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—Vaya, ahora me siento mal, sé que no debería haberlo hecho — respondió el niño bajando la cabeza con el rostro lleno de culpabilidad.

—No te preocupes, vuelve con ellos, ya verás que no te guardan ningún rencor, pero recuérdalo la próxima vez, porque si se repite, sólo conseguirás que tus amigos te den de lado y no quieran jugar contigo — le dijo Hugo con una sabiduría impropia de un crío de su edad.

El niño se levantó de aquel banco y se dirigió de nuevo hacia el campo de fútbol, pero al llevar unos metros andando, se giró hacia Hugo y le dijo:

—Hugo… ¡gracias! — dijo aquel niño que había aprendido una lección muy valiosa, y Hugo se limitó a dedicarle una tierna sonrisa y a asentar con su cabeza ante aquel agradecimiento.

—No sé cómo lo haces Hugo, es increíble, ¡encuentras solución a todo! — le dijo Sara, que había observado toda aquella situación sin decir nada.

—No todo se puede solucionar Sara, pero si aplicamos la lógica a las cosas, todo es mucho más sencillo.

—¡Tienes ocho años! como yo — dijo ella con admiración — y te comportas como si fueras el papá de todos, además lees un montón de libros en lugar de jugar, como hacen los demás.

—De los libros se puede aprender mucho, y la verdad es que la biblioteca de este lugar es muy completa, deberías probar alguna vez — dijo él con una sonrisa.

—Ya, pero es que encima no te pones a leer historias de aventuras ni nada de eso, sólo libros de cosas de la mente y no sé…, no es muy normal — dijo ella un tanto sorprendida.

—Me gusta mucho leer y también leo libros de aventuras, listilla —respondió él con una sonrisa  — pero me gusta descubrir cosas nuevas, ¡ni te imaginas todo lo que se puede aprender de muchos de esos libros! Seguro que cuando lees algún libro de aventuras, ves esa historia en tu cabeza y ya no piensas en otra cosa. Pues cuando lees un libro sobre autoayuda o desarrollo personal, ocurre algo muy parecido. La verdad es que hay veces que pienso que todo eso debería formar parte de una asignatura en este centro, porque nos descubriríamos un poco más a nosotros mismos y podríamos evitar lo que acaba de suceder hace un rato — explicó Hugo a Sara, que le escuchaba con cara de circunstancia sin comprender muy bien sus palabras.

—Pero Hugo, ¡somos niños! No entiendo nada de lo que dices y soy la que más te conoce, todo eso es para los mayores, ¿no te parece?

—Según alguno de los libros que he leído, es casi mejor aprender ciertas cosas desde niños porque después, cuando eres más mayor, entre el trabajo, el estrés y cosas así, nuestra mente se encuentra tan contaminada, que es realmente difícil abrirte a cosas tan importantes como puede ser la visualización de nuestro futuro.

—Hugo, ¿pero de qué hablas? —  Sara seguía totalmente atónita sin comprender las palabras de su amigo — Mira, lo único que yo sé es que estamos encerrados aquí y que pronto nos tendremos que ir, o a la calle o con familias que no conocemos.

—Te entiendo, pero la inocencia de algunos deseos pueden llegar a convertirse en realidad, si se crea un entorno de visualización continua en relación a ese deseo.

—¿Un entorno de qué? ¿En serio? Ve y diles eso a ellos, a ver qué te dicen — trató de ironizar Sara ante el comentario de Hugo.

Hugo no dijo nada, sabía que no entendería nada de lo que le contase. Sin duda Hugo vivía en otro mundo, un mundo rodeado de libros y una madurez que no correspondía a  un niño de ocho años, pero su mundo al fin y al cabo, en el que él se sentía muy cómodo rodeado de libros de adultos, tratando de comprender el mundo que le rodeaba desde otra perspectiva, alternando su día a día entre las cosas más comunes de un niño de su edad y la sabiduría más absoluta del mundo adulto a través de la lectura.

