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Capítulo 4

Primera cita.

 

Sam subió a su casa y se tumbó sobre la cama, miró de reojo el libro que le había regalado su tío, que estaba en la mesita justo a su lado, lo cogió y le echó un vistazo de nuevo. Lo abrió por una página en la que decía «importante» y susurró en voz baja lo que allí ponía: No olvides nunca lo importante que es no desvelar jamás tu secreto a nadie, las fuentes de energía que diriges con tus pensamientos jamás deberán usarse en presencia de desconocidos o personas que no sepan la existencia de este poder, y, sobre todo, no utilices tus energías para malos fines porque, al igual que la brujería, las energías del pensamiento son muy poderosas y pueden llegar a revelarse contra uno mismo.

 

   —¡Madre mía! ¿En qué estoy metido? — susurró para sí mismo mientras cerraba el libro y volvía a dejarlo en la mesita medio asustado.

 

Miró hacia el techo, cerró los ojos y se durmió.

 

A la mañana siguiente se despertó con el canto de un gallo, abrió los ojos y escuchó cómo se abría la puerta de la habitación, era su madre que se acercaba con media sonrisa en el rostro:

                                                 

   —¡Buenos días, dormilón! ¿Qué tal la noche?

   —¡Buenos días, mamá! La verdad es que no estuvo mal para ser mi primer día — respondió él mientras se estiraba en la cama para despertarse.

   —¡Me alegro, hijo! Bueno, baja a desayunar pronto — dijo Daisy mientras salía de la habitación, sin percatarse en las marcas en la cara de Sam.

   —En seguida, mamá.

 

Unos minutos más tarde llamaron a la puerta y la madre de Sam abrió.

 

   —¡Hola, señora Maison! ¿Está Sam? — preguntó Sally.

   —¡Hola! Sí, acaba de despertarse, pero pasa.

   —¡Gracias! ¡Ah!, soy Sally, trabajo en la librería del señor Maison — aclaró la muchacha visiblemente nerviosa.

   —Sí, te recuerdo de ayer. Vaya, así que trabajas con Nel... ¿Te apetece desayunar con nosotros?

   —Se lo agradezco, pero ya he desayunado — respondió Sally con una sonrisa.

 

Sam bajó las escaleras a medio vestir y se encontró con su madre y con Sally en la cocina. Al ver a la joven se giró rápidamente para terminar de ponerse la camiseta ya totalmente sonrojado. Respiró hondo y trató de disimular.

 

   —¡Hola, Sally! ¿Cómo tú por aquí? — dijo sorprendido de verla.

   —Buenos días, Sam, iba camino de la librería de tu tío y se me ocurrió saludarte.

   —Bueno Sally, es un placer volver a verte y vuelve por aquí cuando quieras. Chicos, os dejo para que habléis de vuestras cosas, voy a saludar a la madre de Jim que quiero conocerla y agradecerle el gesto que tuvo ayer con nosotros al traernos la tarta.

   —¡Muy bien, mamá! Saluda a Jim de mi parte — dijo Sam mientras salía su madre por la puerta.

 

Al irse su madre, Sam se quedó desayunando y Sally se sentó a su lado.

 

   —¿Cómo estás? Lamento mucho lo de anoche — le dijo bastante apenada.

   —Estoy bien, no te preocupes — dijo Sam secamente.

   —Ya veo, bueno, sólo quería disculparme por lo sucedido — dijo Sally levantándose de la mesa con la intención de marcharse.

   —¡No te vayas, Sally! Perdona... No quería ser brusco, me encanta tenerte cerca. ¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? — le propuso el chico con voz de desesperación para que ella no se marchara.

   —Tengo que irme — respondió ella con una sonrisa tímida — tu tío me espera, y me encantaría cenar contigo esta noche, pero no puedo, tengo cena familiar hoy a la que no puedo faltar. Aunque… dime una cosa: ¿tu tío te dio el libro de iniciación?

   —¿Un libro con una estrella rara en la portada? — preguntó él extrañado.

   —¡Sí! ¡Ése es el libro! Pues hazme un favor: esta noche, a las doce en punto, túmbate y lee el capítulo diez del libro, quizás podamos cenar esta noche pero de un modo un tanto diferente — dijo Sally muy misteriosa.

   —¿Cenar? ¿Con el libro? — preguntó Sam con cara perpleja.

