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Hugo saludó muy triste a algunos de los allí presentes, que ante la cara de desolación del pequeño trataban de darle ánimos, pero en cuanto pudo se marchó de aquel lugar. Todo estaba muy reciente, y la imagen del pobre Zacarías perturbaba su mente una y otra vez, aún no se había hecho a la idea de que no volvería a ver a aquel anciano que días atrás le animaba a seguir con sus ideas y le daba consejos para conseguir sus metas. Con la cabeza cabizbaja paseaba por aquel pueblo, tratando de pensar que quizás todo aquello era un mal sueño, y que seguro se despertaría y al ir a la avenida allí estaría el buen hombre para saludarlo afectuosamente como era costumbre. Pero no tardó en tropezar con alguien de gran tamaño devolviéndolo a la realidad.

—¡Disculpe! No le había visto — dijo el niño levantando la cabeza, ante él estaba un hombre de gran tamaño, muy bien vestido con un elegante abrigo y un sombrero de copa, en su cara se podía ver la satisfacción de un ser que se agradaba a sí mismo. Hugo lo miró y vio en él algo que no le gustó demasiado.

—¡Mmmm!…Tú debes ser… el chico ese, el “chico milagro”, ¿verdad? —le preguntó aquel hombre, frotándose su copiosa barba con una mano.

—¿Cómo? — preguntó Hugo confundido.

—Sí hombre, el muchacho del que todos hablan… el que trae comida a los pobres y los reúne en la avenida — le aclaró él.

—¡Perdone! ¿Usted quién es? — volvió a preguntar el chico aún más confuso.

—Disculpa pequeño, yo soy Don Martín, el alcalde del pueblo — fanfarroneó el hombre dándole la mano al chico con una sonrisa falsa en los labios.

—Mucho gusto… señor — dijo Hugo devolviéndole el saludo de mala gana.

—¿No me digas que no te enorgullece conocer a un caballero, a una persona tan distinguida como yo, después de estar rodeado de mendigos todo el día? — Volvió a alardear el alcalde poniendo sus gruesas manos en las solapas del abrigo, y con una sonrisa cargada de autosuficiencia.

A Hugo aquella manera tan arrogante en la que había sido abordado le pareció de lo más impropia y no pudo aguantarse:

—A los que usted llama mendigos, señor alcalde, yo los llamo personas con enormes sentimientos, capaces de compartir lo poco que tienen por el bien común… y a lo que usted llama caballeros y personas distinguidas… yo los llamo personas ricas en lo material, pero sin corazón y sin sentimientos. Aunque le diré una cosa, a este mundo llegamos con las manos vacías, y con las manos vacías nos iremos de él, y como estoy plenamente convencido de que el alma y la conciencia irán unidas a ese otro lado, el día que les llegue la hora quizás sea demasiado tarde para arrepentirse — se desahogó el muchacho sacando con voz triste todo lo que sentía en su interior.

—Acaso, ¿me estás acusando de algo muchacho? ¿O es que crees que soy yo el culpable de que esa gente se encuentre en esas condiciones? — le preguntó Don Martín borrando la sonrisa de su cara y endureciendo su gesto.

—Yo no le acuso de nada, y es posible que usted no sea culpable de la situación de esa pobre gente, pero usted es el alcalde, como bien me ha indicado hace un momento, y podría hacer algo, por poco que fuese. Pero no hace nada, eso sí que lo hace culpable de que el pueblo no aporte su granito de arena para tratar de que los más necesitados puedan tener una vida más digna.

—¿Ah… sí? Y dime… según tú, ¿qué es lo que debería hacer como alcalde? — volvió a preguntar Don Martín cada vez más molesto.

—Pues no sé, pero seguro que entre todos podrían construir aunque sólo fuesen cuatro paredes y un techo, para que todas esas personas no estén en la calle, y no tengan que morir de frío, como sucedió ayer con un anciano amigo mío — le dijo el chico con lágrimas en los ojos recordando al pobre Zacarías.

—¡Jajaja! — Se burló el alcalde — ¿tú te crees que el dinero cae del cielo? La gente de este pueblo paga impuestos para disfrutar de unos servicios: que les recojan la basura, que les limpien las calles… Y tus amigos no aportan nada de eso, más bien todo lo contrario, ¡las ensucian! — le dijo poniendo la cara a la altura del niño para amedrentarlo.

