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—Gracias mami, no tardaremos — Sara le dio un beso en la mejilla a su madre y se fue con Hugo.

Los dos chicos llegaron al parque y enseguida Hugo vio a Ismael sentado en el mismo banco en el que lo había encontrado el día anterior. En cuanto Ismael se percató de la presencia de Hugo, cambió su entristecido semblante por una amplia sonrisa de felicidad, levantó la mano para saludarlo y esperó entusiasmado su llegada. Los dos chicos se abrazaron a modo de saludo, y Hugo le presentó a Sara, Ismael estaba loco de contento por tener una amiga más con quien hablar y jugar un rato.

—¿Ya te has comido el bocadillo Ismael? — le preguntó Hugo.

Ismael negó con su cabeza, y volvió la tristeza a sus ojos.

—¿No me digas que te lo han vuelto a quitar? — volvió a preguntar Hugo.

Ismael se encogió de hombros y agachó su cabeza.

—¿Qué está pasando Hugo? — preguntó Sara, que no sabía de qué iba el tema.

—Ismael se queda aquí todos los días mientras su madre va a trabajar, suele dejarle un bocadillo para que pueda comer algo, pero por lo visto hay un par de chicos mayores, que se dedican a ir robando y quitando por ahí todo lo que no les pertenece — le explicó Hugo algo enfadado.

—Yo he visto a esos chicos una vez, intentaron robar en la carnicería de mi padre, pero él los vio y salió tras ellos con un palo que tiene guardado. Desde ese día, no han vuelto a pasar por allí — comentó Sara.

—Ayer no quise dárselo y me pegaron, pero hoy no quería que volvieran a hacerlo, todavía me duele, así que se lo he dado y se marcharon — dijo Ismael avergonzado.

—¡Qué cobardes! Buscando a niños pequeños para quitarles la comida — dijo Sara indignada.

Los tres se sentaron en el banco y, para distraer un poco al desafortunado Ismael, Hugo le contó a Sara como había sido su aventura hasta el momento, que había conocido a dos mendigos en la avenida, y que esa noche la había pasado en un establo en compañía de un caballo, después de adecentar el lugar. Después les contó que, por suerte, Daniel se había apiadado de él y le iba a dejar dormir allí a cambio de mantenerlo limpio y ordenado. Sara, como siempre, estaba emocionada con los relatos de Hugo, no sabía cómo lo hacía, pero estuviese donde estuviese y pasara lo que pasase, el que había sido su compañero de andanzas por tanto tiempo, acababa haciendo el bien, de una manera o de otra.

Continuaron en el parque hablando y jugando los tres, riéndose y disfrutando del tiempo que compartían juntos, pero al cabo de un par de horas, Sara escuchó a su madre llamarle a lo lejos…

—¡Saaara! ¡Vamos cariño! — se oyó gritar a la madre.

—¡Ya voy mamá! — Respondió la niña con pesar — tengo que irme, mi padre se enfadará si no me voy ya — se levantó y se despidió de los dos niños, pero antes de marcharse le preguntó a Hugo en voz baja — ¿Has comido algo ya Hugo? — éste negó con la cabeza y Sara la pidió que la acompañase.

Hugo asintió algo desconcertado, se volvió hacia Ismael y le dijo que enseguida volvía. Después acompañó a Sara en su vuelta al lugar en la que la había encontrado, mientras ella le iba diciendo que podía pedirle a su padre algo de embutido para que comiese un poco:

—Te advierto que mi padre es un poco gruñón, aunque no tienes que alarmarte porque “ladra” mucho pero que “muerde” poco — le dijo con una sonrisa en los labios — Por otro lado, en la panadería cercana a la carnicería, hay un panadero muy simpático que debes conocer, es muy buena persona y seguro que te regala una hogaza de pan — le dijo totalmente segura de la solidaridad de su vecino.

—Ya estamos aquí mami — dijo Sara llegando a la entrada de la carnicería donde le esperaba su madre.

—Muy bien hija, ¿os habéis divertido? — preguntó su madre acariciando los cabellos de la niña.

—Si mami, Hugo es mi mejor amigo, ¿sabes? Siempre cuidó de mí y de todos los demás niños del orfanato, era el que siempre conseguía que se acabasen las peleas, y ayudaba a todo el mundo aunque él estuviese enfermo o triste — le contó la niña orgullosa de su amigo — Una cosa mami, ¿crees que papi le daría algo de embutido a Hugo? Lleva muchas horas sin comer nada, y vosotros sois tan buenos… — preguntó Sara mirando a su madre con la mejor de las sonrisas, para tratar de convencerla.

