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Teresa salió con paso decidido, llevaba esperando este momento desde hacía mucho tiempo y deseaba saber qué era lo que él tendría que decirle tan importante que no podía hacerlo delante de los demás. Cuando atravesó la puerta lo buscó con la mirada entre la gente que se encontraba por allí, y lo vio apoyado en su coche cabizbajo y pensativo. Respiró hondo y se acercó con sigilo hasta donde él estaba.

 

—Así que… me dijo Pedro que querías hablar conmigo, ¿qué es eso que no puedes decirme delante de todos? —preguntó ella con una ligera sonrisa.

 

—Bueno… esto… yo quería… yo… —Dylan estaba tan nervioso que apenas era capaz de articular una palabra entera.

 

Nunca en su vida se había imaginado en una situación así, realmente aquella chica le gustaba de verdad como ninguna otra, y deseaba tenerla cerca en todo momento. Se había pasado todo el camino desde Barcelona pensando en ella y en lo que le diría para poder conquistarla definitivamente pero tenerla delante en aquel momento, mirándolo fijamente, esperando sus palabras lo dejaba sin aliento y sin respuesta.

 

Ella no estaba mucho más serena que él, estaba ansiosa por escucharle de una vez lo que tenía que decirle, tanto que empezaba a desesperarse:

 

—Dylan, por favor, que no tenemos toda la noche —pero Dylan seguía sin poder articular palabra. —Si me hiciste salir para quedarte como una estatua mirando te lo podías haber ahorrado, guapo —soltó ella con un bufido y se giró con rapidez con la intención de volver con los demás.

 

—Espera, no te vayas. —dijo él con la respiración entre cortada —llevo mucho tiempo esperando para poder tener esta conversación contigo y no sé por donde empezar.

 

—Pues yo diría que lo mejor es que empieces por el principio —respondió ella impaciente.

 

Dylan tomó aire y soltó todo lo que llevaba dentro.

 

—Sé que nos conocemos desde niños pero desde el verano pasado no he podido dejar de pensar en ti. La última noche que estuve en el pueblo nos la pasamos juntos, en la fiesta. Yo pensaba que entre tú y yo había algo especial y decidí que debía ir a por todas, pero luego pasó todo y nada salió como yo esperaba.

 

—Sí, yo también lo creía, pero cómo siempre tuviste que ir a ayudar a Pedro en una de las suyas y los dos terminasteis en el centro de salud con varios puntos —dijo Teresa molesta a pesar de que conocía de sobra el carácter de sus amigos y sabía que Dylan sería incapaz de dejar a Pedro solo en una pelea.

 

—Lo recuerdo muy bien, lo estropeé todo y no sabes cómo me he arrepentido todo el año.

 

—Sí, bueno, tampoco me llamaste ni supe más de ti en todo el invierno, las pocas noticias que tenía eran a través de Pedro y de Sergio, y ninguno me mencionó nada de aquello. Y no es que hubiese pasado nada importante, apenas llegamos a darnos un beso —dijo Teresa resentida.

 

—Lo siento, lo siento muchísimo, quise llamarte y mandarte miles de mensajes pero no sabía qué decir ni si tú querrías hablarme, y cada vez estaba más avergonzado. Nunca les conté a ninguno de los chicos nada de lo que casi...

 

—Tú lo has dicho, ¡casi! —interrumpió Teresa cada vez más enfadada.

 

Prácticamente se había olvidado de la causa por la que aquella noche no había pasado nada más hasta que Dylan le sacó el tema. No soportaba ningún tipo de violencia, había intentado detenerlo por todos los medios para que no se metiera en la pelea pero él no le había hecho caso y eso a ella le había dolido mucho. En el momento en el que Dylan dio el primer golpe ella salió corriendo y no lo volvió a ver más hasta ese día.

 

—Mira, ahora ya da lo mismo, ha pasado mucho tiempo y no podemos volver atrás y tampoco es que tú y yo tuviésemos nada, no pasó de un simple tonteo —dijo ella entristecida. —Además, fue mejor así, no es que fuese a funcionar, tú regresabas al día siguiente a Barcelona y aquí me iba a quedar yo, sola, esperando.