—Me parece asombrosa su forma de pensar… pero por suerte no todo el mundo es como usted, y sigue habiendo buena gente en el mundo que comparte lo poco que tiene con los demás: el panadero nos aporta pan, el carnicero algo de comida, y algún frutero también colabora, sin contar a algunos vecinos más que, escuchando a la voz de su conciencia, nos traen lo que buenamente pueden. Quizás no da para mucho pero sí para subsistir y sobre todo… para alimentar la conciencia, algo de lo que ustedes, los ricos, carecen — volvió a reprocharle el chico ya sin lágrimas pero encendido de rabia por tanta injusticia.

—Bueno ¡basta ya! – dijo Don Martín con voz firme y  severa — Disfrutad vosotros de vuestra conciencia muchacho, que nosotros disfrutaremos de nuestros derechos, que lo creas o no, nos hemos ganado a pulso — le aclaró, después se dio media vuelta y se marchó, mientras el pequeño se quedaba allí de pie observándolo y negando con la cabeza en señal de reproche por el comportamiento del que era la máxima autoridad en el pueblo.

Hugo prosiguió su solitario paseo, con la mente realmente confusa, los recuerdos de Zacarías y las palabras del alcalde se enfrentaban en su cabeza como el bien y el mal, “¿por qué la gente será así?” Se preguntaba el muchacho una y otra vez, “si supieran lo que se siente cuando no se tiene nada”, “y si supieran las sensaciones tan maravillosas que podrían sentir al compartir un poco y ver que esa ayuda puede hacer feliz a alguien...” Su cabeza no dejaba de dar vueltas y más vueltas.

Mientras paseaba se cruzó con alguno de los indigentes que acudían cada día a la avenida. Estos, al verle, lo miraban y se sacaban su sus gorras para saludarle y dedicarle una tímida sonrisa en señal de agradecimiento por todo lo que estaba haciendo, pero también se cruzó con una señora que vestía muy elegante, y que también pareció reconocer al chico. Al pasar por su lado, levantó la cabeza con aires de grandeza sin siquiera mirar al pequeño. Imágenes contrapuestas se sucedían en su recorrido que hacían que su tristeza fuese más y más grande, hasta que llegó a la entrada de la carnicería del padre de Sara y escuchó una voz muy familiar:

—¡Hugooo! — gritó Sara desde el piso que había encima de la carnicería, el muchacho miró hacia arriba y saludó a su joven amiga con una sonrisa, ésta no tardó en bajar junto a su madre para saludarle — Lo siento mucho Hugo, nos hemos enterado de lo que ha pasado con el anciano amigo tuyo — le dijo Sara a Hugo con voz triste mientras lo envolvía con sus cálidos brazos.

—Gracias Sara, cosas que pasan… supongo — dijo él encogiéndose de hombros, y tratando de no preocupar a su amiga.

—¿Sabes que todo el mundo comenta ya lo que haces? Hablan de ti como el “chico milagro” — le comentó Mariana, la madre de Sara, con la mirada llena de orgullo por él.

—Sí señora, no hace mucho que me crucé con el alcalde y así me llamó. Muy simpático el hombre, por cierto — ironizó el chico.

—¿Simpático? ¿Don Martín? Menudo es el muy... Bueno, mejor me voy a callar — dijo la mujer arrugando la nariz y poniendo cara de asco, parecía conocer bien al señor alcalde.

Sara se acercó a su amigo con una enorme bolsa en las manos:

—Bueno, esta noche es Nochebuena, y te hemos preparado algo… a mí me hubiese gustado que la pasaras conmigo, pero mi padre no quiere, es de lo más gruñón. Pero mi mamá le ha convencido para que la noche de fin de año la puedas pasar junto a nosotras, ¿te apetece? — le dijo Sara loca de contenta.

—¡Claro Sara! ¡Seria estupendo! — respondió Hugo al que las palabras de la niña había conseguido animar, y se abrazó de nuevo a la niña entusiasmado por la noticia.

—¡Pero la bolsa hija! — le apresuró Mariana sonriente al ver lo felices que estaban los dos chicos.

—¡Casi se me olvida! Mi mamá y yo hemos preparado esto para ti, hay comida, turrón, mantecados, y algunas cosas más…para ti y para tus amigos — le explicó Sara con una sonrisa mirando la cara de asombro que ponía Hugo al ver todo aquello.

—No sé qué decir… Es... Es más de lo que podría pedir en un día como hoy — dijo Hugo emocionado, mientras miraba la bolsa que Sara le entregaba.

