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Teresa pensó mejor lo que estaba a punto de hacer y se dio la vuelta, prefería no tener que pasar por ninguna decepción y menos con Dylan, le tenía demasiado cariño para perderlo por una relación que no tenía ningún futuro. Así que no se arriesgó y volvió con sus amigas, mientras Pedro la seguía con la mirada pensando en la poca fortuna que había tenido su amigo aquella noche, aunque su instinto le decía que aquello no se había acabado aún.

 

Dylan comenzaba a desesperarse y daba vueltas por delante de la puerta decidiendo si entrar o no. Ya había pasado el suficiente tiempo como para que ella se decidiese a salir y allí no aparecía nadie. Esperó unos minutos y ya no aguantó más, entró y fue directo a la barra donde se encontraba su amigo. Se pidió una cerveza y se la tomó en silencio mientras no dejaba de observar todos y cada uno de los movimientos de Teresa, que seguía en medio de la pista bailando con el resto de los chicos.

 

—No todo está perdido — dijo Pedro mirando la botella que tenía en la mano.

 

—¿Cómo? — preguntó Dylan saliendo de su abstracción.

 

—Digo que no todo está perdido, Teresa no salió supongo que por miedo, pero desde luego no porque no le gustes.

 

—¿Y tú por qué estás tan seguro, si puede saberse?

 

—Pues porque la conozco, en cuanto le dije que saliera porque querías hablar con ella, empezó a ponerse nerviosa y su sonrisa la delató. Te digo yo que a esa chica le gustas y mucho.

 

—Ya, y entonces... ¿Por qué no salió? ¿Por qué no quiere hablar conmigo? — Dylan no entendía cuál podía ser el problema.

 

—¡Pues no sé, chico! Yo te animé pensando que lo tendrías fácil, pero parece que me equivoqué. De todas formas, yo no lo dejaría así. ¡La noche es joven! — dijo Pedro mientras chocaba su botella de cerveza con la de Dylan y dibujaba una sonrisa pícara en su cara.

 

Los dos muchachos de quedaron charlando tranquilamente, poniéndose al día de lo que había pasado en sus vidas desde la última vez que se habían visto. Mientras el resto de los chicos continuaron bailando en el centro de la pista.

 

—Dylan no te quita el ojo de encima — le comentó Marta a Teresa con una sonrisa.

 

—Sí, bueno, parece ser que quería hablar conmigo fuera, pero no tengo muchas ganas de hablar con él.

 

Marta se paró en seco y miró a su amiga como si de un extraterrestre se tratase.

 

—¿Pero tú te has vuelto loca o qué? Llevo todo el invierno escuchándote hablar de Dylan, que si Dylan está muy bueno, si Dylan va a venir, si Dylan tendrá novia, si no... Y ahora que el tío llega y quiere hablar contigo a solas te rajas. ¡No hay quién te entienda!

 

—Ya pero...

 

—Pero… ¿qué?

 

—Pero sólo va a estar unas semanas y yo me conozco. Todo será muy bonito pero al final él se irá y yo me quedaré aquí tirada — dijo Teresa reconociendo sus miedos.

 

—Puede ser, o puede que la relación vaya a más. Tú aún no has decidido qué hacer en otoño, a lo mejor tu vida está en Cataluña. O a lo mejor no es tan bonito y eres tú quien decide poner fin, pero al menos lo habrás disfrutado. Desde luego que aquí parada nunca lo sabrás.

 

Teresa se quedó reflexionando lo que acababa de escuchar. Su amiga tenía razón, si no se arriesgaba nunca iba a saber lo que podría pasar, y Dylan realmente le gustaba. Lo observó desde donde estaba como hablaba con Pedro y pensó que podría acercarse a ellos para intentar arreglar lo que no había hecho.

 

Se decidió a dar el siguiente paso, pero al acercarse a la barra vio a Sergio hablando con los dos muchachos, parecía que les estaba sugiriendo cambiar de lugar. A esas horas en Casillas ya casi no quedaban chicos de su edad, todos iban al pueblo vecino para seguir con la fiesta. Al llegar a su altura escuchó a Dylan decir que se encontraba muy cansado del viaje y que siguiesen la fiesta sin él.

 

—Pero hombre, es tu primer día en el pueblo, no puedes ir para casa aún — le decía Sergio.

 

—Estoy hecho polvo, es la primera vez que hago el viaje yo solo conduciendo desde allá, y la verdad es que ahora entiendo a mi padre cuando llega y lo primero que hace es tumbarse.