—Claro hija… mira ahora que no hay nadie, llama a tu padre que salga y se lo decimos, ¿quieres? — dijo la madre animando a su hija a que tomara la iniciativa.

—¡Papiii! ¿Puedes salir un momento? — gritó Sara a su padre sin amilanarse mientras asomaba la cabeza por la puerta de la carnicería. El padre, que se encontraba al fondo de aquella tienda, se giró al escuchar la voz de su querida hija y rápidamente se limpió las manos para comprobar el motivo de la llamada de su pequeña.

El padre de Sara era un hombre no muy alto pero sí de aspecto fornido, llevaba la bata ensangrentada después de haber pasado toda la mañana cortando y envasando todo tipo de carnes. En su rostro se reflejaba el paso del tiempo y las dificultades que conllevaba tener un negocio en las circunstancias en las que se encontraba aquel pueblo. Cuando llegó a la altura de su hija, se percató de la presencia de Hugo y lo miró con cara de pocos amigos. 

—Papi, ¿le darías un poco de embutido a mi amigo Hugo? — le preguntó la niña en tono meloso.

—¿Y sus padres? — preguntó él a su vez — Un momento, ¿éste no es el niño que estaba a tu lado el día que fuimos a buscarte al orfanato? —preguntó Juan fijándose mejor en el muchacho.

—¡Sí! Es mi mejor amigo — dijo la niña sin parar de sonreír.

—Hoy pone cara de niño bueno, pero aquel día parecía más bien todo lo contrario, tenía una cara de niño travieso y malo que no se la podía aguantar. De todas formas da igual, Sara, no puedo dar comida a niños de la calle, luego se me llenará la tienda de personas sin hogar y costará mucho hacerlas salir de aquí — dijo su padre con tono firme y poniéndose a la defensiva.

—¡Mamiii! — dijo Sara suplicando ayuda a su madre.

—¡Juan! ¡Dale un poco de embutido al niño! — ordenó la madre.

—Pero… Mariana — quiso replicar el hombre.

—¡Que le des al niño lo que te están pidiendo! — insistió la mujer en voz más alta.

Juan no pudo desobedecer a su mujer que no dejaba de retarle con la mirada. De mala gana caminó hacia el interior de la tienda y cortó unas finas lonchas de fiambre, las envolvió en papel y volvió a salir a la puerta. Arrojó el embutido envuelto de malas maneras a los pies de Hugo y le dijo con desprecio:

—¡Toma!, pero que te quede bien claro que no estoy de acuerdo con lo que estoy haciendo. No lo tomes por costumbre simplemente porque hayas vivido con Sara en el orfanato.

El niño miró el paquete que acababa de aterrizar a su lado en el suelo y sintió cómo se le llenaba el corazón de tristeza e impotencia ante la actuación de aquel adulto, en el fondo aquel hombre sólo le inspiraba lástima con su comportamiento. Pero su orgullo pudo más, y levantando el mentón le dijo con voz tranquila y sosegada:

—Gracias señor, pero no puedo aceptarlo. Es cierto que me veo obligado a vivir en la calle, casi como un perro, pero sigo teniendo amor propio, y me considero una buena persona, puedo trabajar y ganarme la comida de cada día, y no creo ser merecedor de este tipo de humillaciones.

—¡Como tú quieras, chico! — Dijo Juan realmente enfadado, los dejó en la puerta y se volvió al interior mientras decía para sí — Será desagradecido y respondón el niño éste. Si ya decía yo que tiene dos caras.

Sara recogió el embutido del suelo con lágrimas, sintiendo vergüenza y pesar por lo que acababa de hacer su padre.  Con las manos temblorosas y con mirada suplicante, instó a Hugo a que lo cogiera. Éste lo rechazó de nuevo, pero en ese momento Mariana intervino:

—Cógelo Hugo, por favor, no hagas caso a mi marido — le dijo mientras le revolvía los cabellos con la mano — Es un gruñón, pero no es malo, de verdad. No se lo tengas en cuenta, es que desde que intentaron robarle está siempre a la defensiva con los chicos de la calle — quiso disculpar a su marido para convencer al niño, aunque sabía que aquello que había sucedido no tenía excusa posible.