   —¡Sí! Confía en mí — sonrío Sally entregándole a

Sam una fotografía suya que llevaba en un bolsillo.

   —¿Y esto? — dijo Sam mirando la fotografía, aún más extrañado.

   —Guárdala bien, te hará falta esta noche junto al libro — le pidió mientras se disponía a salir por la puerta.

   —¡No dejaré de sorprenderme en este sitio!

   —¡Sin duda! Hasta la noche, Sam — concluyó Sally con voz dulce y una sonrisa traviesa mientras se alejaba.

 

Cuando se quedó solo volvió a subir a su cuarto, no podía esperar a la noche para saber de qué le estaba hablando Sally, así que cogió el libro que le había dado su tío y se tumbó en la cama, buscó el capítulo diez y leyó el título: «Proyección mental». Se quedó  mirando durante unos segundos aquella página decidiendo si continuar leyendo o esperar.

 

   —Vaya, creo que lo leeré esta noche a las doce, tal y como dice Sally, quizás si lo leo ahora no se cumpla.

Sam fue pasando páginas del libro y se detuvo en el capítulo dos que decía: «Meditación Consciente», y empezó a leer: Siéntate con los pies cruzados y junta las palmas de tus manos, pero sin que lleguen a tocarse, inspira profundamente y visualiza cómo ese aire inunda tu cuerpo, trata de relajar cada músculo de todo tu ser en cada respiración, notarás cómo te sientes más ligero, haz esto con los ojos cerrados y concéntrate firmemente en el ejercicio.

 

Sam se sentó en el suelo de su cuarto colocándose en la posición que detallaba el libro y, siguiendo como ejemplo un dibujo que había en el capítulo, juntó las manos sin llegar a tocarse con las palmas y empezó a respirar, cerró  los ojos y se concentró en el ejercicio. No se dio cuenta, pero unos pequeños destellos de luz surgieron de las palmas de sus manos y, poco a poco, empezó a levitar hasta alcanzar una altura de casi un metro.

 

   —¡Sam, ya he vuelto! — gritó su madre dando un portazo al entrar.

 

Sam cayó de golpe al suelo desde la altura en que se encontraba levitando. Su madre, al escuchar el golpe, gritó:

 

   —¿Sam, estás bien?

   —¡Sí, mamá! —respondió él frotándose el trasero dolorido por la caída.

   —¿Y ese golpe? ¿Qué fue?

   —¡Nada, mamá! ¡Todo está bien! — dijo Sam, y empezó a susurrar para sí mismo —. Dios mío... ¡He volado! ¡No me lo puedo creer! — sonrió asombrado.

   —¡Sam! Está aquí Jim —gritó ella abriendo la puerta.

   —¡Vale! ¡En seguida bajo!

 

Sam bajó apresurado escaleras abajo.

 

   —¿Qué tal Jim?

   —Hola, ¿te apetece salir hoy con las bicis?

   —¡Vale! ¡Dame un segundo!

 

Sam salió por una puerta trasera de su casa, donde había un pequeño garaje. Esperaba encontrarse allí alguna bicicleta, pero no fue así, así que volvió junto a Jim.

 

   —Lo siento, Jim, pero no tengo bici, supuse que mi padre tendría alguna en el garaje, pero no es así.

   —Tengo las bicis aquí en la puerta, una es tuya, bueno, de tu padre, y la otra es mía; tu padre solía salir con el mío y las bicis las guardaban en el garaje de mi casa porque mi padre solía arreglarlas, así que… aquí está.

   —¡Genial, qué bien! Pues andando — respondió Sam todo contento.

   —¡Perfecto! Hasta pronto, Sra. Maison — gritó Jim lo suficientemente alto para que Daisy lo oyese.

   —¡Adiós, Jim! ¡Adiós, hijo! —respondió ella desde

la cocina.

  —¡Adiós, mamá!

 

Los chicos salieron por la puerta, cogieron las bicis y emprendieron su viaje por el valle. Jim, que era el guía, llevó a Sam por un camino de tierra hacia el sur del lugar y fueron charlando.

 

   —¿Qué tal lo llevas? — se interesó Jim.

   —Bien, esto es muy relajante. Además, es cierto, se respira diferente con las bicis — respondió Sam.