Todo lo que Hugo pretendía era ver a sus padres, su regreso. Tenía esa imagen en su cabeza una y otra vez, con el pleno convencimiento de que eso era una realidad, quizás futura, pero una realidad, y estaba seguro de que cada gesto de bondad y cada acción de solidaridad le haría tener cada día más cerca ese sueño, porque creía fervientemente en que todo lo que uno hace en la vida es como un “boomerang”: cada una de las acciones que realizamos, la vida termina por devolvérnoslas con el paso de los años. Su lema estaba claro: no hagas nunca lo que no te gustaría que te hiciesen y todo aquello que das en el presente será lo que recibirás en el futuro.

Hugo y Sara se levantaron en silencio de aquel banco en el que estaban sentados y emprendieron el camino hacia el interior del centro, la campana que indicaba el final del recreo había sonado ya y tenían que continuar con sus clases.

Día tras día el devenir de Hugo se centraba en no perder la “fe” sobre el propio mundo que había creado a su alrededor. Seguía viendo niños partir de aquel lugar para ser adoptados, pero eso ya no le entristecía tanto. Sobre todo tras haber visto al primer niño ser expulsado por haber cumplido los diez años y no haber encontrado una familia, eso cambió de forma drástica ese sentimiento de “pena” que se le presentaba al ver como un niño era adoptado, y ahora deseaba con todas sus fuerzas que nadie fuese expulsado de aquel lugar y todos pudiesen encontrar una familia.

Hugo cumplió los nueve años y sabía que ya no le quedaba mucho más tiempo para compartir con sus compañeros en el internado, además había vivido ya la expulsión de dos niños y en cada una de ellas su corazón se había partido en mil pedazos, dado que no sabía qué podría pasarles en la soledad de las calles. Su único consuelo era la presencia de Sara que, por suerte para él, aún no había sido adoptada, aunque también sabía que a ella se le estaban acabando las oportunidades.

Un día Hugo estaba en una de las aulas mirando a través de un gran ventanal como solía hacer a diario, pensando y tratando de visualizar a sus padres, hasta que se le apareció por detrás Sara.

—Como siempre Hugo en su ventana, pensando en sus cosas — dijo la niña al acercarse a Hugo, mientras éste se giró y le dedico una dulce sonrisa.

—Ya me conoces, además tampoco hay nada que hacer después de las clases.

—No tienes mucho que hacer tú, los demás están jugando en el gimnasio.

—¿Sabes en qué estaba pensando antes Sara?

—Pues no, yo no soy tan lista como tú — le contestó ella en tono burlón.

—Pues estaba pensando en lo rápido que pasa el tiempo en este sitio, y que cada vez nos queda menos para los diez años… también pensaba en que mi cumpleaños es un mes antes que el tuyo, y si nadie nos adopta quiero que sepas que no te dejaré estar sola por las calles y que te esperaré si eso ocurre y cuidaré de ti…no sé cómo, pero lo haré. Te lo prometo Sara — dijo Hugo con voz suave, mientras a Sara se le humedecían los ojos pensando en ese momento tan temido para ella.

—Gracias Hugo, eres muy bueno, ¿lo sabías? — dijo Sara emocionada y abrazándose a él.

Hugo tenía claro muchos de sus objetivos y en su extraña madurez parecía no entender que un chico de su edad debía disfrutar de su niñez de otro modo, pero él no era un chico normal, y todo lo que hacía, todo lo que decía, todo lo que sentía… le salía del corazón, porque su generosidad no conocía barreras ni límites.

Al acercarse el invierno, Hugo vivió un episodio en su vida que no podría olvidar fácilmente, por mucho que quisiera. La primera semana de diciembre, como era costumbre en aquel lugar la primera semana de cada mes, llegaron parejas en busca de un niño a quien adoptar. Ya hacía varios meses que Hugo y Sara estaban en el aula de adopción cuando eso ocurría, y siempre se comportaba de la misma manera: trataba de que no le eligieran haciéndose el enfermo o poniendo cara de “niño malo” para que no se fijaran en él, pensando en cada momento en los demás antes que en él mismo. Ese día tampoco fue una excepción y se puso al lado de Sara, algo que solía hacer por costumbre, entraron los futuros padres y fueron mirando uno a uno a los niños que se encontraban en fila en aquella sala.