Entonces Hugo se acordó del pequeño Ismael y de que un día más no se había podido comer su bocadillo, por lo que dejó a un lado su orgullo herido y aceptó con agrado las disculpas de la señora.

—No se preocupe, estoy acostumbrado a que sucedan este tipo de escenas e incluso peores, pero cuesta mucho hacerse a la idea de que algunos tengan tanto y otros tengan tan poco, o nada. Realmente el mundo es muy injusto, por eso creo que si todos los que tienen de más rebuscasen en su conciencia y se pusiesen en el lugar de los más desfavorecidos por un instante, puede que lo entendiesen mejor y que empezasen a repartir parte de su buena suerte — explicó Hugo totalmente convencido de sus palabras.

—Hablas como una persona mayor hijo, y desde luego que lo que dices removería la conciencia hasta del más tacaño de los seres que habitan este mundo — musitó Mariana totalmente emocionada.

 —¿A qué es increíble mami? Es el mejor niño del mundo — dijo Sara también emocionada por lo que había dicho su amigo.

—Créame señora, lo que me ha tocado vivir no se lo deseo a nadie, pero me está sirviendo como experiencia para aprender cómo son realmente las cosas en el mundo. Siempre he creído que las personas son buenas y caritativas por naturaleza,  y esto me está demostrando que no es así. Uno tiene que vivirlo para darse cuenta de la poca solidaridad que comparten la inmensa mayoría de las personas. Es muy triste darse cuenta de la realidad, desde luego que a muchos ricos los colocaría yo en mi situación, tan sólo por unos días, y su manera de pensar sin duda cambiaría completamente — dijo Hugo ante el asombro de Sara y su madre.

—¡Dios te bendiga hijo, cuánta razón tienes! — Susurró la madre abrazando al pequeño Hugo y dándole un beso en la frente — Ojalá hubiese más gente como tú, así seguro que el mundo sería bien distinto.

—No sé si la hay o no, pero yo no puedo quedarme de brazos cruzados esperando que aparezcan, hay muchas personas necesitadas y yo tengo que hacer lo que pueda para ayudarlas. Así soy y así es como pienso — afirmó Hugo categóricamente dejando a Mariana sin palabras.

Después Hugo se despidió de las dos, no sin antes prometerles a ambas que pasaría a verlas siempre que pudiese. Con su pequeño discurso había dejado a Mariana impactada de tal forma que todas y cada una de las palabras de aquel chico se le quedaron incrustadas en el alma, y no pudo más que ofrecerle unas cuantas monedas para que pudiese comprar algo de pan.

El niño no las rechazó esta vez, pensando nuevamente en Ismael que se había quedado esperando en el parque solo, y se dirigió hacia la panadería que le había indicado Sara. Cuando llegó al establecimiento, pudo darse cuenta de que el panadero estaba solo, porque el último cliente que había , salía al entrar él. Entonces Hugo se acercó hasta el mostrador y le dijo haciendo gala de sus buenos modales:

—Buenas tardes señor, ¿sería tan amable de venderme una barra de pan?

—Claro muchacho, para eso estoy aquí — respondió feliz el panadero.

—¿A qué hora cierra usted la panadería? — preguntó Hugo de nuevo.

—Sobre las ocho más o menos, ¿por qué lo preguntas pequeño?

—Y dígame, ¿qué hace usted con el pan que le sobra? — Hugo seguía preguntando sin inmutarse.

—Pues… Normalmente acaba en la basura, porque al día siguiente el pan ya está duro y no se puede vender — dijo el hombre entregándole a Hugo la barra de pan que le había pedido y sintiéndose desconcertado con tanta curiosidad por parte del pequeño que tenía delante.

—Mire usted, yo soy pobre, al igual que muchos habitantes de este pueblo, pero no se alarme que esta barra se la voy a pagar — se apresuró a decir — He podido observar que tiene usted cara de buena persona, y me preguntaba si en lugar de tirar el pan que le sobra no podría yo pasar cuando usted cierre y poder repartir ese pan entre los más necesitados — le comentó el muchacho entregándole al panadero todas las monedas que tenía en su mano. El buen hombre no daba crédito a lo que estaba escuchando. Se quedó absorto por un momento intentado descifrar cuál era la trampa de aquella situación. Cuando sintió las monedas en su mano reaccionó y sólo pudo decir:

—El pan sólo cuesta una moneda pequeño, todo esto te sobra — dijo extrañado con el cambio en la mano y extendiendo el brazo para devolvérselo.