   —¡Claro! Además también es por el recorrido que estamos llevando, estamos pedaleando a contracorriente de fuerzas positivas. ¿Ves esos árboles? —señaló Jim hacia un grupo de abetos que tenían a su derecha — Pues su posición, y el hecho de estar justo el sol detrás, hace que desprendan mucho más oxígeno y se produce como una capa de protección que envuelve el camino — explicó Jim.

   —¡Joder, macho! No entiendo nada de lo que dices, pero la sensación es real, se siente uno mucho mejor, como recargado de energía.

 

Jim se paró al lado de un árbol y Sam se detuvo junto a él.

 

   —Mira, Sam, te mostraré una cosa.

 

Jim alzó su mano apuntando hacia una de las ramas, movió un poco sus dedos y balanceó tímidamente su brazo, y el mismo gesto que hacía el brazo hacía la rama, como si la tuviera agarrada con la mano.

 

   —¡Vaya! — exclamó Sam fascinado.

   —Curioso, ¿verdad? Pues esto no es nada. Pero verás: las energías pueden fusionarse, es decir, si doblo la rama hasta ahí y haces tú lo mismo, deberíamos doblarla aún más. ¿Quieres probar?

 

   —¡Vale!

 

Jim volvió a levantar la mano y señaló la rama, que se empezó a balancear de nuevo, Sam también levantó el brazo y trató de hacer lo mismo, pero no surtía ningún efecto.

 

   —¿Qué estoy haciendo mal, Jim? — preguntó Sam con frustración.

   —Debes sentir la conexión, como si la punta de tus dedos se prolongase hasta la rama, debes visualizarlo en tu mente.

 

Sam se concentró y tras unos segundos, la rama se balanceo pero con tal fuerza que terminó partiéndose.

 

   —¡Cielos! — gritó Sam apartándose para que la rama no le cayese encima.

   —¡No puede ser! Debería haberse balanceado algo más, pero no partirse, eso sólo puede significar una cosa… ¡una gran cosa, diría yo! — dijo Jim gratamente sorprendido.

   —¿Qué cosa?

   —¡Tú energía es blanca! ¿Sabes lo que eso significa? — Jim estaba eufórico.

   —¡No, ni idea!

   —Pues que tienes la misma energía que tu padre, creíamos que no aparecería nadie más en el valle en mucho tiempo con esa energía.

   —Pero eso no es malo, ¿no?

   —¿Bromeas? ¡Claro que no! ¡Eso es extraordinario!

   —Aun ando un poco perdido en todo esto, el otro día hice volar un trozo de papel, luego levité, ahora esto, estoy… ¡como en un sueño!

   —Lógico, no te preocupes, todo a su tiempo, pero tu energía es muy fuerte y si logras desarrollarla podrás conseguir cosas enormes.

   —Eso mismo me dijeron Sally y mi tío ayer.

   —¿Ellos también saben lo de tu energía?—preguntó

Jim.

   —¡Sí, claro! Fueron ellos quienes me lo dijeron a través de un cristal — respondió Sam.

   —Es cierto, el Sr. Maison tiene el captador de energías. Bueno, tú guarda el secreto y que no lo sepa nadie más, ¿de acuerdo?

   —De acuerdo — afirmó Sam con rotundidad.

   —Volvamos ya, otro día te enseñaré mi pequeño secreto, porque creo que algún día lo necesitarás —dijo Jim guiñándole un ojo a Sam. Éste se quedó con la curiosidad, porque Jim se giró y fue a por su bici.

 

Los dos chicos se volvieron a subir a las bicicletas y emprendieron el camino de vuelta. Mientras tanto a la casa de Sam había llegado el tío Nel de visita.

   —¿Sabes Nel? Estuve esta mañana con Hanna, la madre de Jim, y me contó cosas muy extrañas sobre este lugar — dijo Daisy que ya no aguantaba más sin saber qué era lo que estaba pasando.

   —¿Cosas? ¿Qué cosas son esas? — Nel se hizo el desentendido ante la curiosidad de su cuñada.

   —Pues que su marido también está desaparecido hace casi dos años, y que es normal que aquí llegue un momento en la vida en que hay que afrontar estas situaciones, por no sé qué de la energía, me dijo, no lo entendí muy bien, la verdad.

Nel, al escucharla, creyó que ya era hora de que poner al tanto a la mujer aunque no quería que se alterase por lo que iba a contarle.