—Madre mía, que difícil elección, son todos una monada — dijo la mujer que había llegado al centro con la intención de adoptar a un niño.

—Como ya les he explicado antes, nuestra recomendación es que den prioridad a los niños más pequeños o a las niñas más grandes, para que no puedan verse en las calles — les recordó el educador que les acompañaba.

—¡Ay! Mira este niño, Juan, tan chiquitín… es una preciosidad — dijo ella a su marido, señalando a uno de los niños más pequeños.

—Ya hemos hablado de esto antes Mariana, no podemos tener un niño tan pequeño, ambos trabajamos y tiene que ser un niño más grandecito, para que pueda valerse cuando no estamos en casa — le recordó el hombre a su mujer con tono firme.

—¿Y éste? — dijo ella, señalando a Hugo.

—Éste tiene una cara de pillo tremenda, no me convence — respondió el hombre pasando de largo, mientras Hugo ponía una de sus caras de niño travieso que ya tenía más que ensayada.

—¿Y la niña? Podría incluso ayudarnos en casa, y tiene una carita de ángel preciosa, con el pelito rubio como yo — dijo Mariana, acariciando los cabellos de Sara.

—Me gusta, sí, parece una buena chica, ¿Cómo te llamas pequeña? —le preguntó el hombre a la niña.

—Me llamo Sara, señor — respondió la niña con dulzura.

—Y dime, ¿te gustaría venirte con nosotros? No te faltará de nada, y te cuidaremos bien — le preguntó el señor intentando suavizar su gesto, Sara no dijo nada, pero asintió con la cabeza y le sonrió amablemente.

—Pues decidido, nos quedamos con Sara — le dijo aquel hombre al educador.

—Perfecto, enseguida preparamos sus cosas, vengan conmigo y terminamos de rellenar los documentos… ¡vamos Sara! — dijo el educador, antes de salir del aula con los nuevos padres y con Sara, que hasta ese momento había sido la mejor compañera de viaje de Hugo.

Al atravesar la puerta, y cuando Juan y Mariana ya habían agarrado de la mano a Sara, ésta giró su cabeza para tratar de despedirse de Hugo. Él no lo pudo resistir y su cara se llenó de lágrimas entre la alegría que sentía porque su mejor amiga por fin había logrado salir del orfanato con una nueva familia, y la tristeza de no volver a tenerla a su lado.

Sara le dedicó una sonrisa a su amigo, mientras también brotaban un par de lágrimas de sus mejillas, y Hugo le dijo  entre susurros “Te quiero”, entonces Sara cerró los ojos emocionada y volvió a girar su cabeza al frente.

—¿Por qué lloras pequeña?, ¿es que no estás contenta por venir con nosotros? — se escuchó preguntar a la nueva madre de Sara, cuando ya se encontraban en el pasillo.

—Sí, mucho, es de emoción señora — respondió la pequeña aliviada y triste a la vez.

Hugo permaneció de pie en aquella fila con la cabeza agachada. Un profundo sentimiento de tristeza se había apoderado de su corazón, la sensación de soledad que le había dejado la marcha de Sara era sin duda un duro golpe para él. El resto de chicos salieron al patio trasero a jugar por orden del educador, mientras Hugo se quedó solo, sin moverse y sumergido en sus pensamientos y recuerdos que sabía que jamás podría olvidar, toda una película deambulaba por su mente y todos los momentos vividos junto a Sara circulaban a gran velocidad por sus recuerdos. No habían pasado ni cinco minutos desde que ella había salido por aquella puerta y una tremenda nostalgia se había apoderado de su mente y su corazón.

Entonces entró uno de los educadores del centro al aula y vio al niño de pie, allí en medio cabizbajo y con los ojos cerrados, y se acercó hasta él.

—¿Qué te ocurre Hugo? Deberías estar contento, ahora Sara tendrá unos padres y tendrá una vida plena — le dijo el educador abrazándolo y tratando de consolarlo.

—Sí, lo sé — se limitó a contestar Hugo con voz triste.