 

—Pero yo... Yo no... No tenía por qué haber sido así. No tenía que acabar así —Dylan veía que estaba perdiendo su oportunidad de arreglar las cosas y empezaba a desesperarse. —Ahora estoy aquí, tenemos un mes por delante y no sé, a lo mejor podemos... —se acercó a Teresa despacio y le agarró la mano con suavidad. —Podíamos retomarlo donde lo dejamos.

 

—¿Cómo? —Teresa dio un paso hacia atrás para separarse de él y se soltó con rapidez, ver que él no le daba apenas importancia a lo sucedido hacía que su nivel de ira subiese hasta límites insospechados —¿Piensas que con un "lo siento" y con poner cara de "" ya está? Pues no es así "forastero”. Aquella noche te rogué, te supliqué que no te metieras en la pelea, sabes de sobra que odio la violencia y sabes también porqué, pero a ti te dio lo mismo. Te advertí que si lo hacías no me volverías a ver y no te importó, fuiste igualmente y volviste a Barcelona con varios cortes. A pesar de todo lo que hablamos, de todo lo que yo te conté, yo no era importante para ti, o al menos no lo suficiente, así que no me vengas con que llevas todo el año esperando para verme y que no sabías qué decirme, no me cuela.

 

La respiración de Teresa se había vuelto rápida y su corazón latía a mil por hora, hacía mucho tiempo que quería soltar todo aquello pero hasta ese momento no había tenido la oportunidad. Ninguna de sus amigas tenía conocimiento de que aquella noche ellos dos estuvieran a punto de besarse, ni de que ella llevaba casi un año esperando que él le dijese alguna palabra al respecto. Se lo había callado y guardado para ella, pero ya no aguantaba más, casi un año esperando y ahora todo había salido por fin.

 

Dylan estaba tan sorprendido por la reacción de la chica que se quedó totalmente en blanco sin saber qué decir. Todo lo que ella decía era cierto, se metió en aquella estúpida pelea a pesar de que ella le pidió varias veces que no lo hiciese, y durante todo el invierno no tuvo el valor para disculparse tan siquiera. Pero creyó que el tiempo haría que todo fuese más fácil, y de nuevo se equivocaba.

 

Durante unos instantes le sostuvo la mirada hasta que ya no aguantó ver más la decepción en ella y bajó la cabeza. Estaba más avergonzado que nunca, más ahora por pensar que podía tener algo con ella como si no hubiese pasado nada. En ese instante supo que cualquier posibilidad de pasar las vacaciones de la mano de aquella joven morena se acababa de esfumar por completo.

 

Teresa intentó retener unas absurdas lágrimas que pujaban por salir, fruto de la rabia y de la impotencia, y escondió su cara como pudo. Trató de respirar más despacio para recuperarse y volvió a mirarlo directamente a los ojos.

 

—Lo siento, pero creo que es mejor que entre tú y yo las cosas queden como están. Hemos sido amigos toda la vida y no quiero que esto lo estropee, sería muy difícil e incómodo para los dos —dijo Teresa algo más tranquila —Cualquier chica de este pueblo e incluso de toda la región estaría dispuesta a ser tu amor de verano, no me necesitas en absoluto. Así que no volvamos a hablar de este tema y sigamos con nuestras vidas, ¿te parece?

 

Dylan asintió sin ganas y ella se dio la vuelta y volvió a entrar en el local. Poco después salió de nuevo en dirección a su casa, Pedro salió detrás sin comprender muy bien lo que había pasado y se encontró a Dylan a pocos metros cabizbajo, de pie, completamente inmóvil. Se acercó a él rápidamente y lo sujetó por el hombro para girarlo.

 

—¿Pero qué es lo que ha pasado aquí? Creí que querías que Teresa saliese para poder estar con ella, pero entró como una bala, se despidió de todos diciendo que le dolía la cabeza y se largó corriendo.

 

—La verdad es que la cagué, la cagué hasta el fondo y más allá —dijo Dylan sin dejar de mirar al suelo.

 

—Pero… ¿qué hiciste o qué dijiste? Porque cuando entró parecía estar bastante cabreada.