Madre e hija observaron como un par de lágrimas quería escapar rodando por las mejillas del chico y antes de dejar que se derrumbase, las dos se abalanzaron sobre él y lo abrazaron sensiblemente emocionadas. Unos minutos más tarde, Sara y su madre se despidieron del pequeño, pues tenían unos recados que hacer, y éste volvió a agradecerles el detalle que habían tenido con él al llevarle tantos dulces de navidad.

Hugo, en su afán de compartir todo lo que iba llegando a sus manos, no tardó en acordarse de Ismael, por eso decidió acudir con su bolsa repleta de manjares navideños al parque. Al llegar se dio cuenta de que la madre de Ismael también estaba allí con el niño. Por ser Nochebuena a la mujer le habían dejado salir antes del trabajo y el amigo de Hugo, que parecía no saberlo, se alegró mucho al verla aparecer antes de lo previsto. Hugo observó atento aquella escena, no quiso ser menos y se sumó a su alegría acercándose a ellos para ofrecerles parte de su mercancía, ya que tenía muchas cosas para compartir. Ismael y su madre recibieron el gesto con alegría, porque hacía muchos años que no celebraban la navidad con dulces típicos y comida de verdad.

Poco después Hugo se despidió muy contento por ser partícipe de la alegría que había provocado su gesto, incluso empezó a entender aquello del espíritu de la navidad, sintiéndose tan dichoso con cada gesto de generosidad que ofrecía que su “pena“ se hacía menos pesada y sus ánimos iban en aumento, entonces se  dirigió hacia la avenida, donde sabía que estarían Lucas y sus amigos. En cuanto lo vio llegar, Lucas corrió a su encuentro para abrazarlo, y éste se dejó envolver entre sus fuertes y reconfortantes brazos.

—¿Cómo estás pequeño? Me tenías preocupadísimo — comentó Lucas, visiblemente afectado, pero aliviado, y sin dejar de sujetar al niño entre sus brazos.

—Estoy bien Lucas, no te preocupes — respondió Hugo con cariño al ver la cara de su amigo, después se soltó y le mostró la bolsa que llevaba, ya que sabía que de esa manera podría animar a su amigo — Mira... manjares navideños — le dijo el chico.

—¡Oh! Turrones y mazapanes, y… ¡Jamón! ¡Qué buena pinta tiene todo! Gracias pequeño — le dijo revolviéndole el pelo — ¿Sabes? El último adiós de Zacarías ha sido muy emotivo, había mucha gente del pueblo, la verdad es que no sabía que fuese tan popular, aunque creo que venían más por verte a ti que otra cosa. Como muchos no conocen tu nombre te han bautizado ya como “el chico milagro”, y algunos hasta nos han traído algunas cosas: pan, algo de vino para estos días, sopa y demás cosas, ¿a qué es genial? Estamos muy contentos por eso, y también tristes por el adiós de Zacarías, claro, es un cúmulo de sentimientos enfrentados, ¿a qué es muy raro? — Lucas hablaba deprisa y completamente emocionado, mientras Hugo sonreía al ver a su amigo así.

En aquella avenida había once personas más acompañando a Lucas y poco a poco se fueron acercando a saludar al niño, que ya se había convertido en su pequeño gran héroe. Todos le daban las gracias, alguno le decía que era un Ángel llegado del cielo, y Hugo agradecía a todos sus palabras con sonrisas mudas sin entender muy bien el porqué de tanto halago, ya que él no creía haber hecho nada especial, simplemente su corazón reaccionaba con ese comportamiento dirigido al bien común y para él eso era de lo más normal.

—¿Dónde está Golfo? — preguntó buscando con la mirada al joven cachorro, de repente se había dado cuenta de que por primera vez en semanas el pequeño animalillo no estaba jugueteando entre sus piernas.

—¡Ah! El perrito, es verdad – respondió Lucas — Pues no sé… Estuvo gimoteando un par de horas, para mí que trataba de buscarte, y creo que al final, fue eso lo que hizo, tratar de encontrarte. ¡Mira! Por allí viene — dijo Lucas divisando a lo lejos de la avenida al cachorro que llegaba corriendo a toda velocidad al haber encontrado el rastro de Hugo. Golfo, al llegar hasta ellos, saltó a los brazos de Hugo moviendo incesantemente su rabito y lamiendo al pequeño por todo el rostro.

—A mí un día se me extravió y cuando volvimos a encontrarnos no se comportó así — dijo Lucas sorprendido, ante las risas de los que estaban a su alrededor.