—No señor, a mí las monedas no me hacen falta, lo que le estoy ofreciendo es todo lo que no necesito, a cambio de todo lo que a usted le sobra — le soltó Hugo sin más.

—Pero pequeño…, no puedo hacer eso, de lo contrario todos los mendigos de la zona te verán y acudirán pidiendo pan gratis, y eso no puede ser — trató de excusarse el panadero.

—Yo le prometo que nadie vendrá a incordiarle, yo mismo trataré de que ese pan llegue al máximo número de personas posible para que así no sean ellos los que acudan a usted.

El panadero se quedó pensativo por unos instantes, miró a aquellos ojos azules que lo observaban expectantes y optó por lo más coherente:

—Está bien chico, a pesar de que no es mucho lo que suele sobrarme creo que tienes razón y es mejor compartirlo contigo que tener que tirarlo.

—Sabía que era usted una buena persona y se lo agradezco muchísimo — dijo el niño feliz por tener una nueva oportunidad para poder ayudar a los demás — Aunque quiero que sepa que dar lo que a uno le sobra no es compartir, sino dar limosna. Por eso, si lo que realmente quiere es ayudar al necesitado, haga a conciencia más pan, pensando en la pobre gente que lo está pasando realmente mal y entonces sí estará compartiendo.

El panadero se quedó totalmente sorprendido por lo que acababa de oír, y más viniendo de una criatura tan joven. Aquel muchacho había sido capaz de enseñarle más en apenas un momento que todo lo que había podido leer en los libros de la escuela.

—Increíble, eres realmente increíble, acabas de darme una lección de humildad con tan sólo unas frases, ¿cómo te llamas chico?

—Soy Hugo señor, y me alegro muchísimo de que mi mensaje le haya emocionado, a veces cuando alimentamos nuestra conciencia de buenos deseos, esas obras nos hacen sentir dichosos, y nuestra generosidad se verá recompensada tarde o temprano.

El panadero salió de detrás del mostrador visiblemente emocionado, y abrazó a Hugo. Le devolvió sus monedas e incluso le dio otra barra más de pan.

—Por favor Hugo, guarda estas monedas, sé que las emplearás en una buena causa. Tengo el presentimiento de que eres un ser muy valioso y seguro que alguien de ahí arriba te ha enviado para hacer algo grande. A partir de hoy te esperaré todos los días a la hora de cerrar y repartiremos lo que tenga de más, ¿te parece?

Hugo asintió sin dudarlo y le agradeció su enorme gesto de generosidad a aquel buen hombre con una amplia sonrisa, que a éste le llegó hasta lo más profundo de su ser. Sabía que esa acción a él no le suponía gran esfuerzo pero podía salvar de un día sin pan a más de un niño como el que tenía delante.

El chico se despidió amablemente y salió de la panadería feliz y contento, y sin poder creerse que en tan sólo unas horas había conseguido algo de comida y unas monedas para compartir entre los más necesitados del pueblo. Lo primero que hizo fue volver al parque y compartir un poco de lo que llevaba en las manos con Ismael. Ver como éste comía lo que acababa de darle llenó de felicidad el pequeño pero gran corazón de Hugo, a quien su dicha parecía no tener fin ese día, y sentado en el banco al lado de su amigo pensaba: “si todo el mundo fuese así, si las personas que habitan este pueblo, y el resto del mundo, tuvieran la conciencia volcada en ayudar al necesitado, todo sería muy diferente”.

Entonces Hugo recordó a los dos hombres que había conocido en la avenida el día anterior, incluso al pobre perrito que estaba con ellos, y se despidió de Ismael para ir hasta a aquel lugar y compartir también con ellos lo que le quedaba de su improvisada comida. Cuando llegó hasta donde ellos se encontraban, el cachorro reconoció al muchacho y rápidamente corrió a su encuentro para saludarlo de nuevo moviendo el rabo. Lucas y Zacarías, que estaban sentados juntos en un banco cercano, al ver salir al animal tan feliz dirigieron sus miradas hacia el niño que se acercaba, en seguida lo reconocieron y lo saludaron con la mano.

—¡Hola muchacho! Nos tenías un poco preocupados al no verte por aquí desde ayer, empezábamos a pensar que te podía haber pasado algo — dijo Lucas.

—¡Hola Lucas!, ¡hola Zacarías! Les he traído algo — dijo Hugo sonriente entregando el pan y el embutido a Lucas y agachándose para jugar con el perro, que no dejaba de menear el rabo y mordisquearle la mano.

