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—Sí señor, y no queremos dinero, sólo algo de comida, ¿nos podría ayudar? — dijo Hugo empezando a desesperarse.

—Claro que sí pequeño, yo estoy ya muy mayor para cargar y descargar cajas, y he venido sólo con mi hija y mi nieto, pero el niño tiene apenas seis años y es un poco trasto, por lo que tenemos que estar más pendiente de él que de los clientes, y yo ya no tengo edad para correr detrás de un niño con tanta energía — les explicó aquel hombre, mientras les acompañaba a su puesto de fruta, en el que una mujer joven y delgada se encontraba intentando colocar una caja sobre otra, pero le resultaba una tarea muy pesada y lo hacía con cierta dificultad.

—Pues si quiere Lucas es fuerte y puede ayudarle con las cajas mientras yo puedo entretener a su nieto junto a mi cachorro, y si necesita que hagamos otras tareas sólo tiene que indicárnoslo, nosotros encantados de ayudar y más aún si lo necesitan de verdad — se ofreció Hugo con una sonrisa, mientras Lucas se le acercó al oído.

—¿Yo las cajas pesadas y tú a jugar con el niño? — le susurró poniendo cara de no estar muy de acuerdo con el trato.

—Claro, no pretenderás que me ponga yo a descargar cajas y tú a jugar… ¿no? — le respondió Hugo con el mismo tono.

Lucas sopesó las dos opciones por un momento, y en su cara pudo leerse que no le parecía mala idea eso de quedarse él a jugar con el niño.

—No me puedo creer que lo estés pensando siquiera — le dijo Hugo y le propinó una inocente patada en el trasero. Lucas sonrió con la broma y ambos se pusieron manos a la obra.

Todos los que se encontraban en aquel puesto se dispusieron a seguir las órdenes del anciano, que se encontraba tan cansado y débil que no era capaz de realizar ningún esfuerzo. Lo que sí parecía era tener mucha experiencia en esa actividad, y en poco menos de una hora tuvieron todo listo para empezar a vender a los primeros clientes que empezaban a llegar.

Aquel puesto tenía una tremenda variedad de productos frescos, todos recién sacados del huerto poco antes de cargar el camión, y Lucas y Hugo estaban encantados con su cometido, y más al ver que tanto la fruta como la verdura parecían de primera calidad. El hombre les dijo que si se quedaban hasta las dos y les ayudaban a vender y a recoger después, les daría una caja llena de su mercancía más variada, por lo que Hugo y Lucas accedieron encantados sin pensárselo dos veces.

Empezaron a llegar los clientes y Lucas cada vez se ponía más nervioso, nunca antes se había dispuesto como vendedor y se encontraba un poco perdido con respecto a lo que tenía que hacer. Lejos de hacérselo más complicado, tanto Sofía, la hija del anciano, como éste mismo, al que llamaban Pedro, iban guiando sus pasos hasta que poco a poco Lucas se hizo cargo de la situación. Hugo jugaba mientras con Simón, el hijo se Sofía, y Pedro sonreía orgulloso de aquel pequeño equipo de trabajo que acababa de conseguir sin proponérselo y que parecía congeniar a la perfección.

Tras una larga y fructífera jornada de trabajo empezaron a recoger, todos parecían muy risueños a pesar de lo cansados que se encontraban, y Lucas y Sofía parecían haber congeniado, se sonreían y se miraban cómplices de una extraña atracción.

—¡Qué bien se lo están pasando Hugo y Simón! ¿Verdad? — le dijo Lucas a Sofía, mientras recogían los restos de la mercancía que había quedado sin vender.

—Hacía tiempo que no lo veía tan feliz, y me hace sentir muy dichosa ver su sonrisa de nuevo — respondió Sofía con una tremenda sonrisa en su rostro al ver la alegría de su hijo — Y tú, ¿no tienes hijos? — preguntó ella con curiosidad.