 

—Lo que no sabes es que justo la última noche que estuve en el pueblo, la noche de la fiesta, Teresa y yo tuvimos… bueno, estuvimos a punto de enrollarnos. Pero entonces oímos el follón que se había montado y Marta vino corriendo y gritando que estabas en apuros, yo fui a ayudarte y ahí acabó todo.

 

Pedro miró a su amigo con pena, recordaba aquella pelea, no la podría olvidar en mucho tiempo gracias sobre todo a un recuerdo que uno de aquellos chicos le había dejado en el costado.

 

 —Fue la noche que nos embroncamos con los de Coria, si no llegas a tiempo probablemente no la contaba. Uno de aquellos malnacidos tenía una navaja y me dejó un tajo aquí atrás —dijo Pedro señalando el costado izquierdo.

 

—Sí, lo sé, a mí me dejaron otro recuerdo en la ceja y el brazo. Pero cuéntaselo a Teresa, ella no puede ver una bronca ni de lejos y me pidió un montón de veces que no fuera, hasta me dijo que si lo hacía no le volvería a ver el pelo. Y así fue, cuando vinieron los de la local y se despejó todo aquello ella no estaba allí. Luego nos llevaron a urgencias y al día siguiente me marché.

 

—¿Y desde aquella no volviste a hablar con ella?

 

—¡Qué va! No tuve narices a hacerlo, al principio tenía miedo que ella no quisiera saber nada de mí, y después me pudo la vergüenza y dejé pasar el tiempo. Pensé que con el tiempo se le pasaría —reconoció encogiéndose de hombros —que al volver aquello quedaría como una absurda anécdota, pero me equivoqué. No me perdona que no le hubiese enviado ni un mísero mensaje, cree que lo hice porque no me importaba ella y ahora no quiere saber nada de mí, sólo como amigos.

 

—Bufff, amigo, ¡qué mal suena eso! Y con el genio que tiene esa chica me da que lo tienes muy crudo.

 

—Lo sé —dijo Dylan sin ánimos.

 

Después los dos volvieron al local y allí estuvieron un rato más antes de marcharse a Ceclavin para continuar la fiesta. Dylan se sentía derrotado y cansado, por lo que, en cuanto los demás se subieron a sus coches, él tomó el camino a la casa de sus abuelos sin dejar de pensar en todas y cada una de las palabras que Teresa le había dicho esa noche. Casi todo un año pensando en ella, en cómo sería su encuentro, temblando de emoción cada vez que su imagen se acercaba a su mente, recordando una y otra vez el momento en el que casi llegaron a besarse, deseando que aquel momento volviese de nuevo, y finalmente nada había salido como esperaba. Aunque por otro lado sus vacaciones apenas empezaban, en un mes tendría que empezar sus estudios en la universidad y no podía perderse ni un solo momento por estar lamentando algo que no pudo ser. Se acostó pensando en ella y allí se quedó hasta que finalmente se quedó dormido ya llegando el alba.

 

Los días transcurrieron como tormentas de verano, rápidos e intensos, llenos de risas y de buenos momentos en grupo. Por las mañanas Dylan se quedaba con sus abuelos para ayudarles un poco en la casa y disfrutar de su compañía, y por las tardes se juntaban todos en la piscina. Teresa era una más del grupo y así se trataban, sólo Pedro sabía lo que había pasado entre ellos y no quiso comentar nada a nadie al respecto, ni siquiera a su querida Marta de la que cada día estaba más enamorado, porque era consciente que ya era bastante incómodo para ellos como para que los demás supiesen algo más.

 

Al llegar el siguiente fin de semana todos quedaron en “la pista” para disfrutar de la noche de sábado, pero Teresa y su hermana, que no se separaba de Dylan desde que supo que éste estaba en el pueblo, no aparecieron, algo que extrañó a todo el grupo.

 

—¿Sabe alguien algo de Teresa? ¿No dijo esta tarde que nos veíamos en la noche? —preguntó Mónica con preocupación.

 

—A mí me dijo que venía, que aquí nos veía —contestó Marta igual de preocupada.

 

—Pues igual es que está intentando que “la niña” se quede en casa, porque últimamente no se le despega —comentó Sergio refiriéndose a Sonia, la hermana pequeña de Teresa.