Pasadas unas horas y después de haber pasado la mayor parte de la tarde recordando anécdotas de Zacarías con todos los presentes y disfrutando de las delicias que sus amigas habían querido compartir con él, Hugo se acordó de su tarea en el establo y no quiso demorarse más, repartió parte de lo que quedaba de su botín con sus amigos y conservó el resto para compartir al otro día, se despidió y quedó con todos ellos al día siguiente en aquel mismo lugar para celebrar juntos la Navidad.

Hugo, ante el calor de tanta gente, no se había percatado del frío que estaba haciendo en aquel lugar hasta que emprendió el camino de vuelta al establo. Golfo no dejaba de dar vueltas a su alrededor para intentar entrar en calor, y Hugo sonreía totalmente distraído viendo la divertida escena que parecía protagonizar aquel pequeño perro. Por eso no se dio cuenta de que alguien se acercaba, hasta que, de repente, el niño sintió como le arrebataban la bolsa de sus manos.

—¿Qué tienes para nosotros? Vaya, vaya… Pero si es el "niño milagro" — dijo un joven bastante alto, con la ropa sucia y descuidada, que estaba plantado delante del niño y que había sido el que le había arrebatado la bolsa de la mano a Hugo, mientras éste permanecía totalmente inmóvil.

—Es cierto, dicen por ahí que hace milagros, y va a ser verdad porque hace poco no teníamos todo esto para darnos un festín, y ahora… ¡Mira! Y por arte de magia, sí — comentó el otro chico con burla señalando el interior de la bolsa, mientras el pequeño Golfo se ponía en posición de ataque enseñando sus afilados dientes y sin dejar de gruñir.

—Bueno, gracias por todo enano — sonrió maliciosamente el más alto  mientras se marchaban, dejando al pobre Hugo sin saber qué hacer, pero el cachorro no se lo pensó dos veces y se lanzó a recuperar la bolsa, gruñendo y ladrando. Uno de los chicos, al ver la furia con la que se abalanzaba el perro sobre ellos, le propinó una fuerte patada en el estómago. El perro cayó en el suelo con un quejido de dolor, pero volvió a incorporarse. Hugo lo llamaba para que no atacará, pero Golfo hizo caso omiso y volvió a la carga, entonces el otro chico esperó a tenerlo lo suficientemente cerca y también lo golpeó con toda su fuerza con el pie, pero en la cabeza esta vez, como si de un balón de fútbol se tratase. El animal aterrizó desplomado a varios metros.

—¡Te lo has cargado, macho! — dijo el alto, y ambos salieron corriendo sin mirar atrás.

—¡Golfo! ¡Noooooo! — gritó Hugo, y corrió al auxilio del animal.

Se arrodilló a su lado y trató de levantarlo, le acarició su pequeña y peluda cabeza, le limpió con la manga del abrigo un ligero rastro de sangre que empezaba a brotar de una pequeña brecha, y lo estrechó junto a su pecho mientras las lágrimas asomaban sin querer evitarlas: 

—Golfo…amigo…mírame, por favor… por favor, ¡mírame! No me dejes, tú no puedes dejarme, abre los ojos amigo — le decía Hugo a modo de súplica, completamente desconsolado y llorando ya a lágrima tendida — No me abandones tú también... — la pobre criatura estaba desolada, en apenas día y medio había perdido a Zacarías y ahora Golfo, era más de lo que podía soportar.

Cargó con su joven mascota completamente inerte, y lo quiso llevar al establo para que entrase en calor, para intentar así reanimarlo. Durante el corto trayecto que le quedaba para llegar, no dejaba de mostrarle gestos de cariño al animal gimoteando y con el rostro completamente descompuesto, hasta que por fin llegó y trató de buscar la llave para entrar, pero aquella llave no estaba. Extrañado se dirigió hacia la puerta del establo para ver si es que se había quedado abierta, pero no, la puerta estaba cerrada y una nota colgaba clavada a la altura de su cabeza. Hugo se acercó lo suficiente y, tratando de limpiar las lágrimas con la manga de su brazo y sin soltar al pequeño cachorro, comenzó a leer:

“Querido Hugo, lamento comunicarte que esta mañana vino el alcalde y compró este sitio junto con la cuadra. De manera inmediata ordenó el desalojo de la taberna y se llevó al caballo, te he esperado unas horas para poder contártelo, pero al ver que no llegabas, no he podido hacer otra cosa que dejarte esta nota. Lo siento mucho pequeño, y más en fechas en las que estamos, pero ha sido tajante en su decisión. Cuando hayas leído esto ya me habré marchado del pueblo con mi hermano, aquí ya nada me queda. Ha sido un inmenso placer el haberte conocido, me has mostrado valores que creía que ya no existían. Mucha suerte mi joven amigo.