—Ya, pero tú no eres tu padre, así que no hay excusas que valgan — le dijo Pedro mirando a Teresa de reojo — Y seguro que esta noche aún te reserva alguna que otra sorpresa.

 

Los dos chicos se miraron cómplices de sus pensamientos y Dylan sonrió con picardía. Era posible que su primer intento fuese fallido pero cabía la posibilidad de que ahí no se acabase el tema.

 

Se reunieron todos fuera del local y se encaminaron hacia el lugar donde se encontraban los coches aparcados. Dylan les recordó que él también disponía de coche ese año:

 

—Pues entonces, ¿qué os parece si Teresa, Pedro y yo vamos con Dylan en su coche y tú, Sergio, llevas a Marcos y Mónica? — se apresuró a sugerir Marta que había visto la gran oportunidad que se estaba presentando en aquella situación, tanto para su amiga como para Sergio, que no podía dejar de suspirar en silencio por Mónica.

 

—¡Me parece una idea excelente! — exclamó Sergio excesivamente sonriente.

 

—A mí también — dijo Pedro tomando a Marta, su novia, de la mano — así por una vez puedo ir en el asiento trasero con mi chica.

 

—¡Eh! Que en mi coche no se hacen guarradas, te lo advierto — le soltó Dylan fingiendo molestarse.

 

—Tranquilo, hombre, que no haremos nada que tú no hayas hecho alguna vez, o tal vez sí — se mofó Pedro.

 

—¡Ya! Me da que alguno hoy va a acabar volviendo a pie — le contestó Dylan ante las risas de sus amigos — Anda, para dentro antes de que me arrepienta y te deje en tierra — dijo apretando el botón del mando del coche que ya se encontraba a escasos metros de ellos.

 

Los otros tres muchachos se despidieron y se dirigieron hacia el coche de Sergio, que se encontraba un par de callejuelas más adelante. Mónica no paraba de hacer bromas por el camino con Marcos y con Sergio, y éste no podía dejar de mirarla y de sonreír. Le encantaba la risa de la pelirroja, se le iluminaban los ojos cada vez que la escuchaba y hacía ya tiempo que no podía verla como a una simple amiga. Le costaba acercarse a ella en otro sentido que no fuese ése, pero se había propuesto como meta ese verano dejar de suspirar y pasar a la acción con ella de una vez.

 

Al llegar a su viejo “Ibiza” rojo, abrió la puerta del conductor y le indicó a ella con un gesto de caballerosidad que pasase adentro, mientras con la mano le señaló a Marcos el asiento de atrás. Éste sonrió y meneó la cabeza, conocía de sobra lo que su amigo sentía por Mónica y entró sin rechistar. Después, se montó él en el coche, se colocó el pelo de su media melena hacia atrás para que no le molestase y arrancó.

 

Un rato más tarde se encontraron en la puerta de un local en el pueblo vecino. Entraron todos juntos y durante un buen rato estuvieron charlando y riéndose, recordando sobretodo anécdotas de cuando eran niños y se iban todos de excursión al río. Las miradas se sucedían entre Teresa y Dylan pero ninguno de los dos quería dar el primer paso, el viaje en coche hasta ahí había sido algo incómodo teniendo a Pedro y Marta en el asiento de atrás, que no paraban de besarse y de acariciarse sin importarles si alguien más los veía, y sin parar de meterse con sus dos amigos para intentar conseguir que al menos uno de los dos se decidiese por fin.

 

Planearon hacer una excursión para el día siguiente al río, como cuando eran niños e iban a comer con sus padres, pero a Dylan el cansancio le podía, había hecho un viaje muy largo y ya notaba a Morfeo pisándole los talones. Estaba muy a gusto charlando con sus amigos pero ya no podía más. Teresa se dio cuenta del estado en el que se encontraba porque no había dejado de mirarlo disimuladamente y lo vio bostezando en un par de ocasiones, sabía que debía ir a descansar aunque estaba disfrutando mucho de su cercanía a pesar de que apenas se dirigían la mirada.

 

Entonces se acercó un poco más a él y le susurró al oído:

 

—Si estás muy cansado puedo acompañarte a casa.

 

—Gracias, la verdad es que ya no aguanto más, fueron muchas horas en coche y estoy muy cansado, hasta no sé si seré capaz de volver conduciendo — respondió Dylan intentando no cerrar los ojos.

 

—Pues no se hable más, nos despedimos y nos vamos, Pedro y Marta si quieren pueden quedarse y volver en el coche de Sergio — sin dejar que Dylan dijese nada, Teresa se levantó y se dirigió al resto de sus amigos. — Chicos, Dylan está hecho polvo, y yo quiero levantarme pronto para preparar la comida para el río. ¿Mañana quedamos sobre las doce en la plaza?