   —Daisy, sentémonos, creo que es el momento de que hablemos. Creía que era mejor que lo fueras viendo poco a poco, pero mañana empiezan los chicos las clases y es mejor que estés informada ya de todo.

   —¡No me asustes, Nel!

   —Tranquila, esto no es para asustarse, al contrario.

 

Daisy y Nel se sentaron en el sofá y él empezó a decir:

 

   —Vamos a ver, ya habrás notado que este sitio es algo diferente a todo lo conocido, eso es porque tiene una energía muy especial, las cosas brillan con más intensidad y la mayoría de las personas que viven aquí tienen capacidades especiales.

   —Sí, algo así me contó Hanna. Al principio creí que estaba un poco loca, pero por lo que me dices tengo que creer que me estaba diciendo la verdad — dijo Daisy un tanto escéptica.

   —Verás…— empezó a decir Nel  — tu marido, al igual que muchos de los que aquí viven, tiene capacidades mentales asombrosas, como Sam, Jim y otros chicos del valle; estas capacidades, si no se desarrollan pasan casi desapercibidas, o sea, que ni sabrían que las tienen como le ha pasado a Sam todos estos años. A no ser, claro, por mera causalidad — explicó Nel.

   —¡Bien! Eso puedo llegar a entenderlo, ¿pero por qué desaparecen esas personas?

   —No desaparecen, Daisy, hay personas que cuando consiguen desarrollar su consciencia mucho más de lo que puedas imaginar, les llega el mensaje.

   —¿El mensaje? ¿Qué mensaje? — preguntó Daisy algo irritada.

   —El mensaje de la energía superior es algo difícil de explicar, conectan con una energía fuera de este plano, y esa energía les revela un lugar prácticamente oculto en este mundo, un lugar muy especial que no pueden revelar a nadie, sólo pueden acudir allí y conectar con esa energía para poder finalizar su instrucción y obtener unos conocimientos casi divinos. Las pocas personas que he conocido que fueron a esos lugares estuvieron entre dos y tres años allí, y no revelan ninguna información, pero regresan con dones extraordinarios.

   —¡Me dejas sin palabras! Llevo dos años esperando a que mi marido regrese y me dé una explicación por haberse ido sin decir nada, y ahora tú me sales que tiene poderes divinos y que todo se debe a un plan superior.

   —Sé que es complicado de entender, Daisy — dijo Nel tratando de calmarla.

   —¡Pues sí! ¡La verdad es que sí!

   —Sólo espero que entiendas el porqué de tanto secreto, si personas como nosotros paseáramos por Los Ángeles y explicáramos lo que podemos hacer, ¿qué pasaría?

   —Pues que acabaríais en un manicomio, como mínimo — respondió ella con burla.

   —¡Exacto! O en algún circo o algo así. No podemos exponernos a eso.

   —Entiendo, pero lo que no entiendo es como tu querido hermano ha estado tantos años sin contarme nada de esto — dijo Daisy con frustración —Se supone que somos marido y mujer para lo bueno y para lo malo, por qué…

 

Pero no pudo decir nada más porque justo en ese momento entró Sam por la puerta.

 

—¡Hola, tío Nel! ¿Cómo tú por aquí?

—¿Qué tal, Sam? Ya ves, aquí de visita — Nel siguió como si nada hubiese pasado mientras Daisy intentaba ocultar su nerviosismo.

—Bien, estuve dando una vuelta con Jim. ¡Uf...! Pero me encuentro muy cansado ahora, y eso que no hicimos mucho ejercicio con la bici, y me encontraba genial hace un rato.

—No creo que sea del ejercicio ese cansancio, Sam.

—¿Qué quieres decir con eso, tío?

—Pues que te noto cansado, sí, pero mentalmente, no físicamente.

—Pues puede ser, ahora que lo dices…

 

El tío Nel se levantó de la silla y dio unos golpecitos en la espalda a Sam. Se acercó un poco más a él y le dijo:

 

—Antes de correr, hay que gatear, Sam. La energía, si no la canalizas bien, se agota en seguida.

—Creo que te entiendo, tío.

—Bueno, me marcho ya. Daisy, un placer, iré viniendo de visita.

 

—¡Vale, Nel! Hasta pronto — respondió ella con una fingida sonrisa, se sentía dolida por no haber sabido nada de todo aquello hasta ese momento, y saberlo tampoco le había dejado un buen sabor de boca.