—Eh…pues no, nunca llegué a casarme, tuve una novia hace tiempo y lo cierto es que todo nos iba muy bien, teníamos planes de boda y todo, pero… bueno… luego vino la crisis, la cantera de piedra en la que trabajaba cerró y me fue imposible encontrar de nuevo empleo, y ella… simplemente se marchó, así sin más. Un buen día me dijo que se iba con sus padres a un pueblo lejano y que lo nuestro no tenía futuro… Nunca más la he vuelto a ver — explicó Lucas con algo de tristeza en la mirada mientras colocaba una caja de madera con restos en la parte de atrás del carro.

—Vaya… lo siento — Sofía sintió esa pena como suya y trató de consolarlo acariciándole el hombro.

—No importa, hace mucho tiempo ya de eso — Lucas sabía que las heridas se habían curado con el tiempo y que aquello había sido lo mejor que le había pasado, puesto que si no lo había querido lo suficiente como para seguir con él, aquella mujer no era merecedora de su cariño. Entonces cayó en la cuenta de que estaban los dos vendedores solos con el niño y quiso saber más — ¿y tu marido? ¿Cómo es que no está con vosotros? — le preguntó a Sofía un tanto confuso.

—Pues porque yo no tengo marido, tampoco llegué a casarme. La verdad es que cuando me quedé embarazada él me dio a escoger: o me iba con él o me quedaba con mi padre y con nuestro hijo y lo perdía para siempre. Por aquel entonces mi madre hacía poco tiempo que había fallecido y mi padre se encontraba muy deprimido, ellos siempre se habían dedicado a esto de la fruta y la verdura, y hacían una hermosa pareja, habían estado juntos desde niños y… — esta vez fue la mirada de Sofía la que se llenó de tristeza y melancolía al recordar la pérdida de su madre — Mi elección era evidente, mi padre siempre ha estado a mi lado y no iba a consentir que nadie intentará separarme de él. Lo cierto es que acerté cuando escogí, aquel hombre no me haría feliz. Después de un tiempo, cuando ya había tenido a mi hijo, me enteré de que se había envuelto en negocios sucios con gente       indeseable y terminó en la cárcel por largo tiempo. Así que…, mi padre ha sido un excelente sustituto como figura paterna para mi hijo, pero claro, al vivir en medio del campo prácticamente aislados del resto del mundo, el niño no ha tenido otros amiguitos con quien jugar — explicó ella con melancolía.

—Lo lamento, pero creo que hiciste bien, se os ve muy unidos, y si tu padre quiere, nosotros vendremos todos los miércoles a ayudaros, porque la ayuda será mutua. Además este niño, aquí donde lo ves, está dando un vuelco a nuestras vidas, tiene diez años y si lo conocieras…, es…, es increíble. Razona como si fuera un adulto a pesar de su edad, habla incluso mejor que muchos de los más estudiados, es una persona realmente sorprendente. En este pueblo vivimos muchos en la calle, la crisis que estamos viviendo nos ha obligado a eso y más, y el muchacho está logrando sacar solidaridad donde pensamos que no era posible — Lucas se sentía tremendamente orgulloso de Hugo, apenas acababa de conocerlo un par de días antes y ya lo sentía como parte de su pequeña familia — Durante muchos días no hemos tenido ni un bocado que llevarnos a la boca,  y él que lleva tan sólo dos días en la calle, tiene un pequeño techo donde dormir a cambio de un trabajo sencillo, consigue pan y alimentos a diario, pero lo más sorprendente y maravilloso es que todo lo comparte, tiene un corazón enorme — explicó sin dejar de mirar a Hugo, mientras éste corría con Simón y el pequeño Golfo alrededor de aquel puesto, que prácticamente estaba ya recogido.

Mientras, no muy lejos de allí se escuchaba gritar a un hombre:

—¡Venid aquí gamberros! ¡Atrapen a esos ladrones!

Dos chicos cruzaron corriendo la calle con varias piezas de fruta en sus manos y arrasando en su carrera con todo lo que iban encontrando.

—¿Veis? Es por esto por lo que algunos comerciantes no tienen bien vistos a los indigentes — les comentó Pedro al observar la escena.

—Ya, pero no todos somos iguales, se lo puedo asegurar. En este pueblo esos dos chicos son los únicos que causan problemas, y mire que conozco a unas cuantas personas sin hogar, puedo asegurarle que esas personas morirían antes que robarle nada a nadie — le aclaró Lucas con tono amable.

