Oye ¿y qué te parece todo lo que has visto hasta el momento?

   —Pues, si te digo la verdad, pensaba que esto sería un valle de lo más aburrido, con animalitos y cosas de esas, no sé, en plan acampada, y la verdad es que está resultando genial hasta el momento — dijo Sam sin dejar de mirarla.

   —Bueno, es un sitio pequeño, pero no nos lo pasamos mal del todo —sonrió Sally, haciendo sonreír también a Sam que no quiso perder más el tiempo.    

   —Estás muy guapa —le dijo mostrando todo su interés en ella.

   —Vaya, gracias, tú tampoco estás nada mal — dijo Sally con una sonrisa y dándole un último trago a su cerveza.

   —A mí también se me acabó la cerveza, ¿te apetece otra?

 

   —No suelo beber, pero, bueno, otra más sí que me tomaría.

   —Muy bien, en seguida vuelvo.

 

Sam se dirigió a la barra a pedir las cervezas, levantó la mano al camarero para que lo viera y le pidió dos, las cogió, las pagó y, al darse la vuelta para volver a la mesa, vio a Sally discutiendo medio acalorada con un chico, se dirigió hacia allí y dejó los vasos con tranquilidad.

 

   —¿Qué pasa aquí? —preguntó mientras Sally seguía dando gritos.

   —¿Tú quién coño eres? ¿Qué quieres? — dijo Colt con voz de medio borracho.

   —Soy Sam, amigo de Sally, ¿quién eres tú?

   —Soy Colt, novio de Sally.

   —No eres mi novio, no seas mentiroso — respondió ella furiosa.

   —Vamos, nena, no te hagas la estrecha — dijo Colt agarrando a Sally y tratando de besarla.

   —¡Suéltame! — gritó la chica.

 

Sam no aguantó más, los separó interponiéndose entre ambos y empujó a Colt para que se alejase de la chica. Colt se enfureció ante tal intromisión y le dio un puñetazo a Sam que cayó sobre la mesa tirando todo lo que había encima. No quería que su comienzo en aquel lugar fuese así pero no soportaba que un hombre se creyese con derecho a hacer con una mujer lo que le viniese en gana. Cerró los puños con fuerza y arremetió contra Colt dándole un puñetazo en el estómago y haciendo que se doblase. Cuando pensaba que ya estaba el tema zanjado, se dio media vuelta para comprobar cómo estaba Sally, pero Colt lo agarró por detrás y los dos cayeron al suelo sin dejar de darse golpes el uno al otro. Al darse cuenta de lo que sucedía, Jon y Jim acudieron corriendo a separarlos.

 

   —¡Basta ya, Colt! — dijo Jim agarrándole del cuello y retorciéndole el brazo por detrás de la espalda, mientras Jon sujetaba a Sam para que se tranquilizase y lo dejase ir.

   —Suéltame, está bien, está bien — dijo Colt levantando las manos a modo de rendición.

   —Estás borracho tío, lárgate de aquí —le ordenó Jon.

   —Muy bien, me largaré, aunque tú y yo ya nos veremos, pipiolo — advirtió Colt señalando a Sam.

 

Jim era un chico muy fuerte y causaba respeto por su aspecto atlético, ante la amenaza que acaba de soltar Colt apretó un poco más y le advirtió que no se acercase más a ellos. Colt, que al igual que Sam tenía los labios llenos de sangre por la pelea, captó el mensaje y se relajó, entonces lo soltó. Colt se marchó y Sam se quedó con el resto de los chicos intentando recuperar la compostura.

 

   —¿Qué ha pasado, Sam? — preguntó Jim.

   —¿Y yo qué coño sé? Estaba molestando y sólo quise hablar, pero se lio a hostias conmigo sin más — dijo Sam.

   —Es todo culpa mía, lo siento mucho, os dije que no tenía que haber venido — musitó Sally con los ojos llorosos por la escena que acaba de protagonizar.   

   —No ha sido culpa tuya, estaba borracho el tío y ya está, pero ya se fue — contestó Sam limpiándose la boca de sangre.

   —Sí, Sally, ya se ha ido, ¡tranquila! — dijo Lucía abrazándola.

   —Bueno, Sam, bienvenido al Valle de los Sueños. Como puedes ver, aquí no te aburrirás — bromeó Jon sonriendo para quitarle importancia a lo sucedido.

   —¡Ya veo, ya! — contestó Sam intentando sonreír, aunque sólo pudo conseguir una mueca medio torcida por el dolor.

 

Al final, todos los chicos restaron importancia a lo sucedido aunque ya se había enrarecido el ambiente y todos sintieron que la noche había acabado ya, así que viendo que se hacía tarde empezaron a despedirse. Sam se fue con Jim, y las chicas se fueron con Jon. De vuelta a casa, ya en el coche, Sam y Jim empezaron a hablar.

 

   —¿Esto es siempre así? — preguntó Sam.

   —¡No! ¡Qué va! Siempre hay algún borracho suelto en todos los bares, ¿no? — respondió Jim.

   —Sí, ¡también tienes razón!

   —Aunque me preocupa un poco que haya sido Colt, no era mal tío antes pero cambió mucho, sobre todo en su primer año en la escuela, se empezó a juntar con malas compañías y ahora anda algo mal de la cabeza, dejó el valle y se fue a vivir a la Aldea de la selva. Además, también le dejó Sally y no sé si eso lo asimiló muy bien.

   —Pues, por lo que yo he podido observar, muy bien no lo ha asimilado, no — añadió Sam frotándose la mandíbula ya amoratada.

   —Me preocupa un poco lo que pueda pasar. Sus amigos, estos de los que te hablo, no estaban esta noche si no se podía haber liado gorda, porque son unos folloneros de cuidado, y es que en la Aldea de la selva hay unos cuantos personajes que es mejor no tener nada que ver con ellos.

   —Vaya, ¡un día completo hoy!

   —Bueno, no le demos más vueltas, a ver si mañana te animas y vamos a dar un paseo con las bicis, a mí me encanta a media tarde salir un rato, se respira vida en este valle, deberías probarlo —propuso Jim.

   —¡No me parece mala idea!

   —Bueno, pues ya llegamos, descansa un poco y mañana hablamos un rato si te parece, ¿vale?

   —Muy bien. ¡Ah! Gracias por todo, dentro de lo malo, me lo he pasado muy bien — reconoció Sam bajándose del coche.

   —De nada, fiera, ¡qué descanses!  â€”dijo Jim moviendo de nuevo el coche para aparcarlo cerca de su casa.

   —¡Hasta mañana! — gritó Sam a Jim que ya se estaba alejando.

 

Después subió por el pequeño sendero hasta su casa sacudiendo la cabeza para alejar de su pensamiento las imágenes de su pelea con Colt, no era algo de lo que se orgulleciese y no quería que lo sucedido amargase su llegada a aquel lugar tan especial ya para él —Mañana será otro día — pensó para sí y entró en casa dispuesto a olvidar lo sucedido.

 

 

 

 

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