 

—¿Cómo que os vais? ¿Y los dos solitos? — preguntó Mónica con guasa, haciendo que todos se alborotasen por la insinuación que acababa de lanzar.

 

—Venga, va — dijo Dylan sin dejar su eterna sonrisa — el que quiera volver ya que lo diga, o me quedaré dormido aquí mismo.

 

—Bueno, yo no estoy cansada y me quiero quedar un poco más, ¿y tú cariño? — comentó Marta a su novio, quien respondió moviendo la cabeza arriba y abajo a modo de afirmación.

 

—¿Y los demás? — preguntó Teresa en general sin dejarse llevar por el tono de broma de sus amigos. Pero el resto estuvo de acuerdo en quedarse un poco más.

 

Quedaron de verse en la plaza como había sugerido Teresa y ésta y Dylan se despidieron de sus amigos hasta el día siguiente. Salieron en silencio del local y se dirigieron al coche, cuando llegaron los dos agarraron la manilla de la puerta del copiloto a la vez y sus miradas se cruzaron. Era muy fuerte la atracción que sentían y Dylan no lo resistió más:

 

—Teresa… Yo… quería hablar contigo antes, pero no saliste y yo…

 

—Lo sé, la verdad es que en cuanto supe que me esperabas para hablar me entró un poco el pánico.

 

—¿Pánico por qué?

—Pues no sé… supongo… ¿de qué me querías hablar? — preguntó Teresa un poco apurada por si el tema de conversación no era el mismo que ella se imaginaba.

 

—Bueno… yo… — a Dylan le temblaban ligeramente las piernas — yo quería saber si estás con alguien, bueno, ya sé que acabas de romper con Julián, pero no sé si tienes otra persona en mente, no sé…— Dylan se rascó la cabeza con nerviosismo esperando una respuesta negativa por parte de Teresa, pero sólo consiguió arrancarle una dulce y tierna sonrisa.

 

—Pues ahora mismo no tengo a nadie en mente, como tú dices, al menos no a nadie más — contestó ella mordiéndose el labio.

 

—Vaya..., bueno…, pues… ¿A nadie más? — Preguntó Dylan que tardó en reaccionar — Y, entonces, ¿de quién se trata?

 

—Pues no sé, ¿tú que crees? — le dijo Teresa con ironía desesperada porque el chico con el que llevaba soñando todo el invierno se lanzase de una vez.

 

Dylan sonrió, podía leer en la mirada de ella la respuesta y eso hizo que se sintiese mucho más seguro. Miró un par de segundos al suelo, dio un paso acercándose un poco más a ella y le tomó la cara entre sus manos, con el pulgar le acarició la mejilla y esta vez fue Teresa la que empezó a temblar. “Por fin está sucediendo”, pensó ella mientras sus labios se acercaban despacio, podía sentir ya el roce de su aliento y, justo en ese instante, oyeron una voz conocida por los dos:

 

—¡Ya veo lo cansados que estáis, ya!

 

Los dos muchachos se separaron de inmediato, pero sus manos siguieron entrelazadas. Miraron hacia la persona que los había interrumpido y vieron a Marcos con un cigarro en la mano apoyado en una pared.

 

—¿Y tú cómo es que no estás dentro con los demás? ¿Quieres que te llevemos de vuelta? — preguntó Dylan intentando aparentar normalidad.

 

—No, tranquilo, por mí podéis seguir con lo que estabais, sólo salí a fumar — contestó Marcos señalando lo que sujetaba entre los dedos — dentro empieza a haber mucha gente. De todas formas gracias, pero aún me voy a quedar un rato más, a ver si Sergio se decide a decirle algo a Mónica de una vez.

 

—¿Sergio y Mónica? ¿En serio? — Dylan parecía sorprendido.

 

—Sergio lleva pillado por Mónica mucho tiempo — contestó Teresa — el problema es que Mónica no se lo cree y Sergio aún no se ha atrevido a confirmárselo.

 

—Es cierto, no para de hablar de ella en todo el día — aseguró Marcos con tono de fastidio — a ver si se decide de una vez, que ya no hay quien lo aguante.

 

—Pues quién sabe si mañana en la excursión podemos echarle una mano con eso — comentó Dylan.

 

—¿En qué estás pensando? — preguntó Teresa intrigada.

 

—Mañana lo sabrás, ¿nos vamos? — Teresa asintió y los dos se despidieron de Marcos con la mano, entraron en el coche y Dylan arrancó.