 

—No le llames así que sabes que no le gusta, ya tiene quince y de niña tiene tanto como tú de guapo —le soltó Pedro justo antes de dar un largo trago a su cerveza.

 

—¡Anda! ¡Mira quién fue a hablar, el adonis! —Contestó Sergio mirándolo de arriba abajo —¿Pero tú te has visto en el espejo últimamente majo?

 

—Ya te digo yo que no, que si lo hace le caen siete años de mala suerte porque lo rompe fijo. —Dijo Dylan partiéndose de risa y muriéndose por dentro por saber por qué Teresa no estaba allí cuando ella siempre era la primera en llegar.

 

—¡Buah! Ya os gustaría a vosotros tener la presencia que tiene este cuerpo serrano. ¿A que sí, nena? —preguntó Pedro a su novia con una sonrisa de medio lado.

 

—Claro cariño, por supuesto, serrano pata negra, como los cerditos —respondió ella con ironía, arrancando las risas de todos.

 

Durante cinco minutos continuaron bromeando hasta que Julián se acercó con su inseparable su primo Roberto hasta la mesa en la que estaban todos.

 

—¡Hola a todos! ¿A qué vienen tantas risas? Pensaba que estaríais todos con Teresa —el grupo al completo se calló de repente y todas las miradas se concentraron en su amigo —¿Es que no os habéis enterado?

 

—¿Enterarnos de qué Julián? Habla claro por favor —le rogó Marta.

 

—Su padre apareció de nuevo en casa y le dio semejante paliza a su madre que la envió al hospital, ahora están allí las dos con ella.

 

—¿Y el padre? —Dylan sujetaba tan fuerte la botella que tenía la mano blanca.

 

—A ese cabrón lo pillaron hace un rato y se lo llevaron preso, a ver si de ésta no vuelve a salir en su puta vida.

 

Todos se quedaron mudos ante lo que estaban oyendo, en el pueblo era un secreto a voces que en casa de Teresa las puños y los golpes estaban a la orden del día, pero ella nunca había hablado del tema y nadie se lo había comentado jamás. Sólo un par de personas de entre las que se encontraban allí conocían perfectamente la historia, porque ella misma se lo había contado. Y los dos se levantaron a la vez para ir a su lado

 

—Marta, Dylan, ¿a dónde vais? —preguntó Mónica sorprendida por la rapidez de su reacción.

 

—Con Teresa —respondió Marta.

 

—Nos necesita y no vamos a dejarla sola en esto, a ninguna de las dos —siguió Dylan.

 

—Esperadme entonces —dijo Mónica.

 

—Y a mí —dijo Pedro.

 

Y uno a uno todos se unieron para ir a apoyar a sus amigas, se repartieron en los coches y arrancaron camino del hospital.

 

Teresa estaba sentada en la sala de espera del servicio de urgencias, con su hermana bajo su brazo que no paraba de temblar. Escuchó un numeroso grupo de pasos acercarse y supo que sus amigos ya estaban allí antes siquiera de verlos. El primero en llegar fue Dylan que se sentó a su lado y la envolvió en un interminable y fuerte abrazo, mientras Marta hacía lo propio con Sonia. Ésta no dejaba de llorar, mientras su hermana mayor simplemente suspiraba aliviada.

 

—¿Sabéis algo de Juana? ¿Cómo está? — preguntó Pedro que se encontraba de rodillas delante de ellas.

 

—Parece ser que tiene fracturas en la cara y en las costillas, y le están revisando también la pierna derecha —dijo Teresa sin levantar la cabeza.

 

—¿Vosotras estáis bien? ¿Os ha hecho algo? —preguntó Dylan con cautela.

 

—Estamos bien, cuando llegamos de la piscina nos encontramos con todo el panorama, ella en el suelo y él de pie dándole patadas. Yo no sabía cómo pararlo y sólo se me ocurrió arrearle con una silla, mientras que Sonia fue a por un cuchillo a la cocina, así conseguimos espantarlo.

 

—Debió ser horrible —comentó Marta —menos mal que a vosotras no os ha tocado, pero, ¿por qué tu madre no pidió ayuda? ¿Cómo es que lo dejó entrar?