—Perdona, tienes razón. Salvo a esos dos pilluelos nunca he visto a nadie robar nada por aquí, pero es que al ver estas cosas uno no puede quedarse mirando tan tranquilo, y es fácil incluir a todos en el mismo saco sin deparar en nada más — trató de disculparse Pedro.

Tras haber recogido el puesto, y colocar la mercancía y utensilios en el interior del carro, Pedro cumplió su palabra y entregó a Lucas una caja grande con fruta variada. Esto hizo que Hugo se pusiera muy feliz y no por él, sino por toda la comida que podría repartir, seguro que así conseguiría arrancar más de una sonrisa.

Pedro invitó a los chicos a que volvieran la siguiente semana, estaba muy agradecido de la gran labor que habían hecho y no quería perder el gran equipo formado ese día. Tanto Lucas como Hugo aceptaron encantados. Sofía se despidió de Lucas con una sonrisa que encerraba una complicidad que hasta ahora era desconocida para él y que le despertaba un extraño sentimiento ya olvidado, y Hugo se despidió de Simón sujetando a Golfo en brazos y moviéndole una de sus patitas para hacer que también despedía al pequeño.

Tras marcharse la familia en su carro, Hugo y Lucas agarraron entre ambos la caja de fruta y mientras se miraban y sonreían mutuamente, caminaron junto al joven cachorro hasta la avenida.

Nada más llegar, pusieron la caja encima del banco y se sentaron exhaustos por el esfuerzo que acababan de realizar, ya que la caja pesaba más de lo que parecía. Zacarías seguía recostado en el banco pero ya tenía mejor aspecto después de haber descansado toda la mañana. Se sorprendió mucho al ver llegar a Hugo y Lucas con aquella pesada caja, pero cuando vio lo que había dentro se incorporó y en su cara se dibujó la más grande de las sonrisas. Ellos le pidieron que cogiera lo que le apeteciera, y él tomó una manzana en sus manos mientras la miraba como si fuese su tesoro más preciado, hacía ya mucho tiempo que no tenía una de esas entre sus manos. Hugo se acordó de Ismael en ese momento y guardó algo de fruta en sus bolsillos, les dijo a sus amigos que enseguida volvía, y corrió hacia el parque donde sabía que estaría el niño probablemente sin comer.

Se apresuró para llegar y su sonrisa se hizo más grande al ver a Ismael y a Sara jugando juntos en el parque. Los dos niños, cuando vieron llegar a Hugo, se pusieron locos de contentos y éste abrazó a ambos, luego les entregó algo de fruta para merendar, que aceptaron encantados, y se sentaron los tres en uno de los bancos que había por allí. Entonces Hugo les contó como había conseguido la fruta esa misma mañana y Sara no podía evitar emocionarse de nuevo, la verdad es que para aquella niña, Hugo era un héroe, un ejemplo a seguir, y se sentía tremendamente orgullosa de él.

Estuvieron un rato charlando y jugando juntos, hasta que apareció la madre de Ismael, Hugo le ofreció el resto de piezas de fruta que le quedaban en su mochila, y la madre aceptó de buen grado agradeciéndole con un beso en la mejilla a Hugo todo lo que estaba haciendo por su pequeño. Tras despedirse hasta el día siguiente, Ismael se fue con su madre calle arriba convencidos de que las cosas al fin podían empezar a cambiar para ellos. Al cabo de un rato, llegó la madre de Sara al parque. Ésta corrió emocionada hacia ella y, sin darle tiempo ni a preguntar, rápidamente le contó la hazaña que Hugo había hecho consiguiendo la fruta y ayudando a Ismael y a otras personas, la madre le respondió con una sonrisa orgullosa de que su hija fuese tan afortunada de tener un amigo de aquel calibre, y para que se sintiese también orgullosa de sí misma, sacó de su bolso un paquete repleto de embutidos de toda clase: jamón, lomo, salchichón, chorizo y demás.