 

En el viaje de vuelta el silencio reinó durante todo el tiempo, los dos chicos estaban un poco cohibidos y no sabían muy bien como dar el paso siguiente. Al llegar a la casa de Teresa, Dylan paró y salió a abrirle la puerta del coche como todo un caballero. Le ofreció la mano para salir que ella tomó con gusto y la acompañó hasta la puerta. Había llegado el momento de despedirse y era su última oportunidad del día para demostrarse al menos lo que sentían, ya que las palabras seguían sin salir. Dylan se acercó más a Teresa consiguiendo que ésta se apoyase en la puerta y que no tuviese más escapatoria, miró a ambos lados para asegurarse de que no había nadie que los fuese a interrumpir y repitió la escena anterior: le tomó la cara entre sus manos, acercó sus labios a los de ella y dejó arrastrarse por la magia del momento.

 

El beso apenas duró unos segundos pero para los dos fue como si durase una vida entera. Cuando se separaron sonrieron y sólo alcanzaron a decirse un “hasta mañana”. Después él se metió en el coche y se fue a su casa dejando a Teresa en estado de shock, no podía creerse que la hubiese besado por fin. Se tocó los labios con la punta de los dedos y volvió a sonreír.

 

Minutos más tarde ya estaba en su habitación, colocándose la camiseta que usaba para dormir y sin dejar de pensar en lo que le acababa de suceder. No había encendido más que la luz del baño para no molestar a su hermana Sonia, con la que compartía habitación, pero ésta estaba aún despierta y había visto la despedida entre su hermana y el que ella consideraba como uno de sus mejores amigos. Justo en el momento en el que Teresa se estaba metiendo en la cama, Sonia susurró:

 

—¿Así que Dylan ya está de vuelta en el pueblo?

 

—¿Qué? ¿Cómo? — Teresa pegó un pequeño brinco con el susto que se acaba de llevar — ¿Qué haces aún despierta canija? — le preguntó a Sonia recuperando el aliento.

 

—Ya tengo quince años, hermanita, deja de llamarme canija de una vez. Estaba intentando dormir pero el ruido del coche de Dylan me despertó. Ya vi el besito que os disteis, ¿ya sois novios por fin? ¿Y qué pasó con Julián? Vas a tener que contarme muchas cosas.

 

—Julián y yo hablamos por la mañana y nos dimos cuenta de que sólo somos buenos amigos, y que lo nuestro no tenía mucho futuro. Y Dylan y yo, bueno, no sé aún qué somos, ¿pero qué hago yo dándote explicaciones? Anda, duérmete.

 

—Claro, ahora que tu vida tiene algo de interesante me dejas con las ganas de saber, ¿no?

 

—Pero serás… — Teresa le tiró un cojín a su hermana y las dos se pasaron parte de la noche hablando entre risas. Sonia conocía a su hermana y lo que ésta sentía por Dylan, y se alegraba por ella aunque en el fondo no podía dejar de estar un poco celosa, puesto que a ella Dylan también le había tocado su adolescente corazón.

 

A la mañana siguiente, Teresa se levantó temprano para preparar la comida y su hermana se apuntó a la excursión. A las doce en punto estaban ya las dos en la plaza y allí sólo se encontraba Dylan, ni rastro de nadie más. A Teresa le empezaron a temblar las piernas y no supo qué hacer, si acercarse y besarlo o simplemente saludar. Dylan se encontraba en la misma situación, había estado pensando toda la noche en su encuentro, imaginándose la escena en la que la besaría de nuevo aunque ello significase tener que soportar las burlas de todos, pero no había contado con la pequeña Sonia. En cuanto ésta lo vio se lanzó directamente a sus brazos para darle la bienvenida y Teresa no pudo más que mirarlos y saludarlo con la mano.

 

Sonia se demoró más de lo debido en soltarse de su amigo y Dylan se sintió ligeramente incómodo. Aquella ya no era la cría que lo perseguía por todo el pueblo y con la que, a pesar de su corta edad, podía hablar prácticamente de todo. Se había convertido en una mujer con un cuerpo de infarto y ahora lo estaba abrazando mimosa. Sonia  llevaba una camiseta muy ceñida y unos pantalones cortitos, y Dylan empezó a sentir el calor de su cuerpo que lo estaba contagiando, sintió también la mirada de Teresa que se clavaba en su espalda y se soltó con suavidad, separando a la hermana de su chica para verla mejor intentando disimular.

 

 —Sonia, estás muy cambiada, te veo… No sé, muy…

 

—¿Muy mayor? Sí, gracias, por suerte a todas nos llega ese momento — dijo ella guiñándole un ojo con picardía — Tú sigues igual de guapo que siempre, mi hermana tiene mucha suerte de haberte pescado.