 

—No lo hizo —esta vez fue Sonia la que habló aún con lágrimas en los ojos —entró por el patio sin que ella lo viese y le dio un primer golpe en la cabeza, no lo vio venir.

 

—Será cobarde el muy... —comentó Sergio con rabia.

 

—Bueno, ahora lo importante es que vosotras estáis bien y Juana ya está siendo atendida. A vuestro padre ya lo han detenido y no os molestará más —dijo Marcos que se encontraba medio escondido al fondo del grupo.

 

—Sí, bueno, hasta que ese cabrón se presente de nuevo en casa —le contestó Teresa, harta ya de tener que lidiar con una persona que desde hacía tiempo estaba ya fuera de sus vidas. —Yo jugando en el agua toda la tarde mientras mi madre estaba en casa, sola, a su merced —se lamentó.

 

—No te tortures con eso, tú no podías saber nada de lo que estaba pasando —le susurró Dylan con cariño, mientras ella se acurrucaba más en su pecho, en ese momento nada de lo que hubiera pasado o no pasado con anterioridad quedó totalmente en el olvido y deseó más que nunca que los fuertes brazos de Dylan no la soltasen jamás.

 

El resto de la noche se la pasaron acompañando a las dos hermanas, primero esperando con ellas la información que iba llegando a cuentagotas y después turnándose para que mientras una estuviese con su madre la otra pudiera distraerse un poco y descansar.

 

En los siguientes días todo el grupo se concentró en pasar el mayor tiempo posible con las chicas mientras su madre seguía recuperándose poco a poco, incluido Dylan que ya tenía a toda su familia en Casillas, sus padres y su hermana se habían unido a los “forasteros” para poder pasar al menos las últimas semanas de vacaciones juntos. No se despegaba de Teresa en ningún momento, la recogía para llevarla al hospital y quedaba acompañándola para llevarla a casa de nuevo. Solía comer o cenar con ella prácticamente a diario y pasaban el tiempo hablando de sus vidas, de cómo veían su futuro y de cualquier otra cosa que ayudase a que ella se distrajese un poco. En esos días su relación mejoró notablemente, hasta el punto que Teresa empezó a plantearse seriamente que podría darse una nueva oportunidad con Dylan, habían empezado con mal pie aquellas vacaciones pero no tenía por qué acabar el verano así.

 

Cuando Juana pudo regresar por fin a su casa todos en el pueblo la recibieron con gran alegría y trataron de ayudarla en todo lo que podían, algunos vecinos les preparaban comida, otros iban a ayudar a las chicas con el arreglo de la casa, otros simplemente se acercaban a saludar y a conversar un rato para que el día se le hiciese un poco menos pesado. Pero a Juana aquel pueblo no le traía más que malos recuerdos de su vida junto a un hombre que perdía su condición de ser humano a la mínima, así que habló con sus hijas y las tres estuvieron de acuerdo en marcharse del pueblo y rehacer sus vidas en otro lugar. Teresa quería estudiar una carrera universitaria y para ello tendría que marcharse en otoño, y Sonia no quería seguir soñando cada noche con lo mismo una y otra vez.

                                                     

Esa misma noche Teresa le contó a Dylan lo que habían decidido y éste puso al tanto de todo a su padre. Éste tenía una empresa en Barcelona y se le ocurrió que Juana y las chicas podrían irse con ellos, le ofreció un puesto en su empresa y le prometió que les ayudaría a instalarse, así Teresa también podría estudiar lo que quisiese sin salir de su casa y allí no las molestaría nadie que ellas no quisieran tener cerca. Cuando quedaba una semana para las fiestas del pueblo, Teresa y su familia ya tenían todo arreglado para irse: Juana empezaría a trabajar para el padre de Dylan en septiembre, tenían un apartamento cerca de donde vivían ellos ya preparado para que pudiesen empezar su nueva vida, Teresa se matricularía en la Universidad de Barcelona, a la que también acudiría Dylan, y Sonia terminaría sus estudios de la ESO y el bachiller en el mismo instituto en el que había ido su amigo. Habían quedado en marcharse todos juntos después de las fiestas del pueblo.