El pequeño Hugo, al recibir aquel regalo, dejó sus modales a un lado y de un salto se abrazó a Mariana, sabía que con eso sus amigos y la gente necesitada ese día podrían comer y bien. A Sara, viendo lo que su madre acababa de hacer, se le escaparon unas lágrimas, otra vez Hugo había conseguido que la solidaridad floreciese, esta vez en su madre, y de nuevo se abrazó a ella.

Hugo se dio cuenta de que ya pasaban de las ocho y se despidió muy amablemente y agradecido por todo lo que habían hecho Sara y su madre. A esa hora debía ir a la panadería, antes de que cerrase, para poder recibir lo que había pactado con el panadero y no quería llegar tarde.

Nada más llegar con su mochila a cuestas, Hugo observó como el panadero ya estaba cerrando, pero éste reconoció su reflejo en el cristal y se volteó para saludarlo con una sonrisa. Cuando Hugo estuvo ya cerca de él, éste metió de nuevo su mano por detrás de la puerta de la panadería y sacó una bolsa que tenía guardada, donde había unas diez barras de pan. Hugo al ver la enorme bolsa de pan que aquel buen hombre le tenía preparada, puso sus manos en la cara y abrió los ojos cuanto pudo, estaba gratamente sorprendido por el gesto del hombre que le entregó la bolsa diciéndole:

—Quiero compartir, no dar limosna pequeño.

A Hugo se le humedecieron los ojos, no podía creerse todo lo bueno que le estaba sucediendo ese día, se abrazó al panadero y cogiendo la bolsa de pan con algo de dificultad por el peso, se despidió de él con una sonrisa de extrema satisfacción, la cual se iba a volcar en felicidad repleta cuando lo compartiera con el resto de personas necesitadas, y no sólo el pan, sino  todo lo que ese día había conseguido.

Corrió camino de vuelta a la avenida y al llegar vio que Zacarías, Lucas y el pequeño Golfo no estaban solos, había seis personas más con ellos, cada uno compartiendo lo poco que tenía, un hombre llevaba una bota de vino, que generosamente la iba pasando a los demás y otro portaba un pequeño queso, que iba cortando con una navaja para darle a todo el que quisiera. Al acercarse, Hugo pudo escuchar:

—¡Ése es! Ése es el chico del que os hemos hablado, nuestro pequeño milagro — dijo Zacarías emocionado a algunos de los allí presentes señalando al niño.

Éste dejó la bolsa encima del banco y ofreció pan a todos el que allí estaba, también sacó el embutido de su mochila y lo sumó al resto del botín que había por allí.

—¿Cómo lo haces Hugo? Sigo sin poder entenderlo — preguntó Lucas al observar todo lo que Hugo había conseguido en ese tiempo, pero Hugo no le respondió, simplemente le dedicó una leve sonrisa.

El pequeño se sentó en aquel banco rodeado de gente y Golfo se le subió encima de las piernas, no podía evitar sonreír al ver como todos los allí presentes compartían unos con otros lo poco que tenían, y él se sentía tremendamente dichoso de haber podido colaborar en aquel estado de felicidad en el que parecían encontrarse todas aquellas personas por tener algo con lo que alimentarse.

Al cabo de un rato, después de disfrutar de una maravillosa cena en la que todos los presentes hacían por colaborar, Hugo recordó de nuevo su compromiso con Daniel en el establo y se despidió de todos con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, pero no sin antes convocarlos para el siguiente día a la misma hora y recordarles que nunca dejaran de compartir lo poco que tuviesen, porque para seguir adelante con el proyecto que habían empezado necesitaban que la ayuda fuese mutua. No quedó nadie entre los que allí se habían reunido que no estuviese de acuerdo con el niño, y todos asintieron al unísono. Algunos no daban crédito a la tremenda madurez que mostraba el muchacho pese a su corta edad, pero lo que más les llamaba la atención era la enorme convicción de solidaridad que expresaban sus palabras. Después se marchó con el pequeño Golfo enredándose entre sus piernas como de costumbre y volviendo al lugar en el que iba a pasar otra noche.