—¡Adiós, tío!

 

El tío Nel se marchó, y Daisy se quedó mirando con cara de incertidumbre a Sam.

 

—¡No preguntes, mamá!

—Está bien, hijo, creo que por el momento, con lo que me ha contado tu tío, es suficiente — dijo ella con resignación, se levantó del sofá y se fue a la cocina sin decir nada más, dejando a Sam un tanto desconcertado, porque tampoco sabía el alcance de la conversación que se había producido allí.

 

Después de comer, y tras haber estado investigando lo que había en el garaje y en el cobertizo del jardín, Sam subió a su cuarto para escuchar algo de música. Al acercarse a su cama y ver el libro de iniciación se acordó de Sally.

 

—¡Joder, son las siete ya! Creo que debería descansar un poco, esta noche tengo la cita con Sally a las doce y me encuentro agotado mentalmente — murmuró Sam.

 

Puso su despertador a las doce menos diez y se acostó, no tardó ni un minuto en quedarse dormido. Cuando sonó el despertador, se incorporó casi de un salto, cogió el libro y la fotografía de Sally y se sentó sobre la cama. Abrió el libro por el capítulo diez y empezó a leer.

 

—Bueno, no parece muy complicado, es un ejercicio casi como el de levitar pero tumbado y con las palmas hacia abajo, relajándome desde las puntas de los dedos de los pies hasta la cabeza. Bueno, ¡vamos allá!

 

Sam cogió la fotografía de Sally, la miró fijamente por unos segundos y la dejó sobre la mesita, se recostó en la cama, cerró los ojos y se concentró. Al cabo de unos pocos minutos notó como una parte de él se elevaba, sintió como un pequeño tirón hacia arriba y abrió los ojos asustado.

 

—¡Cielos! Esto no va como esperaba, parece que vaya a morirme — murmuró — pero… ¡tengo que lograrlo!

 

Volvió a cerrar los ojos y se concentró en el ejercicio, de nuevo sintió la misma sensación, pero esta vez se dejó llevar y como una sombra de sí mismo salió de su cuerpo volando.

 

—¡Wow! ¡Menuda sensación, qué pasada! — dijo Sam mientras volaba.

 

Podía notar el aire en la cara y el frescor de la noche.

Se dejó llevar como si algo lo atrajese y en seguida se encontró con Sally.

 

—¡Pensaba que no vendrías! — le saludó ella con su bonita sonrisa.

—Me costó un poco más de lo que yo pensaba, pero aquí estoy — contestó Sam muy contento por lo que había logrado.

—Bien, vayamos a cenar, sígueme — y Sally salió disparada por entre las nubes.

 

Sam la siguió volando y, en un abrir y cerrar de ojos,  ella los dirigió hacia un restaurante de lujo de Nueva York, bajaron hasta él y entraron por la puerta, se dirigieron a una mesa que había libre y se sentaron.

 

—Esto es alucinante, ¿podemos ir dónde queramos? — preguntó Sam perplejo.

—¡A cualquier sitio, sí! Pero hoy sólo limítate a seguirme, ¿vale? — le pidió Sally con una sonrisa, a la que él respondió con otra mientras asentía con la cabeza.

 

Los chicos ojearon a las demás personas de las otras mesas que estaban cenando.

 

—¡Qué buena pinta tiene esa langosta! — exclamó

Sam viendo a un camarero cómo la servía en un gran plato.

—¡Sam! Concéntrate en ese plato de langosta y visualízalo en tu mesa delante de ti — le animó Sally.

 

Él se concentró y en breves segundos el plato estaba ante sus ojos.

 

—¡Qué pasada! ¿Y nadie puede vernos?

—¡Nadie! ¡Aunque parezca mentira, estamos solos!

—¿Y esto me lo puedo comer?

—Claro, y notarás su sabor y todo, como si fuera de verdad, pero no tendrá ningún efecto sobre tu cuerpo físico.

—¡Es realmente increíble! — exclamó Sam mientras agarraba un tenedor con intención de probar la langosta.

—¡Pero espera! No seas tan maleducado, espera que yo pida mi plato ¿no? — dijo Sally sonriendo.

—¡Ah, claro! ¡Perdón! ¡Perdón! Las damas primero — sonrió el chico.