—Pero has de cambiar Hugo, no debes actuar de esa manera cada vez que nuevos padres vienen en busca de adopciones, no puedes estar fingiendo continuamente que estás enfermo o poniendo cara de mal chico, así nunca te adoptaran y al final tendrás que irte solo a buscarte la vida en las calles — le recordó el educador, tratando de hacerle entrar en razón.

—Eso no me preocupa, los demás también lo necesitan y más que yo, sé que mis padres vendrán a buscarme, no sé lo que tardaran, pero seguro que vendrán — respondió el niño plenamente convencido.

—Hugo, es muy bonito que pienses en los demás, pero de vez en cuando procura pensar un poquito en ti, créeme que ninguno queremos que te vayas, y que tu presencia aquí es una bendición para muchos de nosotros, pero las normas son para todos sin excepción, y el año que viene tendrás que irte.

—Le agradezco su consejo, de verdad, pero soy así, para bien y para mal, y no me arrepiento de serlo — dijo Hugo encogiéndose de hombros, algo más recuperado. Después salió del aula sin decir nada más.

Cuánta razón tenía el educador, pero Hugo no podía remediarlo, todo su mundo se resumía en bondad y generosidad para el prójimo, nada le hacía más dichoso, que ver como alguien recuperaba la sonrisa o se sentía feliz por un gesto suyo, ya fuese infundado o no por él mismo.

Las semanas iban pasando a gran velocidad, y Hugo se mantenía en su comportamiento, a pesar de ser consciente de lo que le ocurriría dentro de pocos meses. Ayudaba a toda aquella persona que se cruzase en su camino, pero ninguno de sus compañeros había logrado reemplazar a Sara, y la sensación de que sus padres tardaban demasiado en regresar a su lado iba en aumento, a pesar de eso él seguía todos los días, asomándose a la ventana y deseando verlos aparecer en cualquier momento.

Un nuevo giro en la vida de Hugo tuvo lugar en el transcurso del siguiente año. Llegó su décimo cumpleaños y la celebración fue amarga para todos. Él procuraba no mostrar sus verdaderos sentimientos en ningún momento, para así no incomodar a ninguno de sus compañeros ni educadores, y trataba de restarle importancia al hecho de no haber sido adoptado todavía, pero todos los allí presentes sabían que lo que se avecinaba no era bueno para nadie. Todos los educadores y cuidadores del orfanato se pusieron de acuerdo y decidieron reunirse con el director para intentar que, al menos por esta vez, pudieran pasar por alto la aplicación de la dura normativa del centro:

—Lo siento, las normas son las normas y son para todos igual, sin excepciones, no podemos saltárnoslas bajo ningún concepto. Aunque soy consciente de las buenas acciones que Hugo ha hecho durante los años que lleva conviviendo con nosotros, no puede ser — decía el director de manera tajante.

—Pero señor... — quiso insistir uno de los profesores de Hugo — Ese niño nos ayuda muchísimo con sus compañeros, nunca nos ha dado ni el más mínimo problema y siempre se ha desvivido por ayudar a los demás.

—No puede ser, lo siento — respondió el director tratando de no parecer un ser inhumano y sin sentimientos — Hugo es consciente de cómo se tiene que actuar en casos como el suyo, y entiende perfectamente que ésta no es una decisión que nos agrade tomar. Conoce las normas y se le ha insistido en que cambiase de actitud ante las parejas que se acercaban hasta aquí para adoptar a un niño, y nunca ha hecho caso. Yo mismo he visto como muchas parejas se fijaban en él, y en ese momento siempre se ponía a toser haciéndose el enfermo o se comportaba como un niño maleducado.

—Pero es porque siempre piensa en los demás antes que en sí mismo, no puede remediarlo — insistía otro de los cuidadores, haciendo que el director empezase a perder la paciencia.

—La decisión está tomada — dijo en tono más severo — ya hay niños que han sido expulsados al cumplir los diez años y también ha sido duro para mí en cada caso, pero el centro está desbordado, no tiene ninguna plaza libre y no me queda otro remedio que hacer cumplir las normas, sin excepción. Y no hay más que tratar, Hugo se irá mañana lo más tardar — sentenció.