Los días fueron pasando y la rutina se iba instalando en su vida, al igual que en la de los ya habituales asistentes a aquel rincón de la avenida, que ya se había convertido en la sede de todos los necesitados del lugar. Después de las nueve de la noche la congregación se hacía masiva y la devoción por ayudar en la medida de lo posible era el pilar de todo aquel movimiento. El que tenía dos mantas para abrigarse ofrecía una al que más la necesitase, el que tenía algo de ropa de más la ofrecía al que no tenía ninguna, todo el mundo aportaba su granito de arena y a Hugo todo aquello le llenaba el corazón de alegría y esperanza, personas necesitadas que ni se conocían entre ellas habían logrado ser fraternas y hacer frente a un bien común.

Los miércoles se habían convertido en el único día diferente de toda la semana: el puesto de fruta y verdura, el trabajo en el mercado, y las miradas entre Lucas y Sofía, cada día más intensas y que reflejaban sentimientos que iban encaminados a algo más que una simple amistad, hacían que ese día fuese el preferido tanto del niño como de su amigo.

El frío se fue haciendo cada vez más intenso, diciembre ya había llegado y pasaba como una exhalación para todos los habitantes de aquel pueblo. Era cada vez más complicado buscar un cobijo para pasar la noche, por lo que sobrevivir se estaba convirtiendo en toda una hazaña para la gente sin hogar. A pesar de esto, y con la ayuda que el joven Hugo les estaba consiguiendo, la sonrisa no se borraba en la cara de aquellas personas.

Todo parecía ir bien, hasta que llegó la víspera de Nochebuena, un miércoles más para ellos pero un miércoles que quedaría marcado para siempre en la memoria de todos. Ese día un nuevo giro tuvo lugar en la vida de Hugo.

Acudieron, como cada día de mercado, puntuales a su trabajo, y, como siempre, esperaban a que Pedro, Sofía y el pequeño Simón apareciesen con el desvencijado carro lleno de mercancía para vender. Lucas era incapaz de dejar de mirar a Sofía, la encontraba más hermosa que nunca con su pelo recogido en una larga trenza negra y sus mejillas sonrosadas. Ella tampoco podía dejar de mirarlo y, tanto así fue, que al querer bajar del carro no se dio cuenta de que su vestido se había quedado enganchado en él y a punto estuvo de darse un fuerte golpe contra el suelo. Pero Lucas reaccionó con rapidez y de un salto la recogió en el aire sujetándola con fuerza entre sus brazos. En ese momento, la chispa terminó de encenderse y sus labios se acercaron tanto que los dos sintieron el leve y suave roce. Pero Hugo, que había contemplado la escena desde la parte de atrás del carro, se acercó hasta ellos corriendo y rompió el mágico momento con su interrupción:

—¿Estás bien Sofía? — Sofía y Lucas se sorprendieron al escuchar la voz del niño y sintieron una enorme vergüenza. Lucas la dejó con suavidad en el suelo a la vez que asentía con la cabeza y Sofía únicamente pudo contestarle a Hugo con un “sí” casi inaudible.

Tras ese primer acercamiento, cada mirada, cada roce de sus manos, cada cruce de palabras, hacía que el corazón de ambos se disparase, deseando que llegase ese momento en el que pudiesen estar solos para aclarar todo lo que sentían en su interior.

Pero ese momento no llegó ese día tampoco, y tras la jornada de trabajo en el puesto del mercado, y después de recogerlo todo, Hugo y Lucas se despidieron como de costumbre y agarraron la caja de fruta para regresar a la avenida con los demás, incluido Zacarías que se encontraba muy cansado los últimos días. Los dos iban todo el camino intentando esconderse en sus abrigos desgastados y comentando entre ellos el terrible frío que azotaba ya en el pueblo. A medida que iban acercándose a la avenida, observaron una escena poco habitual: Zacarías no estaba en su banco sentado y esperándolos como era costumbre en los días de mercado, si no que continuaba tapado inmóvil en el otro banco donde solía dormir. Hacía varios días ya que le costaba levantarse, y era posible que se hubiese quedado en esa posición a la espera de Hugo y Lucas para que le ayudasen a reponerse.

—El viejo hoy no está esperándonos, se le habrán pegado las sábanas — comentó Lucas con una ligera sonrisa, se le hacía muy rara aquella situación pero ya no era la primera vez que se lo encontraba dormido a esas horas, por ese motivo no le dio más importancia.