P.D.: si no tienes donde dormir, sé de alguna persona que ha pasado la noche debajo del puente que hay antes de llegar a la avenida.

Te deseo lo mejor, pequeño. ”

Hugo, al acabar de leer la nota, cayó de rodillas al suelo llorando desconsolado, justo en ese momento se puso a nevar. Totalmente derrotado miró hacia el cielo y se preguntó: “¿por qué?” ¿Por qué a él le sucedía todo esto, qué daño había hecho él para merecerse todo lo que le estaba sucediendo? Lo único que había hecho toda su vida había sido dar, sin buscar nada a cambio  Pero no había tiempo de lamentarse, y sin dejar de gimotear y sin soltar ni por un instante a su joven cachorro, se dirigió hacia la avenida para pasar la noche junto a su amigo Lucas, al menos no estaría solo.

La nieve cada vez caía con más fuerza y se estaba haciendo complicado caminar en esas condiciones. Totalmente envuelto en su corroído abrigo, llevaba a Golfo en brazos sujetándolo con fuerza para darle el poco calor que su cuerpo desprendía. Quería llegar cuanto antes y tumbarse junto a Lucas, pero la avenida estaba totalmente desierta. Entonces cayó en la cuenta de que su amigo le había comentado en alguna ocasión que en noches como esa se resguardaba en otro lugar de mayor abrigo, aunque nunca llegó a decirle donde. Recordó la nota de Daniel y se encaminó hacia el puente que le había detallado el tabernero.

Por el camino Hugo iba tiritando de frío pero acabó encontrando el lugar, bajó por un camino de tierra que había cerca de la avenida y se dirigió al puente que había sobre el río que atravesaba el pueblo. Nada más llegar pudo ver que había algunos cartones maltrechos dispersos por aquel lugar, restos de pequeñas hogueras que parecían haberse consumido horas antes, pero absolutamente nadie que le pudiese echar una mano. Él no tenía ni mechero ni cerillas para encender un fuego, por lo que no le sirvió de mucho encontrase que había algunas ramas secas amontonadas en un rincón.

Dejó a Golfo en uno de los cartones que había, se tumbó su lado y, acariciándolo, comenzó a llorar de nuevo desconsoladamente, en esta ocasión necesitaba sacar todo lo que le había sucedido en las horas anteriores, incluso desde el día en que María y Sergio lo habían entregado al párroco del pueblo. Y toda su corta vida le pasó rápidamente por la mente en cuestión de minutos. Habían sido muchas las cosas que le había sucedido desde ese momento, pero ya había perdido demasiado, incluso la esperanza amenazaba con dejarlo también. Se acercó más a su compañero de fatigas que yacía a su lado y susurró:

—Golfo… Te voy a echar mucho de menos, no te vayas amigo… Te necesito — su cuerpo temblaba de frío y se abrazó al animal en busca de consuelo y calor.

El pobre muchacho se quedó tumbado y tiritando en aquel lugar junto a su cachorro, el frío iba en aumento y la cercanía del agua del río le fue calando de humedad hasta los huesos. Hugo ya había perdido toda esperanza de luchar, por primera vez en su vida había sucumbido a las desavenencias de las circunstancias y dejó de pelear, simplemente se entregó al destino. Poco a poco iba perdiendo el sentido, y su pequeño cuerpo empezaba a entumecerse, la hipotermia iba ganando la batalla y con la respiración ya totalmente superficial hizo un esfuerzo por alargar su mano hasta la cabeza del pequeño Golfo y, dándole una última caricia, cerró los ojos y dejó escapar su último aliento.

Tras unos breves segundos, una luz cegadora hizo presencia cerca del muchacho y una imagen de una hermosa figura vestida de blanco pudo distinguirse aunque difuminada, Hugo abrió los ojos alertado por el resplandor de lo que estaba sucediendo y pudo observar a aquella mujer con rostro angelical que le sonreía, era una imagen reconfortante para él y quiso decir algo, aunque no sin cierta dificultad:

—¿Estoy muerto? — preguntó con voz débil.

—No Hugo, no lo estás — respondió la mujer con voz dulce.

—Entonces, ¿quién es usted? — volvió a preguntar el chico con un hilo de voz.