—¡Cielo santo! Pero, ¿de dónde has sacado esto? Nos viene como caído del cielo — exclamó Zacarías con los ojos tan abiertos por la sorpresa que parecía que se le iban a caer, su voz sonaba reseca, respiraba con dificultad y no podía dejar de toser.

Hugo se sentó en el banco entre los dos hombres y todos comieron lo que quedaba con gran apetito, incluso el perro, que alguna loncha de fiambre también había podido conseguir. Hugo les puso al día de lo que le había pasado desde que los había conocido en aquel mismo lugar, relatándoles detenidamente todos los detalles, hasta llegar a su conversación con el panadero y el trato que había pactado con éste. Uno y otro lo miraban con gran admiración y sorpresa mientras lo escuchaban con atención. Estaban tremendamente agradecidos por el gesto del chico y porque hubiera pensado en ellos para compartir lo que había conseguido. Cuando terminaron de comer, Lucas se dirigió al niño y le dijo:

—Muchacho, eres realmente una personita increíble. Pudiste haberte comido todo esto tú solo o haberlo guardado para otro momento, pero no has dudado en compartirlo con nosotros. O bien eres demasiado bueno o demasiado inocente. De todas formas, lo que haces nos da esperanza a todos, de que este mundo pueda mejorar con gente como tú — Lucas estaba realmente impresionado con Hugo y con su capacidad para ayudar a cualquiera sin pedir nada a cambio, por eso pensó que con él podrían tener más oportunidades para sobrevivir y le comentó — Mañana es miércoles y hay mercadillo en el pueblo, puede ser un buen día… Es posible que algún alma caritativa nos dé un poco de fruta para sumar a lo que tú puedas conseguir — dijo Lucas, animando a Hugo.

—Seguro que sí, además, como les acabo de contar, cada día tendremos pan para comer, el panadero ha sido muy amable, pero sólo ha puesto una condición y para cumplirla necesito que me hagan un favor: les pido que nadie vaya a la panadería a pedir nada, yo mismo les traeré aquí todo lo que a ese amable señor le sobre para compartirlo, incluso es muy posible que tengamos más de lo que necesitamos, por lo que estaría bien, si conocen a alguien más en esta situación, que los hagan venir aquí sobre las nueve de la noche y así poder repartir el pan entre todos los que lo necesiten — les pidió el pequeño Hugo.

—¿Con todos? — Los dos hombres lo miraron anonadados — Hugo…En este pueblo son muchos los necesitados, aunque no lo parezca, no habría pan para casi nadie entonces — le advirtió Lucas.

—Lucas, poco a poco iremos consiguiendo más y debemos ser todo lo solidarios que podamos. No puedo mirar a mi alrededor y ver la necesidad de los demás sin hacer nada al respecto. Ahora debo irme, porque está empezando a anochecer y he de ganarme todavía mi derecho a cobijo esta noche — comentó Hugo, recordando las tareas que había acordado con el tabernero.

—¿Estás trabajando pequeño? — preguntó Zacarías con su voz a medio gas.

—No exactamente, sólo debo limpiar un establo y dar de comer a un caballo, no es gran cosa pero a cambio me permiten dormir allí.

—¡Ah! Pues eso me parece bien, un muchacho tan joven como tú no debería estar durmiendo en la calle como  nosotros. Hace demasiado frío para cualquiera — le dijo Lucas acariciando el hombro del pequeño de manera afectuosa.

Hugo se despidió hasta el día siguiente, quedó de pasar a recogerlos bien temprano en la mañana para acompañarlos a ambos al mercado y siguió su camino. Trató de que el perro no le siguiera, pero resultó imposible, aquel cachorro parecía tenerle un cariño muy especial y no se despegaba de su lado, por lo que Lucas lo animó a que se lo llevase y Hugo accedió encantado.

Al llegar al establo, encontró la llave en el escondite que le había mostrado el tabernero esa misma mañana, recogió un pequeño cubo con agua y un cesto con algunas manzanas que le había dejado el tabernero en la entrada del establo, y se lo acercó al caballo para que éste pudiese comer y beber algo. Después empezó con sus tareas, limpió y ordenó el lugar durante largo rato, mientras el cachorro miraba sorprendido al enorme caballo que tenía delante, lo que hizo sonreír a Hugo cada vez que levantaba la cabeza para controlar lo que hacían los animales. Al terminar, cepilló al caballo que lo miraba agradecido y volvió a prepararse una pequeña camita de la misma forma que la noche anterior, se tumbó y acurrucó al cachorro a su lado para que se pudiesen dar calor el uno al otro, y ambos se durmieron casi al momento.