Todos los que habían acudido a interceder por Hugo salieron de la oficina del director completamente desolados, sabían que habían hecho todo lo posible pero también sabían que en el fondo el director tenía razón, hacer una excepción sería crear un precedente ante el resto de los internos, y aunque Hugo fuese un niño muy especial y su marcha les dejase un enorme vacío en sus corazones, así tenía que ser.

Aquella noche nadie pudo conciliar el sueño, ni los profesores, ni los niños, ni tan siquiera el director. En la mente de todos estaba que apenas en unas horas dejarían de tener a su lado a un ser tan especial como lo era Hugo y cada uno se preguntaba qué sería de sus vidas sin su presencia, su generosidad y el cariño que siempre le mostraba a los demás.

A la mañana siguiente, uno de los educadores, el mismo que había acompañado a Hugo a su clase el día que llegó al centro, recogió los pocos objetos personales que tenía el niño allí después de tantos años, y con semblante triste se dirigió hacia el aula donde sabía que estaría él con el resto de los niños. Al entrar se encontró con una escena que no esperaba y que hizo que un enorme nudo se le formase en la garganta: Hugo estaba despidiéndose de sus compañeros uno por uno, dándoles un último consejo y consolándolos, sin derramar ni una sola lágrima, siempre con una sonrisa tranquilizadora en los labios, mientras que ellos eran incapaces de no dejarse llevar por la tristeza de perder a su amigo.

—No llores Nicolás — le decía a uno de los más pequeños y que lloraba desconsoladamente — ahora tienes que ser fuerte y cuidar de los demás, ¿me lo prometes? — el niño se calmó ligeramente y asintió con la cabeza limpiándose la nariz con la mano — Te los encargo a todos. Debes ser muy valiente, hazles siempre caso a los profesores y a los cuidadores, ellos siempre te ayudarán, ya lo verás. Y cuando te toque ir a la sala de las adopciones te comportarás como el niño bueno que eres, ¿vale? — le dijo con una dulce sonrisa.

—Vale Hugo — le dijo el niño gimoteando.

—¿Estás listo Hugo? — consiguió preguntar el educador aún emocionado por la escena.

—Sí señor, cuando usted quiera — respondió Hugo con total serenidad.

El educador le pasó el brazo por el hombro y lo acompañó hasta la salida del centro. En cuanto la puerta de aquella pequeña sala se cerró tras ellos,  pudieron escuchar los llantos de todos los niños que allí se encontraban, intentaron hacerse los valientes mientras Hugo estaba presente, pero con su ausencia ya no pudieron aguantar más la pena que les había dejado.

Al llegar a la verja del muro que separaba el que había sido su hogar por tantos años del mundo exterior que ahora le esperaba, Hugo se paró en seco, respiró hondo y fue a dar el siguiente paso, pero el educador, que al igual que los niños se encontraba destrozado por dentro, y ante el temor de no saber cómo Hugo iba a poder apañárselas al otro lado, lo detuvo, se puso a su altura y empezó a decir:

—Hugo…yo… — las palabras se le atragantaban y la emoción no le permitía continuar.

—No sufra por mí, se lo pido por favor, estaré bien — le dijo Hugo en tono de súplica a su acompañante, que ya no podía reprimir sus lágrimas por más que lo intentaba.

—Nunca había visto a tanta gente unida en un mismo sentimiento — consiguió decir después de inspirar y expirar fuerte varias veces — niños, educadores, todos te quieren, y no hemos podido retenerte aquí, lo siento tanto Hugo — le dijo tremendamente afectado mientras lo abrazaba.

—Ustedes han sido mi inspiración, son muy buenas personas, y han sido siempre muy atentos conmigo y con el resto de chicos. Me han hecho sentir que formaba parte de una familia y por eso siempre les estaré muy agradecido — dijo Hugo, tratando de evitar emocionarse y agarrando con fuerza su pequeña mochila.

—Te vamos a echar muchísimo de menos, eres el mejor ser humano que me he podido encontrar en toda mi vida, y el que está agradecido soy yo por haber tenido la oportunidad de haberte conocido. Si tienes algún tipo de problema por ahí fuera, el que sea, no dudes en regresar, que ya se nos ocurrirá algo para ayudarte ¿de acuerdo?

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