—Soy tu Ángel de la Guarda, pequeño, sé por todo lo que has estado pasando, y estoy aquí para ayudarte — le aclaró hablando de forma pausada y tranquila.

—¿Ayudarme? Si quiere ayudarme lléveme con usted, como se han llevado a Zacarías y a Golfo, ya no puedo más — suplicó el niño llorando de nuevo.

—No te castigues así pequeño, tu joven cachorro aún está contigo y créeme que nada me haría más feliz que llevarte conmigo, pero éste no es tu momento — le dijo ella señalando al joven perro que parecía estar respirando, Hugo no daba crédito a lo que estaba escuchando y quiso comprobarlo por sí mismo estirando su mano para acariciarlo y notó el leve movimiento de su cuerpo al respirar. Su dicha era tan grande que sacó fuerzas  para levantar la cabeza y dar las gracias por la buena noticia, llorando esta vez de felicidad.

—¿Y Zacarías? — preguntó, pensando que podría haber esperanza de recuperarlo a él también.

—No pequeño, Zacarías sí que está con nosotros, y está muy feliz, a él sí que le había llegado ya su momento, pero créeme que está tremendamente orgulloso de haberte conocido y haber compartido contigo sus últimos días antes de irse — dijo ella, cuyas palabras hicieron que Hugo bajase la cabeza algo decepcionado.

—¿Y qué debo hacer ahora? — preguntó un tanto confuso.

—Nada, debes dormir y descansar un poco, continúa siendo como eres, con tu bondad, tu buen corazón y tu compasión, obtendrás al final el lugar que te corresponde, tanto aquí en tu mundo, como en el otro — le aclaró el ángel con su dulce voz.

—No sé cómo agradecerle todo lo que está haciendo por mí… Sé que me acaba de salvar de la muerte, y con sus palabras me ha devuelto las ganas de seguir luchado, ¡no sé...! ¡No sé qué más decirle…! ¡Muchas gracias señora! — explicó el niño, aun gimoteando pero más recuperado.

—Gracias a ti pequeño, has tenido que sobrellevar una carga a tus espaldas que no te correspondía, y lo has hecho con gran entereza y madurez, a una edad muy temprana. No solemos aparecer así, pero tu caso lo requería, además voy a darte un don, el  don de la sanación. No te durará mucho tiempo por lo que no debes abusar, ¿de acuerdo? Ahora duerme pequeño — dijo la señora mientras hizo aparecer un fuego delante del niño y el cachorro. Hugo empezó a notar el calor recorrer todo su cuerpo y volvió a cerrar los ojos antes de difuminarse por completo la imagen de su Ángel de la Guarda.

Durmió el resto de la noche y al llegar el alba se despertó con los lametazos y el aliento de su pequeño amigo que no dejaba de incordiarle para que abriese de nuevo los ojos. En cuanto lo hizo y vio a Golfo tan contento, se abrazó a él, lo acarició y se incorporó lleno de energía. Creía haber tenido el sueño más hermoso que se podía tener y llevaba esa bella imagen en su corazón.  Ya no nevaba, pero todo estaba cubierto con un manto de nieve blanca que había caído durante la noche, y tanto el chico como el perro salieron corriendo, jugando y saltando, y se dirigieron hacia la avenida en busca de Lucas para contarle lo que había visto, pero al llegar vio que seguía sin haber nadie por la zona. A su mente llegó la imagen de su mejor amiga Sara y el hecho de que era Navidad, y que el día anterior había quedado de pasar el día con ella, así que volvió a correr con Golfo hacia la casa de Sara.

A medida que se iba acercando, pudo observar como un tumulto de gente se agolpaba ante la puerta de la carnicería del padre de Sara, rodeando a alguien que parecía estar tumbado en el suelo. Hugo, pensando que podría ser su mejor amiga la que estaba en problemas, volvió a correr con más energía aún hacia aquel lugar, pero al llegar al lugar comprobó que no se trataba de Sara, si no que el que yacía en el suelo era el alcalde del pueblo. Algunos de los allí presentes se quitaron el sombrero ante la escena, puesto que daba la impresión de que aquel hombre parecía haber sufrido un ataque al corazón y un hombre, que estaba de rodillas a su lado tomándole el pulso, negaba con la cabeza mirando a los asistentes.