 

—Pues, a ver, yo tomaré el cocktail de gambas ese

— comentó Sally mirando un plato que había en el mostrador del restaurante.

 

En seguida apareció el cocktail de gambas sobre la mesa, los dos chicos se miraron, sonrieron y se pusieron a comer.

 

—¡Está buenísimo! —dijo Sam mientras degustaba la langosta.

—Es el mejor restaurante de la ciudad, si tuviéramos que pagar esto nos saldría carísimo.

 

Los chicos terminaron ese plato y otro más, y el postre. Cuando se sintieron satisfechos, Sally dio por finalizada la cena.

 

—Ahora quiero llevarte a otro sitio, ¿estás preparado?

—¡Claro! — Sam estaba entusiasmado con todo lo que le estaba sucediendo.

—¡Pues sígueme!

 

Los dos muchachos, ya fuera del restaurante, salieron volando. Sally se dirigió hacia un faro lejano rodeado por un rompeolas y allí se pararon en lo alto, donde había un precioso mirador desde el que se podía ver una gran luna, se sentían las olas romper en las rocas y la brisa del mar acariciaba sus cuerpos.

 

—¡Es precioso este sitio! — dijo Sam.

—¿Verdad que sí? ¡Aquí vengo a veces a desconectar de todo! — le contó Sally.

—Me encantaría no despertar nunca de esto, un lugar precioso, una chica maravillosa y unas sensaciones indescriptibles — dejó caer Sam con voz melancólica.

 

Sally se quedó mirando a Sam y esbozó una tímida sonrisa.

 

—¡Eres un encanto! — susurró.

—Es en serio, Sally. Sé que apenas nos acabamos de conocer, y esto te puede sonar a excusa para ligar o algo así, pero me haces sentir cosas que nunca había sentido, y lo digo de verdad.

—Tú también me haces sentir muy bien, a tu lado me siento protegida y me das una paz que desconocía hasta ahora.

—Cómo me gustaría sentirme así cada día de mi vida, sería tan hermoso sentir esta sensación siempre... ¿Será así como se sienten las personas cuando se enamoran de verdad?

—¿Crees que estás enamorado de verdad? —preguntó Sally sorprendida y esperanzada a la vez.

 

—Nunca he estado enamorado de verdad, así que no sabría decirte, pero sí que me haces sentir lo que no he sentido nunca, y te aseguro que no soy de los que expresan lo que sienten a cualquiera y menos sin conocerla. Pero no sé qué me pasa contigo, será este lugar mágico, o será que encontré a alguien de verdad especial en mi vida — dijo Sam con ternura.

—Yo tampoco soy de las que sienten con facilidad, jamás he creído en el amor a primera vista, pero si es cierto que noto una fuerte conexión contigo, y si te soy sincera, eso me da un poco de miedo — dijo ella bajando la cabeza.

 

Sam se acercó más a Sally, le acarició el cabello y puso su mano debajo del mentón para que lo mirase a los ojos. Sintió su tierna mirada de una forma muy especial, puso sus manos en las encendidas mejillas de la chica y acercó los labios a los suyos, pero cuando se disponía a besarla…

 

—¡Sam! ¡Sam! ¿Te encuentras bien? — dijo la madre de Sam despertándole.

 

Sam se despertó de repente.

 

—¡¿Qué?! ¡¿Qué?! —dijo Sam despertándose asustado.

—¡Nada, hijo! Es que te vi ahí tan quieto que pensé que te había pasado algo.

—¡Por Dios, mamá! ¡No vuelvas a hacer eso! — Exclamó Sam tapándose la cara con las manos con fastidio — Acabas de despertarme del mejor de los sueños.

—¡Lo siento hijo! ¡Perdona! ¡Cualquiera diría que estabas soñando con una chica! Por cierto, volvió el tío Nel, me dijo que te dijera que tus clases empiezan ¡mañana a las diez!

—Muy bien, mamá, despiértame a las nueve. ¿Sí? — dijo Sam dándose la vuelta en la cama.

—De acuerdo, hijo ¡Que descanses! — dijo Daisy arropando a Sam y saliendo de la habitación.

 

Sam volvió a dormirse en seguida, se encontraba agotado y emocionado a la vez por la experiencia vivida, una experiencia que tardaría mucho en poder olvidar.

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