A la mañana siguiente, cuando aún no había amanecido,  Hugo se levantó entusiasmado por lo que podía depararle ese día. Él no era un niño de dormir mucho, pero parecía que su nuevo amiguito peludo sí, lo miró por un momento como dormía profundamente, y pensó — “parece que llevas muchos días durmiendo en la calle y hoy duermes a pierna suelta, pobrecito”.

Lo dejó dormir unos minutos más mientras él terminaba de sacar el cubo y la cesta de la cuadra del caballo ya vacíos, para colocarlos en el exterior y que el tabernero pudiese ver que había cumplido con su cometido. Después no le quedó más remedio que despertar al perrito para poder salir y cerrar el establo con llave, la guardó en su en su escondite y los dos se encaminaron hacia la avenida a su encuentro con Lucas y Zacarías, tal y como habían quedado el día anterior. Nada más llegar, Hugo pudo ver como Lucas tapaba bien a Zacarías que estaba recostado sobre uno de los bancos.

—¡Buenos días Lucas! — saludó Hugo al llegar hasta ellos.

—Buenos días pequeño — respondió el aludido con un deje de preocupación en la voz — Zacarías ha pasado mala noche, ha estado tosiendo mucho, y no hace mucho que ha conseguido dormir, así que vamos a dejarlo descansar, ¿vale? Esperemos poder conseguir algo de fruta que le ayude a sentirse mejor.

Lucas, Hugo y el perro, al que el niño ya había bautizado como Golfo, como el protagonista de la dama y el vagabundo, por el enorme parecido que guardaba con ese personaje, dejaron a Zacarías descansando arropado hasta la cabeza con las viejas y agujereadas mantas para que sintiese el frío que aún hacía esa mañana lo menos posible. Apenas eran las siete y Lucas sabía que sobre esa hora los mercaderes llegaban y empezaban a montar sus puestos en una de las calles más concurridas del pueblo. Le comentó a Hugo que a esa hora era más fácil que los propietarios de aquellos puestos se mostrasen más generosos, puesto que al no haber todavía gente no les molestaría tenerlos por allí, al contrario de si aparecían horas más tarde, entonces los mirarían con desprecio entre la multitud. Pero a Hugo se le ocurrió algo aún mejor.

—¿Y por qué no, en lugar de pedir, no nos ofrecemos a ayudar a alguno de esos puestos? Podríamos echarles una mano a descargar lo que traigan o ayudarles a colocar, y así poder ganarnos honradamente esos alimentos — le comentó Hugo a Lucas, mientras este se rascaba la cabeza, pensando en las palabras del chico.

—Pues… tampoco es mala idea — dijo Lucas encogiéndose de hombros, nunca había pensado en esa posibilidad.

Hugo, nada más llegar a la zona de descarga de los mercaderes, se percató de que estos ya empezaban a montar sus puestos, la mayoría eran agricultores de la zona que traían su mercancía en grandes y viejos carros y se decidió a preguntar:

—Buenos días señor — saludó con toda su amabilidad a uno de los hombres que estaba descargando cajas de su carro — Nos preguntábamos si le podríamos ayudar a descargar, no tenemos nada para comer y a cambio de algo de su fruta, nosotros le ofrecemos nuestro trabajo — preguntó Hugo.

—¡Largo de aquí gamberros! No necesito ninguna ayuda y menos de unos vagabundos como vosotros, ¡y aun menos con perros pulgosos! — respondió aquel hombre corpulento de muy malos modos.

Hugo al escuchar una negativa tan rotunda no insistió más y siguió caminando para preguntarle al siguiente, pero todos parecían tener respuestas similares, desde el simple “no” de algunos, hasta el “quizá otro día” de otros. Lucas empezó a pensar que quizás aquello no era tan buena idea después de todo, pero Hugo no perdía la esperanza y continuaba sin perder su tono amable preguntando y preguntando, hasta que un hombre mayor se les acercó.

—Disculpa pequeño, he visto que estáis ofreciendo ayuda para descargar mercancía y montar los puestos, ¿es cierto? — preguntó el anciano, mientras Lucas lo miraba atentamente sin confiar demasiado en él.

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