 

—¡¡¡Sonia!!! — gritó Teresa ya algo mosqueada por el comportamiento de su hermana pequeña y avergonzada por los comentarios de ésta.

 

—¿Qué? No digo nada que no sea cierto, ¿o sí? Ya se puede decir que estáis juntos, así que… ¿acaso no puedo piropear a mi nuevo cuñadito?

 

—Sonia, has crecido mucho pero está claro que hay cosas que no cambian, jajaja — dijo Dylan divertido por el enfrentamiento entre hermanas. Esto hizo que se relajase y se acercó a Teresa sonriendo, le dio un beso y le susurró al oído “hola”. Teresa sonrió como una niña y respondió de igual manera.

 

En ese momento empezaron a llegar los demás y todos se subieron a los coches para pasar el día juntos en el río. Pedro, Marta, Sonia y Teresa se subieron con Dylan en su coche y arrancaron detrás del coche de Sergio, que llevaba a Mónica y Marcos, éste último con cara de fastidio porque veía que era el único que no tenía pareja, estaba Sonia, pero para todos era más como una hermana pequeña y nadie se atrevería a tocarla. Así que sentía que iba a ser como el “sujetavelas” del grupo, y eso no le resultaba agradable, incluso se había planteado no ir a la excursión, pero Sergio lo había convencido diciéndole que aquel día todos iban en grupo y no en parejitas.

 

Al llegar se encontraron con Julián y con su primo Roberto que los estaban esperando ya en el lugar, y lo primero que hicieron fue buscar un buen sitio para dejar las cosas y montar su campamento, a fin de tener donde comer y descansar. Buscaron un claro que había a un kilómetro de donde dejaron los coches y que solía ser el lugar escogido por sus padres cuando eran pequeños, estaba un poco más descuidado que en aquel entonces pero aun así les pareció el mejor. Mientras unos adecentaban aquel lugar otros fueron a explorar los alrededores, el camino al río y las cuevas que seguían estando por allí. Decidieron que sería buena idea ir por allí por la tarde y regresaron al punto de partida.

 

Sergio no dejaba de mirar a Mónica y disfrutaba con cada comentario que hacía y con el sonido de su risa. Sabía que tarde o temprano tendría que decidirse a decirle algo porque de lo contrario era probable que alguien más se le adelantase. A sus oídos ya había llegado que el primo de Julián también quería tener algo con esa chica y eso a Sergio no le gustaba ni lo más mínimo. Desde que habían bajado del coche Roberto no se había separado ni un segundo de la pelirroja y Sergio se ponía más nervioso por momentos. Mónica se sentía muy halagada por los piropos que Roberto le soltaba a cada momento y, aunque preferiría que fuese Sergio quien se los dijese, pensó por un momento que el primo de Julián podría ser ese chico que ella estaba esperando.

 

Decidieron hacer una pequeña hoguera para preparar un poco de carne a la brasa y para ello necesitaban algo de leña. Sergio se ofreció para ir a buscarla con la esperanza de que Mónica le acompañase y así tener un rato a solas para poder decirle lo que sentía, pero en ese preciso instante Roberto sugirió ir hasta el río:

 

—¿Quién se atreve a darse un bañito antes de preparar la comida? — preguntó Roberto en general pero dirigiendo su mirada a Mónica.

 

Sergio se puso a temblar y apretó fuerte el puño para reprimir las ganas que tenía de decirle que dejase a su chica en paz, entonces miró directamente a Mónica y dijo:

 

—Yo voy a por leña, ¿Mónica me acompañas por favor? — respiró profundamente esperando la respuesta de la chica y ésta no supo qué decir.

 

Tenía ganas de estar a solas con Sergio a ver si éste se decidía de una vez a decirle algo, pero por otro lado también quería ir a divertirse con Roberto. Era la primera vez que tenía un dilema así en cuanto a chicos se trataba, porque lo habitual era que nadie se fijase en ella, no tenía un cuerpo de esos que los chicos se girasen para mirar, aunque tampoco era algo que le hubiese preocupado demasiado hasta el momento, se había aceptado hacía tiempo tal cual era y estaba convencida que el chico que se acercase a ella al menos lo haría por lo que llevaba en su interior, cosa que otras chicas no podían asegurar. Pero en ese preciso momento dos chicos la estaban invitando a pasar un rato a solas con ellos y no sabía por cuál decidirse. Miró a uno y a otro, sonrió con picardía y dio un paso al frente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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