—No me extraña, con este frío habrá preferido resguardarse con la manta y se habrá quedado dormido, mira…, mira Golfo como tiembla el pobre con este aire tan helado — dijo Hugo observando como al pequeño animal le castañeaban los dientes del frío y le temblaba todo el pelaje.

—Bueno voy a colocar la caja y a tratar de hacer entrar en calor a Golfo, tú despierta a Zacarías para que venga a comer algo de fruta — dijo Lucas, mientras cogía al cachorro y lo envolvía en una pequeña manta que tenía en una caja.

Hugo hizo lo que Lucas había dicho y se acercó a la improvisada cama muy sonriente.

—¡Zacarías! ¡Zacarías! Vamos despierte, que tiene que comer algo — dijo Hugo mientras lo zarandeaba con suavidad. No obtuvo respuesta alguna y lo movió con más fuerza.

—¡Hugooo! ¡Venga! ¿Veniiiiis ya? — gritó Lucas.

—¡Zacarías no se despierta! – Respondió el niño empezando a asustarse — venga levante, hemos traído la fruta, ¡despierte por favor! — insistió Hugo, tratando de sacudir más y más al hombre para que despertase, mientras Lucas se acercaba.

Al llegar, éste también trató de despertar a su amigo, pero con tanto movimiento sólo consiguió que una mano se deslizara por debajo de la manta y quedase colgando totalmente inerte. Entre esto y ver que no respondía, Lucas se asustó y puso su oído en el pecho del anciano para tratar de escuchar algún latido, le buscó el pulso en una de sus muñecas y en el cuello pero todo era en vano. Tras varios intentos y dándose cuenta de la situación, bajó su cabeza sin decir nada y cubrió la de Zacarías con la manta que lo estaba arropando.

—¿Por qué lo tapas, Lucas? Así le va a costar más respirar, ¡haz que se despierte! — le ordenó el niño temblando por un desconocido miedo que se estaba apoderando de él. En su corta vida había vivido muchas cosas pero nunca una situación semejante.

—Es inútil, Hugo, nada conseguirá que se despierte — respondió Lucas con una lágrima recorriendo ya su mejilla, roja por el frío y con una enorme impotencia de no poder haber estado junto a él en esos últimos momentos — Nos ha dejado, el frío por fin ha ganado y se lo ha llevado, pero al menos no ha sufrido, parece que su fin, le llegó cuando aun dormía — explicó Lucas a Hugo con la voz tomada por la emoción.

El niño no quiso escuchar,  se negaba a creer en sus palabras. Agarró con fuerza el cuerpo sin vida de Zacarías y lo movió con toda la fuerza de la que disponía:

—¡No! ¡Eso no es cierto! ¡No puede ser! — dijo Hugo alzando la voz a cada momento — ¡nooooo! Despiértale Lucas, ¡Zacarías! ¡Levante por favooor! — insistía Hugo gritando sin poder reprimir sus lágrimas y sin dejar de zarandearlo — no nos dejes, por favor, no…— suplicó entre sollozos, pero no obtuvo respuesta alguna y se abrazó al anciano. Lucas lo agarró con sus enormes brazos y lo apretó con fuerza contra su cuerpo.

—Ya no está Hugo, por favor, trata de comprenderlo — le dijo intentando contenerse para no derrumbarse delante de aquel chiquillo que tanto se había desvivido por ayudarlos a los dos, pero más al pobre Zacarías.

—¡Nooo…! ¡No, no puede irse! Le encanta la fruta, Zacarías, despierte, tiene que comer, no me deje por favor, usted no — dijo el muchacho llorando desesperado mientras intentaba zafarse de los brazos de su amigo.