 

Teresa estaba feliz por poder irse y empezar de cero en otra ciudad, con nuevos retos a los que enfrentarse y con nuevos recuerdos por formar. Pero también dejaría allí una buena parte de ella misma: sus amigos, los momentos vividos en su compañía, las fiestas, las risas y las lágrimas, miles de notas desafinadas en las noches de sábado en “la pista”, su niñez, su adolescencia, su primer beso… Cuanto más se acercaba el día de su marcha más recuerdos le golpeaban allá donde mirase, pero nada de eso la podría detener, además de que no estaría completamente sola ya que muy cerca tendría a alguien que significaba mucho más para ella que todos las imágenes de su vida grabadas en su mente.

 

La noche de la fiesta toda la pandilla se reunió de nuevo para despedirse a lo grande hasta el siguiente verano, aunque ésa era una despedida con más sabor agridulce que en veces anteriores porque no sólo se irían los “fostareros”, sino que el grupo también se tenía que separar: Mónica, Sergio y Marcos irían a Cáceres a estudiar, Marta y Pedro se irían a Madrid y Julián a Salamanca. Aunque la mayoría se podría ver los fines de semana y en las vacaciones de invierno, Dylan y Teresa no regresarían hasta el siguiente verano. Sentados alrededor de la mesa en la que estaban los vasos y las cervezas esperando para el brindis final, todos prometieron continuar con su amistad a pesar de la distancia y a pesar de sus propias vidas, tras lo cual se oyeron un sinfín de choques de vidrio salpicado por la bebida con la que sellaron su pacto. Luego siguieron las risas y los bailes en medio de la plaza, los abrazos y los besos, tanto de amigos como de los que eran o querían ser algo más. Y la noche se hizo más corta de lo que querían.

 

En el centro de la plaza Teresa y Dylan se fueron despidiendo de cada uno de sus amigos, ella abrazada a Marta y a Mónica con las que había compartido tantas y tantas confidencias, y él haciendo lo propio con los chicos que le habían regalado los mejores veranos de su vida. Y minutos más tarde se fueron separando para empezar una nueva etapa en sus vidas.

 

Dylan acompañó a Teresa calle abajo hasta su casa, saludando a cada vecino con el que se cruzaban. Al girar en una esquina se encontraron con un coche que iba algo apurado, él la tomó de la mano para apartarla del camino y tiró de ella con fuerza haciendo que ella cayese sobre él que dio con la espalda en la pared. Sus miradas se cruzaron y una tímida sonrisa se asomó en los labios de Teresa, en los últimos días habían conversado mucho, acerca de sus vidas, sus sueños, sus problemas, pero no de lo que había pasado entre ellos ni de lo que no había llegado a suceder, pero Teresa sintió que no quería dejar ya pasar de nuevo la oportunidad de estar con él, y Dylan sintió que ése era el momento que llevaba esperando todo el año. Sin dejar de soltarle la mano que tenía agarrada, puso la otra con suavidad en la cara de la chica y la atrajo hacia él para rozarle sus labios con los suyos, sintiendo su aliento entrecortado y notando como le aumentaba el pulso cuanto más cerca la tenía. Finalmente sus bocas se fundieron en ese ansiado beso que ambos estaban deseando desde hacía ya mucho tiempo y los dos sintieron que por fin habían conseguido que todo estuviese en su lugar:

 

—No sabes cuánto siento que hayamos tenido que esperar un año para esto —susurró Dylan sin separarse de ella más de un milímetro.

 

—Bueno, al menos no puedes decir que fui un simple amor de verano, además dicen por ahí que cuanto más larga sea la espera más dulce es el encuentro. —respondió ella sin dejar de sonreír.

 

—Pues ya es lo suficientemente dulce, ni quiero ni puedo esperar más —y volvió a besarla con más intensidad y pasión.

 

Aquel fue el primero de muchos más momentos juntos porque no volvieron a separarse más. Al año siguiente regresaron juntos a Casillas y en la plaza se reencontraron con todos sus amigos, volviendo a ser los mismos de siempre como si no hubiese ni distancias ni tiempo que los separase, y volviendo a vivir otro verano lleno de experiencias, romances y amores.

 

 

FIN

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