Hugo se acercó hasta el cuerpo sin vida de aquel hombre y sin mediar palabra y, ante la atenta mirada de todos los que allí se encontraban, puso su mano derecha sobre el corazón de aquel hombre. La mano de Hugo empezó a iluminarse como si de una bombilla se tratase por unos breves segundos y entonces el alcalde dio una fuerte inspiración, recuperando así el aliento, para el asombro de todos. El corpulento caballero se despertó desorientado y miró a su alrededor, encontrándose con la cara de Hugo a su lado totalmente sorprendido por lo que acababa de hacer.

—¿Qué ha pasado? — preguntó el alcalde tratando de incorporarse y confuso por tanta expectación.

—Estaba muerto, ha sido el chico… ¡El chico le ha salvado! — le explicó el hombre que momentos antes había estado tomándole el pulso y que se encontraba totalmente impresionado por lo que acababa de presenciar.

—¡Ha sido el niño milagro! — se atrevió a decir otro de los que estaban mirando.

El alcalde se levantó, miró una a una todas las caras de los que le rodeaban y comprendió que, allí mismo, aquel pequeño de alguna manera le acababa de salvar la vida. Bajó la cabeza para ponerse a la altura de Hugo y, notablemente arrepentido por como lo había tratado el día anterior, le preguntó de la manera más amable que encontró:

—¿Es eso cierto pequeño?

—¡Claro que es cierto!, lo hemos visto todos — le reprochó uno de los asistentes que se encontraba muy cerca de ellos, mientras Hugo no decía nada.

—¿Cómo puedo pagarte lo que has hecho? Estoy tan avergonzado que estoy seguro de que nada de lo que yo pueda hacer cubrirá el mal que te he hecho — le dijo el hombre, que no podía perdonarse por lo que había hecho la misma tarde anterior, había comprado la taberna sólo para que aquel chico no tuviese un techo donde dormir, y ahora Hugo le había respondido salvándole la vida sin importarle quien era, o lo que hubiese hecho antes.

—Yo no voy a pedirle nada, al menos nada para mí — dijo por fin el pobre muchacho — sólo me gustaría… Me gustaría que abriese su corazón y que ayude al que lo necesite como yo acabo de hacer con usted. Ya ve que no hace falta tener dinero para poder auxiliar al necesitado, pero aquel que lo tiene, tiene más poder de amparar al que más lo necesita — le recordó el niño casi susurrando al señor alcalde.

—Así se hará pequeño, te lo prometo — le dijo el alcalde, aquella criatura le había hecho el mejor regalo de navidad que jamás había recibido nunca, y lo había hecho sin esperar nada a cambio. Aquella era una lección de humildad que no podría olvidar en la vida.

Entre el gentío que allí se congregaba, se encontraban los dos bribonzuelos que la noche anterior habían pateado al cachorro y que le habían quitado a Hugo su comida. Hugo se percató de su presencia porque les pudo escuchar:

—El perro está vivo — dijo uno.

—Y acaba de salvar al alcalde de la muerte — comentó el otro.

Hugo, al percatarse de los comentarios y reconocer a los chicos, vio en ellos el respeto que parecían sentir ahora hacia él y se encaminó con cara seria a donde se encontraban, pero estos al verlo tan decidido dirigirse hacia ellos, les entró el pánico y echaron a correr como alma que persigue el diablo.

—¡Corre, corre, que tiene poderes! — dijo uno a otro mientras corrían cuanto les daban las piernas.

Hugo se detuvo y esbozó una leve sonrisa en su rostro, aunque aquella sonrisa se incrementó al ver a Lucas acercándose hasta allí acompañado de Sofía y de su hijo. Los dos adultos caminaban de la mano muy felices y, nada más verlo, corrieron los tres para abrazarse a Hugo.

—¿Estás bien pequeño? Acabamos de escuchar rumores sobre de ti, y ahora, al ver tanta gente aquí fuera, pensé que te podía haber pasado algo — pregunto Lucas preocupado y observando al muchacho de arriba abajo.

—Estoy bien, no os preocupéis, pero… ¿Y vosotros? ¿Cómo hoy por aquí?  — preguntó Hugo mirando con sorpresa y emoción a Sofía y a su hijo.

—Sofía y yo estamos juntos — dijo Lucas con la felicidad dibujada en su cara — al marcharte ayer por la noche, no quise quedarme solo en el banco de la avenida y me fui a dar un paseo. Encontré a esta maravillosa mujer haciendo unas últimas compras, hablamos y… y bueno, hemos decidido empezar una relación juntos. Además, queremos que vengas a vivir con nosotros, ¿qué te parece? — le preguntó Lucas ante la atenta mirada de Sofía y la sonrisa del pequeño Simón.