Alertados por los gritos del muchacho, acudieron un par de mendigos corriendo pensando que algo le pasaba al chico. Pero al llegar y ver el cuerpo quieto sobre el banco se dieron cuenta que no era así, que no se trataba del pequeño Hugo. Lucas les explicó lo sucedido y ellos rápidamente se quitaron las gorras que portaban en su cabeza en señal de duelo. Uno de ellos se ofreció a avisar a las autoridades para que pudiesen hacerse cargo de la situación, mientras el otro hombre y Lucas trataban de consolar a Hugo, pero el niño no entraba en razón, miraba a unos y otros y su pasividad le sorprendía y enfurecía a la vez, ninguno hacía nada para despertar al pobre hombre, sólo miraban y  movían la cabeza de un lado a otro. Además, a pesar de su altísima inteligencia y de una madurez que poco tenía que ver con los demás niños del pueblo, no alcanzaba a comprender que un hombre tan gentil y que ayudaba como el que más, tuviese que morir y más en aquellas condiciones. Era tal la rabia y la frustración que sentía que, unido a la pena que ya llevaba en su corazón, no aguantó más y salió corriendo tan deprisa que nadie pudo alcanzarlo. Corría y corría sin apenas ver hacia dónde iba por tener los ojos anegados en lágrimas. Lucas salió detrás llamándolo a voz en grito, pero Hugo no quería estar allí, no soportaba ver como su amigo lo había abandonado de aquella manera.

Al llegar las nueve de la tarde, empezaron a llegar las personas sin hogar, que solían concentrarse en aquel lugar a esa hora y se encontraron con aquel panorama tan desolador. Todos se mostraban muy apenados por la fatídica noticia. Hasta el panadero, alertado por la ausencia de Hugo esa tarde, pensó que algo grave debía haber pasado y se acercó hasta la avenida para llevar el pan que normalmente recogía el muchacho. Al llegar se encontró con una ambulancia que había aparecido para hacer algo por aquel pobre desdichado, pero sus intentos fueron en vano y tuvieron que limitarse a recoger el cadáver. Uno de los técnicos les dijo que sería enterrado al día siguiente en el cementerio municipal, en el pequeño complejo destinado a personas sin hogar que había en el pueblo.

Al cargar el cuerpo en la ambulancia, Lucas se agarró con fuerza al banco en el que momentos antes se encontraba su amigo, y miraba al final de la avenida intentando divisar al niño. Por un momento también él deseó salir corriendo de allí, eran muchos los años que llevaba junto a aquel hombre que le había tendido una mano nada más conocerlo.

Hugo llegó al establo casi sin aliento y sin poder dejar de llorar, para él era muy injusto que alguien tuviese que sobrevivir en la calle hasta el punto de perder la vida en el intento. Y se sentía decepcionado por no haber sido capaz de conseguir que eso no pasase. Se dejó caer en el suelo, junto a la puerta del establo y lloró desconsolado hasta que ya no le quedaron más lágrimas por salir.

Cuando el frío ya había inundado su cuerpo, trató de levantarse despacio y agarró a Golfo en brazos, que había sido el único que había logrado alcanzarlo y que lo miraba con la misma tristeza en sus pequeños ojos cristalinos. Localizó la llave en el lugar de siempre y entró despacio, sin muchas ganas se puso a limpiar el establo con movimientos mecánicos, dio de comer y beber al caballo y se acurrucó junto al cachorro para tratar de descansar algo, aunque la imagen de Zacarías quieto y sin vida en aquel banco no dejó que lo consiguiese.

La mañana de Nochebuena llegó y Hugo se despertó cansado y con la tristeza implantada en su mirada, estaba claro que Zacarías no se iría de su corazón de un día para otro. Despertó suavemente al cachorro y volvieron a la avenida, más concurrida de lo habitual ese día, porque todos se habían quedado allí acompañando a Lucas. Desde allí saldrían juntos hacia el cementerio para así poder darle el último adiós a Zacarías. En cuanto notó la presencia de su joven amigo, Lucas se abrazó al muchacho y respiró aliviado al comprobar que estaba bien. Le contó lo del entierro pero Hugo declinó asistir al cementerio, no se sentía con fuerzas de poder sobrellevar ese momento y le pidió a Lucas que se llevase al cachorro con él, así podría pasear durante ese tiempo por el pueblo, para tratar de distraerse un poco y no pensar en la ausencia que ya se notaba en el lugar, mirar el banco vacío se le hacía realmente  difícil. Lucas entendió a su joven amigo y lo apoyó en su decisión.

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