—¿De verdad? ¡Qué alegría, claro que sí! — gritó emocionado llamando la atención de los que aún permanecían allí. Saltó de nuevo a los brazos de Lucas y todos empezaron a aplaudir a la nueva familia que se estaba formando en aquel lugar.

Hugo soltó a su amigo y abrazó al pequeño Simón que estaba a su lado, pero cuando levantó su mirada pudo ver algo que lo dejó paralizado por un momento. No lejos de aquel lugar y con la mirada puesta en el muchacho caminaban decididos dos personas que le resultaban muy familiares. Y poco a poco, una imagen de muchos años atrás se fue formando en su cabeza como si de una vieja fotografía se tratase.

—¿Mamá? ¿Eres tú? ¡Mamá! — gritó el niño con la mayor cara de sorpresa que jamás había tenido.

—¡Hugoooo! ¡Hijo míooooooo! — escuchó gritar a la mujer que se lanzaba a su encuentro.

Hugo también salió corriendo a su encuentro y cayó entre sus brazos a los que se aferró como si fuese una tabla de salvación.  El encuentro era tan emotivo que todos lo sintieron como propio, y fueron testigos de cómo entre un mar de lágrimas se abrazaban y besaban los tres, incluso Lucas tuvo que abrazarse a Sofía y Simón observando aquella escena con el corazón lleno de pura emoción.

—Hijo mío, como has crecido, pensábamos que no volveríamos a verte. Cuando fuimos a buscarte y nos dijeron que te habían tenido que echar del orfanato en el que te dejamos creímos que te habríamos perdido para siempre — dijo su madre sin dejar de llorar y tocar a su hijo.

—Nunca más hijo, nunca más volveremos a separarnos de ti. Hemos reunido lo suficiente para una casa y para que tengas de todo, mi tesoro — le dijo su padre también entre lágrimas mientras se volvían a fundir en un abrazo.

—Papá, ya tengo todo lo que necesito, ahora sí que ya tengo la mejor Navidad de mi vida.

Mientras, Simón le preguntaba a su madre:

—Entonces, ¿Hugo no vendrá con nosotros?

—Me temo que no hijo — contestó su madre aún emocionada contemplando la escena.

—Pero seguro que os vais a ver muy a menudo, estoy convencido de que seréis grandes amigos, ya lo verás — le animó Lucas.

Los meses fueron pasando y aquel pueblo fue cambiando por completo tras la última navidad de Hugo, el alcalde llegó a cumplir su promesa y construyó un albergue para los indigentes en el mismo lugar en el que Hugo había dormido durante meses, al menos pudo resarcirlo de haber comprado la taberna y el establo tan sólo para dejarlo en la calle. Gracias a eso, muchos fueron los que pudieron sobrevivir a los duros inviernos venideros, incluidos los niños que, por desgracia, seguían teniendo que abandonar el orfanato antes de tiempo.

Lucas y Sofía se casaron el siguiente verano, Pedro pudo por fin retirarse y dedicarse a cuidar de su huerta mientras ellos continuaban con su puesto de fruta en ese mercado y en los de los pueblos de los alrededores. Su negocio prosperó y pudieron abrir su propia tienda en el pueblo de forma permanente. Lucas siguió compartiendo cada miércoles una caja de fruta fresca con los más necesitados y colaborando en el albergue.

Hugo nunca más se separó de sus padres, ni de Sara, juntos acudieron al mismo colegio y formaron un grupo muy sólido junto a Ismael y Simón. Los cuatro ayudaban en el albergue después de clase y entre todos siguieron construyendo los sueños de los más desfavorecidos.

El pueblo se contagió de la solidaridad del “niño milagro”, cuyas hazañas fueron contadas de padres a hijos durante años. Aquella había sido la Navidad de Hugo, cuyo milagro fue el de conseguir que todos en aquel pueblo y en muchos otros, aportasen desde ese día su granito de arena para que el mundo fuese un lugar mejor.

 

FIN

 

 

AGRADECIMIENTOS Y NOTA DE AUTOR

 

Esta historia ha sido posible gracias a la colaboración entre J.R.Moreno y Maria Moledo como escritores, con la participación y apoyo del blog de literatura Sueños para leer, @dreamsforread en Twitter, y en especial de Oriana.

Ademas de la colaboracion y particiapcion en el prologo de Alessio Puleo.

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